Integran esta antología catorce poetas que florecen en el siglo XVI en Francia, la mayoría muy poco citados fuera de un ámbito especializado, aunque se pueden reconocer algunos nombres, como los autores de La Pléiade, Ronsard y Du Bellay, el gran barroco Maurice Scève, la única mujer Louise Labé, el minucioso Malherbe. Sin embargo, importan aquí menos los nombres que el tema, el erotismo. En diversos grados de acercamiento a lo explícitamente sexual, los poemas seleccionados dan pruebas de una competencia libertina por expresar ingeniosa y musicalmente los avatares del amor o del simple encuentro de los cuerpos, cuyas partes pueden elevarse al protagonismo gracias a la concentración de un deseo. En la metonimia del sexo, cada parte es el todo. Y así tenemos poemas como el “Blasón de la bella Teta” de Clément Marot, que en más de treinta versos elogia la blancura, la firmeza, la suavidad de un pecho: “Teta de pequeña y roja punta,/ Teta que no se menea nunca,/ ni para correr, ni para ir,/ ni para bailar, ni para venir”. El “blasón” concluye con la descripción del ansia de tocar ese objeto, esa parte que se adelanta en la geometría del cuerpo, hasta anunciar una cópula que pasaría a otro lugar.
Como se habrá notado, la traducción es rítmica y reproduce en lo posible también las rimas del original. En este orden, es un gran mérito del libro, seleccionado, traducido, anotado y prologado por Sonia Yebara, esa búsqueda de versiones castellanas que recuerden las formas fijas francesas, aun cuando la edición tiene el valor suplementario de ser bilingüe. Por supuesto, esa fidelidad a la forma (no faltan aquí sonetos y otras estrofas muy usuales en la época) a veces exige ligeras alteraciones de la trasposición literal, pero otras veces incluso el resultado puede mejorar al original, sobre todo cuando se han elegido, en lugar de algunos eufemismos franceses que poco a poco se volvieron obscenos, nuestras más cercanas palabras para los órganos y los actos sexuales. Con cierto humor lo comenta la traductora en su prólogo, cuando refiere que tuvo que desistir de “coño”, “polla” y “follar” para quedarse con nuestros “concha”, “pija” y “coger”. Tal como se aplica en el último terceto de un soneto de Malherbe, que se queja por haber empezado tarde con su actividad sexual: “¡Oh, Dios! Yo te convoco, fortalece mis bríos,/ por un acto tan dulce mis años prolonga/ o devuélveme las horas en que no he cogido”.
Volviendo a las partes del cuerpo, habría dos modos, igualmente precisos en su refinamiento y en su exposición verbal, de destacar alguna en particular: o bien elevar la parte hacia la belleza, y entonces lo que seduce sería una promesa de felicidad, tal como sucede en el notable poema de Maurice Scève al cuello, aunque su descripción, su alabanza detallada, no deja de sugerir el rostro que sostiene o el movimiento hacia abajo, hacia otras partes: “¡Oh, cuello que concentras mi atención,/ naces justo debajo del mentón/ y vas en blanco seno a dilatarte!”. De alguna manera, el beso sugerido en el poema parece destinado a bajar desde el cuello, aun con el recuerdo de la belleza del rostro en lo alto. No faltan, por otro lado, varios sonetos sobre el beso, que pueden ser solicitudes, pedidos y súplicas para que se conceda, también pueden llevar una cuenta interminable, de tantos besos dados y tantos recibidos, que nunca alcanzan a sumarse en una cifra, pero sobre todo, como en cierto erotismo antiguo, puesto que es una época de poetas eruditos y que intentan recobrar ciertos tonos y géneros de la poesía grecolatina, hay poemas didácticos sobre cómo besar, como el soneto de Olivier De Magny, que luego de un reproche a la amada que besa mal le transmite en sus tercetos estas instrucciones: “No es poner boca contra boca en besos/ de labios apretados siempre secos:/ no, que una lengua a la otra se una,// a su amigo entregarla con dulzura,/ de su amigo tomarla con dulzura,/ chupando, apretando y mordiendo a una”.
O bien, el otro modo de dividir en el cuerpo lo que seduce, en lugar de idealizar la belleza y detenerse en los rasgos y la figura, se aplica a la procacidad más directa, como en uno de los sonetos de Ronsard, quizás el máximo poeta de su siglo y el más representado en esta antología, que se olvida de los gestos y los cortejos para abandonar las metonimias bellas y hablarle al órgano sagrado, la metáfora pura, de su goce: “Yo te saludo, rajita bermeja,/ que entre las piernas intensa fulguras,/ ¡yo te saludo, bendita angostura,/ que contenta y feliz mi vida dejas!”.
Había que esperar entonces más de mil años para que la gracia procaz de la poesía erótica llegara desde Catulo hasta el siglo de La Pléiade, perforando con su luminosa franqueza los ocultamientos religiosos y estatales, y casi otros quinientos años más hasta estas cuidadas versiones argentinas. No es algo frecuente este llamado tan vivaz de un pasado remoto a nuestra lengua más íntima, en todos los sentidos que se quiera. No tenemos derecho a desdeñar entonces todo el placer, el humor y el saber que estos poemas procuran.
14 de mayo, 2025
Antología de la poesía erótica francesa del siglo XVI
Selección, traducción, prólogo y notas de Sonia M. Yebara
Serapis, 2025
152 págs.