“Lo que me interesa de un ser vivo es siempre su forma-de-vida”, declaró en una entrevista el filósofo italiano Giorgio Agamben. La proposición, graficada con los guiones intermedios, es uno de los conceptos centrales de su filosofía. Define una vida indisoluble de su forma (“en la que los modos, actos y procesos no son nunca simplemente hechos, sino siempre y sobre todo posibilidad de vivir, siempre y sobre todo potencia”), y a la vez funciona como una alternativa a la vida escindida que sustenta al proyecto biopolítico de Occidente.
Este concepto propositivo, desarrollado teóricamente en varios de sus libros (Medios sin fin, Altísima pobreza y El uso de los cuerpos, entre otros), reaparece ejemplificado en Autorretrato en el estudio, mosaico autobiográfico en el que, anudando memoria y pensamiento para dar lugar a algo que es poesía y filosofía a la vez, el autor intenta dar cuenta de su particular forma-de-vida.
Entendiendo que una forma-de-vida que se mantiene en relación con una práctica poética, como la suya, está siempre en el estudio, Agamben adopta como modelo ese subgénero de la pintura llamado “autorretrato en el estudio”, y lo traslada (traduce) a la escritura. Buscando lograr una síntesis parecida a la que logra la pintura (que condensa en una imagen el larguísimo derrotero de una vida), articula un dispositivo narrativo que se adecúa perfectamente a su propósito. Se posiciona en su estudio (en alguno de ellos, porque tuvo varios), y a partir de alguno de los objetos que lo componen (un tarjetero de mimbre, un libro de Guy Debord, un manuscrito de Benjamin en el que relata un sueño, una fotografía en la que se ve al autor junto a Martin Heidegger, una postal), su escritura hace memoria y se expande en una larga deriva en la que, a través de pequeñas viñetas, va dando cuenta de las afinidades electivas, gustos, revelaciones y encuentros que gravitaron de manera decisiva en su formación y desarrollo. Luego vuelve al estudio, toma otro objeto y el mecanismo se repite. Así, a partir de los objetos-fetiche que componen su lugar de trabajo, la escritura va tejiendo una trama que en su totalidad acaba configurando una imagen tanto o más potente que la de los autorretratos en el estudio de los pintores.
Cada objeto remite a un muerto significativo para Agamben (Martín Heidegger, Walter Benjamín, Guy Debord, Elsa Morante, Ítalo Calvino, José Bergamín, Jean-Luc Nancy, Simone Weill, Alfred Jarry, Hemann Melville, Pierre Klossowski y Robert Walser, entre otros), que la escritura/memoria trae al presente, exhibiendo en cada caso las razones de su influjo en relación al autor. Esta pequeña congregación de ausentes es la que le da cuerpo a su cuerpo en el retrato. Tanto es así que podemos decir que su presencia en este libro equivale a la suma de esas ausencias.
Todas las personas aludidas, además de los diferente estudios y los objetos mencionados, están presentes en imágenes (por lo general fotográficas), que para Agamben son esenciales para el libro: “no se trata de un libro ilustrado -dice- aquí son las mismas figuras las que hablan, las figuras en las que de repente se guardan los eventos pasados y, al mismo tiempo, se separan para siempre de nosotros”.
Cada estudio es una suerte de panteón personal, constituido al correr de los acontecimientos y sujeto a los designios del paso del tiempo. Con la misma naturalidad sin especulaciones con la que fueron conformándose, refractan desde el presente de la escritura las vivencias del pasado que le dieron cuerpo y lugar. Tengo para mí que Agamben los fue componiendo (aún sin saberlo, y esta ignorancia es la que garantiza la eficacia del plan) con la finalidad de escribir este libro. De ser así, Autorretrato en el estudio es el producto de un larguísimo (tan largo como el derrotero de la vida intelectual de su autor) plan inconsciente con final feliz; y esa felicidad, claro, se transfiere al lector, que la vive como si fuera propia.
Ilustración de Juan Carlos Comperatore
Un libro de estas características solo puede ser escrito en la vejez. De hecho, a su manera Autorretrato en el estudio es un tratado sobre “envejecer”, o mejor aún, sobre “envejecer bien”, algo que en el estado actual de nuestra civilización es poco menos que imposible. Certificando esta perspectiva, podemos decir que este libro tiene la forma del perfecto corolario a la tarea cumplida, a la vez que postula (en tanto es una apertura hacia otra tarea) que la inconclusión es la única vía para llegar más o menos entero al final. Es también una rendición de cuentas, claro que en la convicción de la inexactitud de todo cálculo, porque al final, más aún que al principio, las cuentas no cierran. Y quizás por eso, por esa inexactitud asumida hasta las últimas consecuencias, es que este libro destila algo parecido a la sabiduría, ese supuesto atributo de los ancianos de otros tiempos.
Postular la figura del anciano sabio es cuanto menos temerario, porque bien sabemos que una cronología extendida por sí sola no produce necesariamente sabiduría. Por el contrario, las estadísticas prueban que, en el sistema actual, más bien tiende a producir desencantos, neurosis y tendencias fascistas. Si la traigo a colación es porque este libro ejemplifica su posibilidad, o cuanto menos la posibilidad de envejecer más o menos bien. Y lo ejemplifica poniendo de manifiesto que eso que llamamos sabiduría solo es posible como consecuencia de una vida indisoluble de su forma, es decir de la acumulación incesante a lo largo del tiempo de un trabajo sobre sí.
En el caso de Agamben, ese trabajo tuvo su sede en el estudio, lugar en el que se configura la potencia de su obra. Autorretrato en el estudio hace un trabajo de arqueología de esa potencia, y la exhibe al lector hasta en sus más mínimos detalles. Y por eso, porque en la configuración de la potencia está la clave de la obra venidera, este libro es ideal para ingresar al universo de este autor. Rara vez tenemos la oportunidad de acceder con tanta precisión al laboratorio de una obra; y este conocimiento no sólo atañe a la curiosidad, sino que funciona como una vía regia de acceso que conduce al núcleo más íntimo de la obra.
Autorretrato en el estudio, en definitiva, ofrece al lector la inédita posibilidad de testimoniar una forma-de-vida y de experimentar la “potencia” de una obra. Y lo hace a través de a una escritura que combina en dosis justas densidad, trasparencia, gracia y precisión, y en la que el pensamiento se tensa hasta lindar con la poesía.
Concluyo con una pequeña muestra para que el lector deguste, y acaso se tiente:
“Los temas de la vida ahora parece que casi pueden escucharse como en una partitura. Los encuentros decisivos, las amistades, los amores, son las frases y los motivos que se enuncian y responden en el secreto contrapunto de la existencia, que no tiene pentagramas”.
24 de abril, 2019
Autorretrato en el espejo
Giorgio Agamben
Traducción de Rodrigo Molina-Zavalía y María Teresa D'Meza
Adriana Hidalgo, 2018
144 págs.