En Antes que nada, su impactante autobiografía, Martín Caparrós sostiene que, frente a la enfermedad terminal que padece, la terrible ELA, no hay retórica posible, no hay metáforas bélicas que conjuren o salvaguarden nada puesto que la idea de lucha o enfrentamiento ni siquiera puede ser concebida. La mera existencia de la enfermedad, dice Caparrón, implica, ab initio, su mismísima victoria.
La postura del suizo Fritz Zorn (1944-1976) difiere significativamente puesto que significativamente diferente es, en efecto, su enfermad. Al recibir el diagnóstico de cáncer que terminará con su vida poco tiempo después, Zorn comienza a escribir con reflexivo resentimiento Bajo el signo de Marte, un libro que, como sostienen algunos, no se parece a nada. Y que cierra con una virulencia irrenunciable: “Todavía no he vencido aquello que estoy combatiendo, pero tampoco estoy derrotado, y lo que es más importante, todavía no me rindo. Me declaro en estado de guerra total”.
En la empresa de repensarse y reconstituirse, el autor empieza por cambiarse el nombre. Si su apellido oficial es Angst (“angustia”, en alemán), decide transmutarlo en un sentimiento opuesto: Zorn (esto es, “ira”). Ha sido el cáncer, y la inminencia de la muerte, la que le ha quitado el velo de los ojos. Ha transitado la vida, entiende, como se lo han dictado su clase social y sus padres: como un mero espectador, horrorizado frente a la posibilidad de levantar la voz y decir sus verdades. Aunque, a ciencia cierta, nada tuviera para decir siendo, como era, un engranaje bien aceitado de la maquinaria ideológica de una burguesía que aceptaba únicamente sumisión y ciego acatamiento.
La potencia de la escritura se demora en el sufrimiento psíquico antes que en el físico, y se desata, no sin un dejo de renegada ironía, desde las primeras líneas de su crudo, temerario testimonio. A propósito, vale citar in extenso la apertura: “Soy joven, rico y culto; y soy infeliz, neurótico y estoy solo. Provengo de una de las mejores familias de la orilla derecha del lago de Zúrich, también llamada la Costa Dorada. He tenido una educación burguesa y me porté bien toda mi vida. Mi familia está bastante atrofiada, y probablemente también yo arrastre una notable tara genética y además esté dañado por mi entorno. Y, por supuesto, tengo cáncer, cosa que se deduce automáticamente de lo que acabo de decir”. Se deduce de lo anterior, postula, porque su cáncer físico no es más –ni menos– que el resultado de las opresiones y represiones simbólicas y efectivas que la ideología de la alta burguesía zuriquesa ha ejercido sobre la familia, ese Aparato Ideológico del Estado, al decir de Althusser, tan sutil como pernicioso.
La escritura de Zorn se radicaliza en el devenir: Bajo el signo de Marte se estructura en 3 capítulos cuyo vértigo, antes que espiralizarse, avanza como un cazador decidido, que agudiza la mirada y apunta, certero e implacable, al corazón de las costumbres burguesas de Europa en general, de Suiza en particular, y, muy, muy en particular, a las de sus propios padres. El in crescendo de esta radicalización no demanda especulaciones forzosas: al acercarse al final de las “memorias”, como las llama, Zorn comprende que su expectativa de vida disminuye, que las esperanzas enflaquecen y la rabia, ponzoñosa, aflora a borbotones. “Por el hecho de haber enfermado sin esperanza, yo demuestro hasta qué punto es malo el mundo de Dios y así represento el punto más débil del organismo “Dios” –espeta Zorn en el último capítulo–, que, en cuanto organismo, no puede ser más fuerte que su punto más débil, es decir, yo. Yo soy el carcinoma de Dios. Nada más que un pequeño carcinoma en el interior de la inmensidad, pero carcinoma al fin”.
Paciente psicoanalítico y experimentado en lenguas (logró doctorarse en filología románica), Zorn se encarniza en nombrar las cosas, en exhibir las fricciones con las que el lenguaje sulfura la calma normalidad, en la que priman la resignación y la subordinación a las convenciones heredadas. Sobre cualquier noción, valor o práctica que problematice, tensione o contradiga la tradición, mejor es callar dictamina –digámoslo así– el superyó social. Por el contrario, Bajo el signo de Marte propone hablar de aquello que esta cultura pacata y reaccionaria silencia o, en el mejor de los casos, murmura avergonzada por los rincones. No se trata, para dicha sociedad, para las instituciones, para sus padres, de decir la verdad, sino de ser cortés, de evitar toda confrontación, de silenciar y amordazar, si es necesario, toda proposición polémica, cualquier palabra rebelde o incómoda. “Nadie se anima a pronunciar el nombre del cáncer” –sostiene el autor en el final del primer capítulo– “por eso no resulta sorprendente que hasta el día de hoy no se lo haya podido vencer. Todavía no he encontrado un médico que pronuncie la palabra “cáncer”. Y como los médicos no llaman al diablo por su nombre, tampoco pueden vencerlo”.
Si Caparrós no encuentra metáfora o retórica alguna para conjurar el ELA, se debe, claro está, al pronóstico fatal que la misma conlleva: no hay cura para la enfermedad; y, si hay futuro, nada tiene de prometedor. En contraste, Zorn descansa en la posibilidad (que, como dijimos, se adelgaza más y más a lo largo de la escritura del libro) de librarse de un cáncer físico que considera el correlato del cáncer espiritual. “Yo creo que el cáncer es una enfermedad del alma que hace que aquel que devora toda su pena sea devorado a su vez, al cabo de cierto tiempo, por esa misma pena que vive en él. Y porque un hombre así se destruye a sí mismo, los tratamientos médicos no sirven, en la mayoría de los casos, absolutamente para nada”.
Zorn vivió esclavizado por las expectativas burguesas y familiares de sumisión y obediencia: jamás llamar la atención o provocar un altercado; sacrificar hasta la más exangüe chispa de vida auténtica en el altar de la armonía, quintaesencia del conformismo. Como resultado, su existencia se debatió entre la soledad y la incomunicación más absolutas; incapaz de tejer vínculos afectivos, el deseo sexual jamás llamó a su puerta. Bajo el signo de Marte representa el testimonio de un hombre que, aunque tarde para su gusto, intentó refundarse, puesto que un país, una cultura, una clase, una familia, lo habían destruido; y que si algo tuvo para decirle a la enfermedad que acabó matándolo, es, sin sorna alguna, gracias, gracias por venir.
29 de enero, 2025
Bajo el signo de Marte
Fritz Zorn
Traducción de Susana Spiegler
Pinka, 2024
240 págs.