En el principio, Luis Carlos Barragán Castro era sólo un rumor que había viajado desde Colombia para esparcirse entre lectores y escritores argentinos, un espectro que se cernía sobre el Río de la Plata con una novela de culto bajo el brazo. “¿Conocés a Barragán?”, “¿Leíste El Gusano?”, “¿Viste sus ilustraciones?” se preguntaban los entusiastas de la literatura weird latinoamericana en talleres y eventos literarios, comentarios apasionados en las redes sociales y reseñas perdidas en lo profundo de la web. El virus Barragán se contagiaba lento pero seguro, de boca en boca, a través de murmullos: entre quienes habían tenido la suerte de conseguir alguno de los poquísimos ejemplares de las ediciones colombianas de El Gusano y de Parásitos Perfectos perdidos en la FED –o conseguido algún PDF pirateado– se había formado una especie de culto de entusiastas que buscaban infectar a quienes quisiesen escucharlos, a través de una frase que repetían casi como un mantra esotérico: “hay que leer a Barragán”. Finalmente, seis años después de que la primera edición de El gusano viera la luz en Colombia a través de la editorial Vestigio, Caja Negra decidió convertir el rumor en una realidad palpable y llevar el virus Barragán a cada librería argentina a través de su libro Parásitos perfectos. Ahora queda en manos de los lectores decidir si el mito estaba a altura de los rumores, o no.
Parásitos Perfectos podría pensarse como una novela estructurada en trece cuentos autoconclusivos que, leídos en conjunto, forman un gran relato sobre los límites del cuerpo y la biología, las relaciones humanas profundas y el horror corporal, a través de ideas como la fusión de las personas con entidades no-humanas, ya sean insectos modificados genéticamente u otro tipo de tecnologías. Cuentos como No es un metro, pero es algo –en el que las personas se convierten por decisión propia en monstruosos medios de transporte insectoides– o Túneles –donde seres humanos generan agujeros multidimensionales en sus estómagos– parecen conectar directamente con el universo ficcional de El Gusano, una especie de continuidad que hace pensar en un multiverso Barragán.
El escritor colombiano tiene una imaginación desenfrenada y no duda en llevar al extremo muchas de las propuestas de su anterior novela: en Simbiosis explora temas dickianos como las falsas memorias, la paranoia y los estados alterados de consciencia; pero también se interesa por tópicos como el transhumanismo, la biopolítica, el advenimiento de la singularidad tecnológica o el aceleracionismo y, de paso, en cuentos como Maschalagnia y Om-Phalos 9 –que incluye relaciones tecnosexuales entre pilotos conectados física y mentalmente con sus naves espaciales– rompe varios tabúes sexuales que hasta este libro no se habían imaginado.
La literatura de Barragán dialoga directamente con otras grandes obras de ciencia ficción latinoweird –donde se mezclan el cyberpunk con el horror corporal y la distopía– como Ygdrasil (2005) de Jorge Baradit, La torre y el jardín (2012) de Alberto Chimal, La mucama de Omicunlé (2015) de Rita Indiana, La segunda lengua materna (2022) de Flor Canosa, o Verde (2023) de Ramiro Sanchiz, convirtiéndose con tan solo tres novelas y un libro de cuentos en uno de los mejores exponentes de eso que llamamos ficción extraña latinoamericana.
Tanto en tu novela El gusano como en los relatos de Parásitos perfectos el horror corporal, el biohacking y la destrucción de los diferentes tabús sexuales parecen apuntar a la desacralización del cuerpo, a demoler esa vieja idea religiosa del cuerpo como templo ¿Qué encontrás de interesante en esta búsqueda tan particular?
Esta pregunta me encanta. Y es más o menos difícil de explicarme a mí mismo. Yo creo que una de las cosas que me atraen es que en general, y durante toda mi vida, he sentido a mi cuerpo como una limitación, y me abruma saber las posibilidades de lo que podría ser, o lo que pudo haber sido, y la forma en que pude haber vivido. Esa sensación de que otras personas están experimentando cosas más importantes que yo, y yo solo puedo vivir desde este cuerpo, sin poder ser nada más. Pero al tiempo tal vez sí es una rebelión contra la opresión de que el cuerpo por ser así o asá, debe encajar en ciertos parámetros, nombrarse de cierta forma, actuar de cierta otra, como nos lo han enseñado tal vez la religión, tal vez la presión social del viejo mundo. Para mí ha sido liberador repensar mi cuerpo más allá de esos conceptos, y quizás lo que estoy haciendo es explorar variaciones de liberación u opresión, utilización y transformación del cuerpo. Además, nuestros cuerpos están en un vaivén entre ser nuestros y de otros. Entre ser usados por nosotros y ser percibidos y usados por otros. Tienen la capacidad de unirse a otros y también de separarnos, se pueden convertir en productos en las dinámicas del capitalismo, o pueden liberarnos de todo al expandirse infinitamente y convertirse en el universo mismo. Al final lo que está en juego es la frontera entre el individuo y los demás. Vivir en el mundo en el que vivimos ahora, en el que existen las cirugías reconstructivas o plásticas, o el mundo digital, en el que podemos existir sin cuerpo, y podemos ser potencialmente solo un montón de datos me hacen pensar que el cuerpo es extremadamente plástico, la sexualidad expandida es solo parte de esa plasticidad.
La política, las ideas de poder y control y la rebelión están siempre presentes en tus ficciones, de una forma u otra. En la realidad ¿cómo afecta la biopolítica a nuestros cuerpos?
¿En la realidad? Bueno, Biopolítica es un término muy foucaultiano que tiene que ver con el control del cuerpo por parte de alguna institución que ejerce el poder. Ahora me enteré de la postura de Byung Chul Han sobre el psicopoder, que dice que la biopolítica no explica nuestro mundo porque nuestros cuerpos no importan mucho en la era de internet, y lo que importa es el control de nuestra mente, y que el control no se logra a través de la vigilancia y el castigo y la obediencia por coerción y sumisión a los aparatos que reproducen el poder, sino a través de la seducción del producto/servicio capitalista. No soy un sociólogo ni nada por el estilo, pero como lo veo yo es que vivimos en un mundo mixto. Por un lado está ese control mental sensual del capitalismo, pero sobre un marco de biopoder que disciplina a la gente; por ejemplo: no solo que el Estado sostiene sus reglas sobre la amenaza de violencia si las incumplimos, sino que, yo siento que el machismo, por ejemplo, es una forma de biopoder muy disipada, en que muchas personas nos corrigen o nos castigan si no actuamos como se supone que actúe un hombre o una mujer, y al hacerlo nos convierte en máquinas replicadoras del poder. Nuestros cuerpos, y los cuerpos de los animales, están en un devenir neoliberal, en el que no es el Estado, necesariamente, sino el mercado o las opciones que se nos presentan, las que delimitan o proporcionan lo que nuestros cuerpos podrían ser o hacer. En algunos casos parecen liberadores, en otros parecen biopoder. La gente no tiene otra alternativa que poner sus cuerpos a trabajar y a comportarse y disciplinarse para poder seguir consumiendo los productos que nos ofrecen, y para hacerlo bien tenemos que autoexplotarnos, para encajar además en una forma de éxito o de deber ser que hace parte de ese sistema de delicias sensuales. Mientras nos vigilan, nos vigilamos a nosotros mismos, y nosotros lo aceptamos ansiosamente. El panóptico ha sido absorbido por nosotros mismos, en un sistema económico de trabajadores desde casa (como yo), freelancers que por la misma precarización en la que vivimos, no tenemos otra que ser nuestro propio gran hermano, o más bien, deseamos fervientemente, ansiosamente nuestra propia dominación, casi se parece a la liberación.
Otro de los temas recurrentes en los relatos de Parásitos perfectos es la memoria en toda su complejidad ¿Creés que en el futuro próximo, con el avance de la neurotecnología, la implementación masiva de implantes cerebrales y las interfaces cerebro-computadora, cambiará radicalmente nuestra forma de pensar y de comprender un fenómeno tan fascinante como el de la memoria?
Sí, me parece muy probable. Por ejemplo Neuralink ya está dando grandes pasos en esa dirección. Con que las inteligencias artificiales se pongan en la tarea de identificar cómo funcionan los patrones de pensamiento, será fácil hackear la memoria, reinventarla, capitalizarla, editarla, venderla, alquilarla, compartirla, llenarla de comerciales, utilizarla para casos legales. Eso sería la forma más directa de psicopoder, pero supongo que también podría usarse para ayudar a personas con algún trauma, a volver a vivir nuestro pasado, o implantar la memoria en alguien más. Todo esto, no es otra cosa que la plasticidad de la que me encanta hablar, que al hacerlo nos cuestiona qué es ser uno mismo, y cómo eso hace borrosa la identidad, lo que es muy del cyberpunk.
Parásitos perfectos pareciera transcurrir en el mismo universo ficcional que El gusano, como si los cuentos fueran una especie de continuidad, un futuro posible de la novela ¿tienen algún tipo de relación? ¿Lo pensaste así?
Tal vez es un multiverso. Cosa de hacer autorreferencia en algunos momentos con guiños. Pero en general, no, no lo pensé tan así. Me imagino que son mundos diferentes, pero en los que tenía ideas e intereses similares.
¿Te entusiasma la idea de reinventar el concepto de la “nueva carne” cronenbergiana pero al estilo Barragán Castro?
Sí, me encanta. Las máquinas, los celulares, las tablets, no son otra cosa que órganos que hacen parte de nuestro cerebro y nuestro cuerpo, cuya radiación (nuestro contacto con estas máquinas) nos hace producir más órganos, dientes, bultos, que proliferan en nuestro interior y nos deforman. La forma humana ha sido desdibujada y es irrelevante, no se sabe dónde inicia el humano y dónde el dispositivo. Y lo que se ve a través de los dispositivos, es más real que el mundo real. Es la experiencia cancerígena de unirnos a máquinas, la que estimula la evolución o involución humana, pronto iniciará la especiación, así lo ha dictaminado el mercado. ¡La nueva carne!
Marshall McLuhan decía que cualquier tecnología es una extensión del cuerpo humano y, como tal, demanda nuevas relaciones y un equilibrio o simbiosis con los demás órganos. Esto no sólo se ve en las ficciones, sino también en nuestra cotidianeidad: estamos cada vez más integrados a las máquinas y cada día que pasa quizá somos un poquito menos “humanos” ¿Creés que este devenir maquínico es inevitable? ¿Lo entendés más como una distopía o como un proceso de evolución positivo?
Yo sí tengo la sensación de que el devenir maquínico es inevitable. Lo que no sé es si es distópico o utópico. No creo que nada sea radicalmente bueno o malo. Yo solo me atrevería a enunciar los grises. Es distópico en el sentido en que al menos los efectos de esas tecnologías para nosotros han sido la adicción, la dependencia, el aislamiento, y además la explotación profunda de personas y destrucción del medio ambiente para poder crear ese sistema, igual que el espionaje para vendernos más cosas, la manipulación mediática para que ciertas personas ganen votos, etc. Pero podría ser utópica si utilizamos esos medios de formas comunitarias, antifascistas, buscando o entendiendo mejor cómo es que funciona el sistema en el que vivimos; nos permite husmear y entender el poder, hackear a la autoridad. Si pudiéramos anarcosindicalizar a los robots, o a las empresas, en general, sería el devenir maquínico más dulce. Además, podemos crear comunidades distantes entre personas a miles de kilómetros y traducir lo que decimos en otros idiomas, piratear la ciencia. Definitivamente no hay blanco y negro, todos son grises.
Tus historias suelen estar protagonizadas por jóvenes callejeros, promiscuos, rebeldes, amantes de la música y las drogas, lo que me remite automáticamente a los protagonistas de las historias de Andrés Caicedo ¿Influyó de alguna manera en tu literatura la obra del autor caleño?
No tanto. Me gusta mucho lo que escribió Andrés. Pero el impacto de su trabajo no fue tan grande en mi escritura como el de Rafael Chaparro Madiedo, que escribió Opio en las Nubes. También me influenciaron mucho las personas que conocí en Bogotá, con sus vidas locas y sórdidas cuando crecía y vivía como adolescente allá, y la escritura de tanto escritor norteamericano hablando de gente rebelde, como Kerouac y Burroughs, incluso Mark Twain con Huckleberry Finn, o libros como El Guardián en el centeno. Incluso Neuromancer, de Gibson; Case, su protagonista, es un chico muy rebelde.
El horror corporal está presente no solo en tu obra sino en la de muchos autores de ciencia ficción, terror y weird latinoamericanos: Maximiliano Barrientos, Flor Canosa, Jorge Baradit, Mariana Enriquez, María Fernanda Ampuero, una generación de escritores y escritoras que crecieron alucinados por el cine de David Cronenberg, John Carpenter y Clive Barker ¿Cuánta influencia considerás que tiene el cine de terror de los '80 en tu literatura? ¿Suponés que esa influencia se puede extender al resto de los escritores antes nombrados?
Sí. Sin duda alguna. Y que además muchos, supongo, lo hemos visto como un lenguaje apropiado para hablar de la historia y la realidad latinoamericana, donde tenemos desde masacres orquestadas por el gobierno, dictaduras sangrientas, hasta una historia colonial igualmente sangrienta y la imaginería católica como telón de fondo, con sus santos que alcanzan el éxtasis religioso al ser martirizados. Yo añadiría a Mónica Ojeda en esa lista, que también tiene una preocupación por el cuerpo y la violencia desde otro punto de vista.
¿Por qué creés que en la actualidad los escritores de género latinoamericanos está tan interesados en escribir ficción extraña?
Es posible que no haya sido una decisión consciente. Cada uno de nosotros llegó por algún camino diferente a escribir lo que escribimos. Puedo proponer algunas teorías, puede que sea porque los que escribimos ciencia ficción en Latinoamérica, casi ninguno de nosotros es científico de ciencias duras. Hay unos que sí, pero pocos y estamos más cerca de las ciencias sociales. Puede que sea porque las vetas del realismo mágico siguen vivas, solo que se mezclaron con la ciencia, la tecnología, y un mundo menos rural y más urbano. Puede que sea porque nuestros países tienen una historia compartida de permanente confusión, de estados fallidos donde no hay seguridad, y donde es difícil entender lo que está sucediendo, y no hay buenos ni malos. Todos estamos un poco perdidos encontrándonos con cosas maravillosas en el camino: la abundante y extraña biología latinoamericana, o sus extraordinarias civilizaciones antiguas.
¿Qué autores/as estás leyendo en estos momentos? ¿Cuáles recomendarías?
Ahora mismo me acabo de terminar un libro de historia sobre la partición de la India, no es ficción. Se llama The Great Partition, de Yasmine Khan, está bueno si quieren saber por qué los hindúes y los musulmanes terminaron odiándose entre 1946-1947. Estoy por comenzar Memorias de Adriano. Si les gusta lo que yo escribo, les puedo recomendar a Ramiro Sanchiz, que me parece un genio de la literatura weird, pueden comenzar por Las Imitaciones o Un pianista de provincias. Les puedo recomendar a Andrea Chapela, de México, que tiene un hermoso libro de cuentos que se llama, Perfiladores, Ansibles y otras máquinas de ingenio. Y para volarles la cabeza: Ciclonopedia, de Reza Negarestani.
A propósito de Reza Negarestani ¿Cónoces el trabajo del CCRU (Unidad de Investigación de Cultura Cibernética)? ¿Te interesa la teoría-ficción?
Sí, me gusta mucho la posibilidad de la teoría-ficción, siento que es la revancha contra el show/don't tell, y el amor por las explicaciones largas e interesantes de la ciencia ficción, que muchos temen, y me encanta la libertad de hacer ensayos también sobre cosas más especulativas. Conozco el trabajo del CCRU, no he leído tantos libros de sus miembros como quisiera, pero me interesa y estoy empapado de muchos de los conceptos del aceleracionismo, la cibernética, el posthumanismo. Todo eso sin duda me ha intrigado bastante.
24 de julio, 2024
Parásitos perfectos
Luis Carlos Barragán Castro
Caja Negra, 2024
312 págs.