Tal vez, si uno no hubiera tenido noticias previas, la lectura del primer libro de cuentos de Beckett podría convertirse en la búsqueda de signos que anunciaran sus grandes libros, donde en un minucioso francés se habrán de narrar las aventuras inmóviles de un par de nombres y un innombrable. Pero Belacqua en cambio tiene más sorpresas que profecías. En esta edición, espléndidamente traducida por Matías Battistón, sin escatimar esos entretenimientos para algunos, marginales, que son las notas eruditas, se relata la larga travesía del libro, que primero fue una novela rechazada por todos los editores, luego se descompuso en relatos o episodios con el mismo personaje protagónico, aquí puesto en el título, y finalmente se publicaría, para no venderse nunca, y para que su autor tampoco quisiera exhumarlo en sus épocas más gloriosas, que son también las más ascéticas.
Originalmente, estos cuentos, cuyo héroe es siempre el mismo Belacqua, nombre de un condenado por Dante en el infierno de los perezosos, se titularían Desechos, pero el editor convence al joven narrador para que no señale la basura con un cartel demasiado llamativo, y Beckett le pone el título enigmático, el retruécano con ecos evangélicos More Pricks than Kicks, cuyos dobles y triples sentidos expone el traductor antes de aceptar el bautismo editorial, con el nombre italiano, eufónico y casi líquido, del protagonista.
Los cuentos en sí mismos parecen practicar distintos estilos, y están colmados de alusiones. Casi en cada párrafo se encuentran citas o paráfrasis de Dante, por supuesto, desde el nombre, del tratado de Burton sobre la melancolía, puesto que la anatomía de Belacqua y su falta de interés en cualquier actividad que no sea leer o tomar algo o burlarse interiormente de alguien lo sumen en cierto luto interminable, de las Confesiones de San Agustín, que diagnostica en latín los pecados del personaje, sin mencionar todas las palabras en alemán y los sucesos mitológicos y las vueltas de la prosa inglesa desde el medioevo al menos hasta Swift, que decididamente era irlandés. Todo ese espesor de citas ocultas o exhibidas hormiguea por debajo de historias breves, a veces nada más que escenas, que transcurren en calles y bares y algunas casas de Dublín. Las conversaciones jocosas y cargadas de detalles ingeniosos, con bebidas copiosas y apariciones más próximas o más lejanas de mujeres que podrían redimir al héroe, además de la ciudad y de la cercanía de épocas, recuerdan a Joyce. Y el mismo Beckett diría, años después, que lo había ayudado a librarse de ese estilo lleno de resonancias, ese absoluto de la literatura, mudarse al idioma francés, donde Joyce se volvía menos acuciante para él. Pero en Belacqua no se desdeña su influencia, ni siquiera teológica, porque la narración de iluminaciones significativas en medio de un mundo de charlas prosaicas se parece a la exigencia de una salvación por las obras.
Quizás el mejor cuento del libro sea el primero, “Dante y la langosta”, donde la reminiscencia culta, el modelo absoluto, se encuentra con un suceso cualquiera en la vida joven de un lector apasionado. Belacqua entonces trata de entender las partes teóricas de la Comedia, donde se explican cuestiones del cielo. Lee el libro, como es recomendable, en italiano. Asiste a clases particulares del idioma inventado por Dante con una señorita napolitana. Pero antes le encargaron en casa que pasara a comprar una langosta para la cena. Belacqua desayuna con una obsesiva atención al detalle de su tostada con queso gorgonzola que se parece mucho a otro desayuno de un paisano suyo, exiliado en la misma isla. Pasa por un bar a tomar algo, embolsa la langosta, va a su lección de italiano. El paquete de la pescadería parece moverse mientras él descifra su Comedia con la profesora, quien le recomienda: “no estaría mal que usted rastreara las poquísimas muestras de compasión de Dante en el Infierno”. En una rápida salida, el joven estudiante logra salvar su bolsa de un gato que vivía en la casa de la profesora. Después se la lleva a su tía, que la abre sobre la mesada de la cocina y la langosta... se mueve. Estaba viva y el inexperto comprador la había paseado por bares y lecciones sin pensarlo. Ahora se entera de que las langostas se hierven vivas, y la muy escasa compasión de Dante, o la infinita piedad de Dante que la retiene en los límites de su forma y de su filosofía para no llenar de lagrimitas su colmenar de tercetos, lo hace su presa. “En las profundidades del mar la langosta había caído en la trampa cruel. Durante horas, en medio de sus enemigos, había respirado en secreto. Había sobrevivido al gato y a las manos de Belacqua. Ahora iba a hundirse viva en agua hirviendo. Era algo necesario”. Pero hasta ahí llega el estoicismo del joven Belacqua, porque pensaba que era una muerte rápida de ese animal que tiembla, y la última frase del cuento comprueba: “No lo es”.
Los otros nueve cuentos siguen los años de madurez del héroe, sus romances, su casamiento, sus ideales perdidos en la ironía juvenil y en la resignación cruel, hasta su muerte en un hospital y su ostentosa ceremonia fúnebre. En cada caso, se podrían enumerar las citas, los comentarios a crónicas de época, operetas, piezas de teatro cómico, pinturas renacentistas, todo poeta inglés que venga al caso, y refranes, retruécanos, letras de canciones que se escuchaban en las calles de Dublín. Curiosamente, después de muerto, Belacqua tiene otro cuento, escrito a pedido del editor para aumentar el número de páginas y darle un lomo más normal al libro, pero es tan hermética esa aventura espiritual y póstuma que el mismo editor se arrepiente de haberla solicitado. Así que el cuento de ultratumba, el más dantesco entonces, saldrá aparte, nunca publicado por Beckett, con su título mitológico: Los huesos de Eco, en otro libro.
No es el menor de los atractivos de Belacqua, además de la diversión de las citas y de la elegancia descriptiva de sus párrafos, con ornamentos que su autor no toleraría más tarde, el que se pueda leer como un ameno puente, lleno de ocurrencias y de teorías encarnadas en gente, entre los recorridos infinitos del más gozoso Joyce y las aspiraciones de inmovilidad, lenguaje tan absoluto que no nombra nada, del Beckett del futuro.
9 de abril, 2025
Belacqua
Samuel Beckett
Traducción y prólogo de Matías Battistón
Godot, 2025
224 págs.
Los huesos de Eco
Samuel Beckett
Introducción de Mark Nixon
Traducción de Matías Battistón
Godot, 2025
96 págs.