¿Cuánta es la presencia y cuál la gravitación que tiene la literatura en la llamada discusión pública? Pregunta complicada que, pareciera, ya nadie se hace, y mucho menos procura poner en escena. La espectacularización de la cultura anticipada por Debord, sumada a la insistente vindicación de la biopolítica anticipada por Foucault, hace que en los medios proliferen, y tengan una relevancia superlativa, payasos escandalosos promovibles a presidentes y un ejército de médicos de toda especie. Los escritores, en tanto, brillan por su ausencia. A lo sumo pululan por los reductos parcelados de una red cada vez más atomizada, circunscribiendo su discursividad a un público de especialistas. Una de las últimas veces que un escritor tuvo un espacio destacado y ocupó un lugar relevante en un medio que todavía en ese momento podía considerarse masivo, refiere al antecedente de este libro. Porque Borges por Piglia, por extraño que parezca, tiene su origen en un producto televisivo. El texto que lo compone surge de la desgrabación de un curso en cuatro clases dedicado a Jorge Luis Borges que dictó el escritor Ricardo Piglia en el año 2013 por la televisión pública. La puesta en escena incluía la presencia del público (alumnos presenciales de las clases, podríamos decir), que sobre el final de la emisión podían hacer preguntas, y un bloque en el que Piglia conversaba con dos escritores invitados. Ambas instancias se incluyen en esta publicación, que se cierra con un excelente epílogo de Eduardo Dieleke, en el que da cuenta al detalle de las cualidades performáticas del Piglia profesor. Lo primero entonces que cabe considerar en relación a este libro es ese gesto de intervención en el escenario público, su ostensible pretensión de poner en diálogo a la literatura con la cultura de masas. Un gesto que, apenas doce años más tarde, es poco menos que inconcebible. La mutación cultural ha sido tanta y tan vertiginosa que ya a nadie se le ocurre algo semejante, como si acaso la literatura fuera un campo prescindible, que nada tiene para aportar a la discusión pública. Digamos por lo tanto que Borges por Piglia en la televisión pública supuso una suerte de acontecimiento, que acaba de completarse con la edición de este libro.
Como si se tratase del último de su especie, Piglia pone en marcha un movimiento estratégico cuyo modelo lo encuentra en Borges (en el Borges que, por ejemplo, escribía sobre Faulkner en la revista El hogar). Lo que por cierto no es algo casual, porque el curso es en principio una presentación de Borges y su literatura, y además, y esto es lo realmente importante, es una invitación (o más bien una incitación) a considerar la productividad actual de sus acciones e ideas más significativas, esas que dieron lugar a una figura de autor y a una literatura que, como lo demuestra este curso, resultan todavía imprescindibles.
Así, en la primera clase, Piglia señala que Borges es un buen escritor, no sólo porque escribió una obra asombrosa, sino también y sobre todo porque inventó un procedimiento: la ficción especulativa, que tuvo y tiene una gran productividad en la obra de muchísimos escritores y artistas, incluido, claro, el propio Piglia. Borges, nos dice Piglia, detecta antes que nadie que “el problema no es cómo la realidad entra en la ficción sino como la ficción la actúa en la realidad”, señalamiento que tiene una evidente actualidad, en tanto pareciera que ya no hay campo de la realidad que no esté tomado por la ficción.
Luego de dar cuenta del mito de origen que crea el propio Borges, según el cual su literatura está signada por un doble linaje (por un lado, el materno, de origen nacional, ligado al cuerpo, la épica y la barbarie; y por el otro, el paterno, de origen inglés, ligado a la cultura, la lectura y la civilización), Piglia explora en la segunda clase los textos ligados al primero, es decir los llamados cuentos de cuchilleros. De lo que se trata en este caso, nos dice, es de “escribir la memoria”, lo que para Borges significa, y acá tenemos otra de sus contribuciones, utilizar la memoria como máquina de ficción.
La tercera clase la dedica al otro linaje, signado por la biblioteca, en el que se procura “escribir la lectura”. Borges otra vez da en el clavo, nos dice Piglia, asumiendo un problema central (digamos el dilema cero de la literatura), que es el del encadenamiento virtualmente infinito entre la lectura y la escritura, en el que la traducción, la cita, la reescritura, la parodia, la copia, el plagio y el pastiche se indistinguen para dar lugar a un texto nuevo.
Finalmente, la cuarta clase, dedicada esta vez a la cuestión política, Piglia rescata la tesis que Borges esboza en “El escritor argentino y la tradición”, según la cual la literatura argentina, por estar alejada del centro, es decir por estar fuera de lugar y tener una tradición prehispánica pobre, no está determinada. Lo que implica que está abierta a todo, y por lo tanto los escritores tienen a su disposición para producir sus textos la “biblioteca total”.
Como es evidente, apunta Piglia, lo que para Borges define a la literatura de un país o de una época es una “forma de leer”, y la tarea del escritor, de carácter inminentemente político, consiste en operar sobre esa forma, en principio para que los textos propios adquieran una legitimidad que los torne legibles. A los libros no basta con escribirlos, también hay que hacerles un lugar en el contexto cultural que les tocó en suerte, premisa que Piglia adopta y actualiza, por ejemplo en este curso dictado en la televisión pública.
En la lectura de este libro se hace evidente que la preocupación porque el material resulte accesible no se resuelve bajando el nivel sino tornándolo trasparente y atractivo a través de un recorrido con ejes temáticos bien definidos, matizado con anécdotas memorables, datos eruditos, notas personales y ocurrencias ocasionales tan pertinentes como graciosas. En la puesta en escena, todo eso además estaba sostenido por la gestualidad performática de Piglia, que, tal como se trasluce en la lectura de este texto, tenía la capacidad de imprimirle a su exposición un carácter conversacional, generando una cercanía que redundaba en una interpelación directa a sus oyentes (efecto que se transfiere ahora, a través de una prosificación que procura conservar esa misma impronta, a sus lectores.)
La lectura que hace Piglia de Borges es una lectura de escritor, o sea una lectura conveniente, en la que por un lado se juega algo de la apropiación, y por el otro, en el discurrir de las argumentaciones, se trama en negativo un cierto aval para los textos propios. Instalando una visión de Borges, Piglia instala de manera implícita una visión de sí mismo y de su literatura, y entonces podemos decir que el “por” de Borges por Piglia, además de lo que dice, alude a una multiplicación.
12 de marzo, 2025
Borges por Piglia
Ricardo Piglia
Epílogo de Edgardo Dieleke
Eterna Cadencia, 2024
224 págs.
Crédito de fotografía: Pablo Piovano.