La instancia de rodaje de una película tiene algo de irreal, o mejor dicho de realidad suspendida. Articula un paréntesis en el orden cotidiano que da lugar a una suerte de microcosmo alternativo, compuesto generalmente por un conjunto heterogéneo de personas de profesiones y procedencias diversas que se encuentran en la eventualidad de tener que convivir durante un tiempo acotado en un lugar provisorio, digamos un campamento compuesto por una serie de containers enclavado en un territorio que a todos les resulta más o menos desconocido. En ese contexto, sujeto a esa rara conjunción de elementos y a esa circunstancia altamente inestable, se inscribe Buuuuh!, este curioso artefacto textual de Iosi Havilio que se presenta como una novela y que pareciera ser un diario, pero que en sentido estricto es una serie de notas numeradas de toda índole escritas por uno de los miembros de ese equipo de filmación, el actor que protagoniza la película. Se trata de un dispositivo abierto en el que todo pareciera tener lugar y, de hecho, más que de una composición pareciera tratarse de una descomposición deliberada, tendiente a desestabilizar de manera continua todo lo que presenta. Es como si el narrador se hubiera propuesto contar lo que pasa y lo que le pasa a través de un collage desquiciado que incluye aforismos, chistes de Quevedo, variaciones de frases hechas, reseña de objetos que se mueven solos, definiciones de algunas palabras copiadas del diccionario, data enciclopédica sobre la cantidad de pensamientos que produce el cerebro, frases de manual de autoayuda, reflexiones acerca del semen, fragmentos de Hamlet, disquisiciones acerca de la cebolla, partituras musicales, información sobre los planetas, sobre los colores y sobre simbología de los número tántricos, entre muchísimas otras excentricidades. Claro que además se refiere a la circunstancia actual, en principio al lugar donde se encuentran, Punta Indio, y por supuesto a todo lo que compete al rodaje de la película.
Aunque eventuales y episódicas, introduce pequeñas narraciones, e incluso una trama que va desplegándose a cuentagotas hasta precipitarse sobre el final en una serie de acontecimientos entre delirantes y apocalípticos, pero en líneas generales va dando cuenta de lo que ocurre a través de apuntes telegráficos y ligeramente desenfocados, evitando recurrir a la crónica o cualquier otra forma narrativa digamos que convencional. Nos enteramos así que en el lugar hay un grupo de africanos abocados a la demolición de una casa, una comunidad que fabrica colores, un ufólogo, presuntos chanchos asesinos, vecinos decapitados y hasta extraterrestres.
En cuanto a esa familia dislocada que es el equipo de filmación, vamos conociendo y delineando a cada uno de sus miembros sobre todo a través de la transcripción de frases sueltas que el narrador los ha escuchado decir. También, claro, hay notas que refieren a la filmación de algunas escenas de la película, a los inconvenientes en relación al plan de rodaje y a los distintos conflictos que se van suscitando con el correr de los días.
Si bien todo lo referencia, porque tanto la elección de lo que dice como el modo en el que lo dice hablan de él, pocas son las notas en las que narrador se refiere a sí mismo, lo que contribuye a configurar un retrato esquivo, que va delineándose en gran medida a partir de algunos interrogantes respecto a su comportamiento: ¿Por qué o para qué escribe este simulacro de diario? ¿Por qué apunta lo que apunta, cosas tan diversas y aparentemente inconexas como la cantidad de versiones registradas de “La flor de la canela” o los modos en los que se dice palabra “polvo” en distintos idiomas?
Hay, por último, una serie de notas metatextuales, en las que el narrador alude de manera directa a este proyecto, no para clarificar su propósito sino más bien para desalentar cualquier intento de estabilización respecto al sentido de lo que está haciendo. Dice en la nota 276: “Esto no es un diario, esto no es una descarga, esto no es un film, esto no es un acto de psicomagia, esto no es nada de nada. Es lo que pasa, es lo que está pasando”. Sus especulaciones son proliferantes y contradictorias, y no hay afirmación que no se desmienta un par de notas adelante. En la nota 441, por ejemplo, especula con la posibilidad de enterrar el cuaderno de notas para que sea descubierto en el futuro, y por un instante el lector acaso especule con que este texto se trate de eso, de un mensaje para nada y para nadie, destinado a una posteridad improbable; pero, casi de inmediato, ese mismo lector se confronta con la nota 443 que, acorde a la dinámica reversible que anima al conjunto, desbarata esa perspectiva, diciendo: “No voy a enterrar este cuaderno. Es una idea zonza, demasiado zonza”. Las señas desestabilizantes son tantas y tan discordantes que nos llevan a concluir que todo lo que se dice en estas notas es en realidad una pura enunciación sin más. Pero incluso esto es desmentido por el narrador, que en la nota 647 dice de manera tajante: “Esto parece una enunciación, pero no, es”.
Algunas notas metatextuales, sin embargo, no son desmentidas y parecieran que comentan de manera cierta este proyecto, como es el caso de la nota 689, en la que se afirma: “Me gusta este mundo, me gustan los juegos que se van armando, me gustan los entretelones, la arbitrariedad, lo que no termino de captar. No pienso soltarlo así nomás”. Pero, ¿quién habla en este caso? ¿Es el narrador, o acaso se trata del escritor, que se ha permitido saltearse la sacrosanta distinción entre narrador y autor? Otras notas van en sintonía con esta especulación, que acaba confirmándose en la nota 1086, en la que quien enuncia es innegablemente Iosi Havilio, en tanto alude de manera explícita y con datos ciertos a la muerte de su padre, el actor yugoslavo Harry Havilio. En esa misma nota incluso hace una mención a este libro, diciendo: “...Unos meses antes de morir, le pasé como de costumbre el manuscrito de lo que estaba escribiendo. Una primera versión de este happening, un borrador caótico...”
Nos enteramos de este modo que la primera y radical desestabilización de las múltiples que pueblan este texto es la del supuesto portavoz de estas notas, que resulta ser de manera simultánea el autor Iosi Havilio y ese actor que oficia de narrador y protagonista, tanto de esta supuesta novela como de la película que se está filmando. Y ocurre que cuando el emisor se disgrega y multiplica, necesariamente suscita una multiplicación de interrogantes sin fin: ¿Quién escribe estas notas? ¿De quién es este diario? ¿Es esto un diario? ¿Qué es esto?
Más allá de las respuestas, a las que en este caso conviene renunciar, digamos que en rigor esto no es un diario, no es una novela, no es una manual de autoayuda, no es una performance, no es un patchwork desestructurado, no es la crónica del rodaje de una película, no es un cuento de terror ni el guion para una película clase B. Y, sin embargo, misteriosamente es todo eso, pero todo eso a la vez: un experimento incierto en la forma de una enumeración abierta, deliberada, en la que prima la multiplicación de lo dispar, lo supuestamente indebido, lo contradictorio, el capricho, el despropósito, el juego, las líneas de fuga y el espíritu de provocación. Por eso, apelando a ese salvoconducto de la indefinición que es la tautología, quizás lo único que se pueda decir de manera cierta es que este texto es un texto en el sentido estricto del término, es decir un tejido en el que acaso pueda entreverse la trama dispersa de una buena historia.
22 de noviembre, 2023
Buuuh!
Iosi Havillo
Entropía, 2023
362 págs.