Desde la publicación de La descomposición (2006) hasta Una música (2022), la producción de Hernán Ronsino parecía haber encontrado su forma en la novela. Es cierto, inicialmente había publicado un volumen de cuentos y, en 2017, uno de ensayos, pero se trataban de libros marginales con respecto a una obra construida por narraciones de mediano y largo aliento. La aparición de Caballos de verano sorprende no solo por ser su segundo libro de relatos sino también por la coherencia con la que se integra a su obra ya publicada.
Caballo de verano se divide en dos secciones. Si le creemos al texto de contratapa, la primera está integrada por cuentos escritos hace añares mientras que los segundos son más recientes. Pero, también, la división dialoga con las dos zonas de su producción novelística. La primera sección puede leerse como parte integral de su ciclo rural (integrado por La descomposición, Glaxo y Lumbre), mientras que los últimos relatos están ambientados en diferentes ciudades, tal como ocurre en sus últimas dos novelas, Camarón y Una música. Por eso, estos cuentos son una suerte de miniatura de lo que, hasta ahora, es la totalidad de su narrativa.
Al igual que en sus novelas, estos cuentos están atravesados por la presencia de una violencia ominosa, que no siempre termina de expresarse. Una violencia a veces referida, de manera sutil, a las cicatrices de la historia argentina contemporánea (en, por ejemplo, “Ejército enemigo”), algo ya presente en Glaxo con los fusilamientos de José León Suárez o en Una música con la última dictadura militar. En otras ocasiones, aparece de manera apenas velada en el entorno familiar, atravesada por la sombra de lo siniestro. Es lo que ocurre, por ejemplo, en “Pie sucio”, donde la muerte y el deseo se aúnan en un secreto que permea intimidad de una pareja.
Los relatos de la primera sección se construyen en torno a rumores y a pequeños chismes de pueblo. Sus personajes son amantes de las narraciones orales o, más bien, del chisme entendido como una de las bellas artes. Como Puig, Ronsino hace de la chismografía una forma literaria; como Saer, su prosa se detiene en el pequeño detalle iluminador y en la descripción detallista de una percepción siempre difusa.
Del mismo modo que en sus novelas, Ronsino dosifica con maestría la información, haciendo que sus relatos vayan construyendo una atmósfera de misterio. Hay algo de la tradición del género policial en su variante heterodoxa (Walsh, Saer, Leñero), esa que no copió un modelo sino que adaptó sus formas haciendo, inevitablemente, otra cosa: en este caso, construyendo ficciones en las cuales la estructura está al servicio de finales nunca efectistas, casi sin excepción sorprendentes. Es notoria la marca de Onetti, no tanto en la presentación de un elenco estable de personajes sino, más bien, en el trabajo con la potencia narrativa del secreto y de lo no dicho. Como ocurre también con el uruguayo y con los buenos policiales, se trata de relatos que obligan a la lectura lenta y a volver sobre algunos párrafos.
Ronsino no esconde sus preferencias literarias: una avenida Brausen, un Doctor Laurenzi, un epígrafe de Haroldo Conti. En “El origen de la tos”, un cuento que recuerda a “El pez en el hielo” de Ricardo Piglia, el homenajeado es Franz Kafka. Todos ellos están presentes sin caer jamás en el epigonismo ni en el guiño snob: las lecturas de Ronsino están presentes en la cadencia de su prosa y en la estructura de sus narraciones. Lecturas que dan cuenta de una voluntad de construir, libro a libro, sin temerle al diálogo con la tradición, una obra ambiciosa. Por eso Caballo de verano exige ser leído no solo como un volumen de cuentos autónomo sino, más bien, como la actualización de una obra.
11 de septiembre, 2024
Caballo de verano
Hernán Ronsino
Eterna Cadencia, 2024
120 págs.
Crédito de fotografía: Alejandro Guyot