Japón –nos informa el escritor, editor, orientalista y reciente youtuber Miguel Sardegna– profesa un riguroso culto a la puntualidad. De hecho, no hace tanto de las disculpas oficiales que cierta compañía de trenes emitió luego del suplicio infringido a los pasajeros en uno de sus viajes. No era para menos, un tranvía había sufrido 20 segundos de demora.
En “Cabezas y vientre”, el cuento que abre el libro homónimo del nipón Riichi Yokomitsu (Fukushima, 1898-1947), la repentina parada de un tren escandaliza a los hombres y mujeres abordo. Por toda explicación, el conductor repite, cual autómata, que ha habido un incidente en dos estaciones. Los pasajeros deben, entonces, optar por bajarse allí mismo, aguardar en el vagón, o regresar a la estación de partida. A través de las conductas y comportamientos de los viajeros, Yokomitsu se encarga de remarcar el espíritu gregario del hombre, incapaz de tomar una decisión individual cuando el menor inconveniente –el menor cambio de planes– altera su –puntillosa– rutina. El biógrafo del autor, nos informa Sardegna en el prólogo, sostiene que “Cabezas y vientre”, publicado originalmente en 1924, es el modo con el que Yokomitsu denuncia la deshumanización de la sociedad japonesa.
Puede que esto, en efecto, sea así. Pero puede, también, que sea de otra manera. Podría, por caso, postularse una lectura que haga de lo puramente literario (y no de lo humanista o lo sociológico) el corazón del relato. Allí estaría el tren varado, allí la masa de hombres asustados e irresolutos, allí los empleados mecánicos de la compañía, y allí el niño del comienzo y del final, que decide, diferenciándose de los adulos, quedarse solo. Allí estarían, tal vez, para no expresar ni denunciar nada, nada más que a ellos mismos. Una ausencia de significado contextual que celebrara la literatura por sí misma, y que pareciera rozar algo de la atmósfera kafkiana.
En esta misma sintonía podrían pensarse “Pájaro” y “Siete pisos de ejercicio”, cuyo comienzo cinematográfico –una simultaneidad de imágenes que dan cuenta del sin fin de tiendas y mercancías que atiborran un centro comercial– denota la modernidad consumista de Japón. El espíritu gregario de los pasajeros del relato anterior se transforma aquí en la ceguera generalizada de los clientes que afluyen, en correntadas, por el interior del comercio. Kuji, el privilegiado hijo del propietario, a quien se acusa de estar vacío (¿kafkianamente?) de emociones, sube y baja por el ascensor, desciende en los distintos pisos para conquistar, con dinero, a diversas trabajadoras y alcanzar, así, su imaginaria meta: confeccionar la mujer eterna. Las piernas de una, el torso de la otra, la cabeza de esta última...
Con textos que esquivan la literatura del yo y la problemática proletaria, Yokomitsu funda, junto a otros escritores de su generación, la escuela de las “nuevas sensaciones”: sensaciones próximas, explica Sardegna, a un Japón moderno, dinámico, tecnológico, que escapan de una poética estática, de corte tradicional. Las imágenes y los recursos cinematográficos, el énfasis en los espacios urbanos y comerciales, señalan nuevas formas ligadas a la velocidad, a la fragmentación y al movimiento.
Pero puede que, también esto, sea de otra manera.
Por ejemplo, los cuentos más bellos y poéticos del volumen, “Pensamientos sobre un jardín florido” y “Monte Hiei” abrevan en una nostalgia dolorosa, que dista de cualquier celebración del mundo moderno. Lo absurdo, lo deshumanizado, la extrañeza autómata o cíclica, deja paso, aquí, a un profundo sentimiento de pérdida, y el corazón de estos textos, antes que tinta, bombea sangre.
Distante de lo que hoy concebimos como literatura del yo, el primero de los relatos ostenta, de cualquier manera, un significativo sustento autobiográfico: la muerte de la primera y jovencísima esposa de Yokomitsu, que agonizó por la roja tuberculosis y falleció en 1926. El protagonista de “Pensamientos sobre un jardín florido”, publicado un años después, en 1927, debe lidiar no sólo con la inminente partida de su amada, sino con el deseo de muerte que ella, languideciente, profiere: sólo morir traerá el fin de su padecimiento. Si el marido se muestra aquí como un personaje vacío, su oquedad no responde a un fin puramente literario, textual, sino al desgaste psíquico –y humano– que la muerte de la esposa le impone. Por ello el narrador sostiene que el hombre “era apenas una máquina de emociones desgastadas”.
Y si las formas del cine, los espacios urbanos y las nuevas prácticas culturales convocaban el interés literario de la escuela de las nuevas sensaciones, “Monte Hiei” se demora, como una plegaria bella pero que se sabe insuficiente, en problemáticas identitarias, metafísicas, budistas. “Hay algo del Japón de las tradiciones, escribe Sardegna, que late en este cuento”. En un aniversario de la muerte del padre, Sadao decide llevar a su familia al osario del templo Otani, donde descansan los huesos de sus progenitores. Atraviesan, también, el Monte Hiei, lugar en el que se erigió la escuela en la que Sadao estudió cuando niño y en cuyo patio alcanzó a sembrar, en su último año, un cerezo. Se libran, atenuadamente en el interior del protagonista, ciertas tensiones: entre la hiperactividad de su hijo moderno y el quietismo de la meditación budista; entre la tecnología y la comodidad de las sillas del cablecarril y las disposiciones que ofrece, inmaculada, la naturaleza; y ciertos paralelismos: entre antiguos y belicosos gobernantes japoneses y su propio vínculo con su esposa.
La traducción propuesta por Masako Kano, Mariana Alonso y Maia Worsnop incluye el voseo, aunque, con buena cintura, evita un tono marcadamente rioplatense. En otras palabras, logra una –limitada– cercanía lingüística; cercanía que los recursos y las imágenes de Yokomitsu vuelven a distanciar. Cabezas y vientre se consolida, entonces, como una antología que recopila la heterogeneidad estilística del autor. Ya sea interesada por un monótono viaje en tren, por las expectativas parentales que se vierten sobre un hijo, por la intensidad de un duelo por venir, la poética de Yokomitsu abraza elementos y situaciones heteróclitas en una prosa, antes que detallada, paciente, que sabe tomarse su tiempo.
Pero puede que esto, tampoco, sea exactamente así. Puede que sea, también esto, de otra manera. Y en esta ambigüedad, quizá, se juegue uno de los más logrados atributos de Yokomitsu.
13 de abril, 2022
Cabezas y vientre
Riichi Yokomitsu
Traducción de Masako Kano, Mariana Alonso y Maia Worsnop; estudio preliminar de Miguel Sardegna
También el caracol, 2022
136 págs.