Primera parte
CAPTURADO POR...
A
La experiencia de estar capturado por un autor equivale al enamoramiento, ese estado de disolución en el que uno transita su forma en la forma del otro, con tanta intensidad que las diferencias, pese a ser evidentes, resultan indiscernibles.
Ahora, por ejemplo, estoy capturado por el filósofo italiano Giorgio Agamben, alguien que respecto al amor escribió lo siguiente:
Vivir en la identidad de un ser extraño, no para convertirlo en más cercano, para volverlo conocido, sino para mantenerlo extraño, lejano, más aún: inaparente. Tan inaparente que su nombre lo contenga todo.
G
La captura se articula en un libro, dotado para el lector capturado de un particular encanto. Igual que le ocurre al enamorado, esta primera instancia es de deslumbramiento. El libro propiciatorio resuena con la potencia de lo experimentado por primera vez. Leerlo equivale a descubrir un territorio impensado, que se revela a la vez que se oculta, instaurando la gracia de un misterio.
Para el lector capturado hay algo ahí que se intuye sustancioso. Algo que no está dado y que en su carácter inaprensible adopta la forma de un enigma que exige ser resuelto. Y la resolución, claro, se encuentra en los otros libros del mismo autor, que contienen en potencia esa materia capaz de propiciar el placer que produjo el primero.
El lector, entonces, se encamina a su librería amiga en busca de los otros, y no se detiene hasta completar la colección. Investiga a su vez al autor, sondeando apuntes biográficos, entrevistas, reseñas de sus libros, etc. Igual que el enamorado, quiere ilusamente saberlo todo acerca de eso que lo ha capturado. Y en ese propósito, se encuentra y desencuentra con eso y consigo mismo, en un juego de asedios, interrogaciones, provocaciones, estímulos y apropiaciones sin fin. Todo dato adopta el carácter de una pista (que lo orienta y desorienta) a la vez que se convierte en una prenda de amor.
A
El lector enamorado es voraz. En su propósito de postergar el goce que le prodigó el texto catalizador, fetichiza al autor de la captura, y no se detiene hasta poseer todo lo producido por y acerca de ese autor. La captura lo convierte en un coleccionista caprichoso. El goce, que nunca es meramente intelectual, tiende a diversificarse, dando lugar a la aventura del extravío.
"Amar, dice Agamben, significa 'ser llevados', abandonarse a la aventura y al evento sin reservas ni escrúpulos".
M
En mi caso, en relación a Agamben, el acceso a la captura fue propiciado por uno de sus últimos libros: Autorretrato en el estudio, un texto en el que el autor procura dar cuenta de su forma de vida en relación a la práctica de la escritura, en el que memoria y pensamiento se anudan para dar lugar a algo que es poesía y filosofía a la vez. En palabras de Agamben, lo que intenta hacer con este libro es una "recapitulación", entendida como la forma en que el pasado sale de la memoria y se reúne en una figura o en un gesto, junto con algo inmemorial y memorable.
Supongo que sería pertinente contar las razones que convierten a este libro en el catalizador de la captura, pero algo en mí se resiste a hacerlo, supongo que a sabiendas de que, diga lo que diga, no voy a hacerle justicia a la experiencia que me prodigó. La lectura enamorada es cuanto menos dudosa: ¿habla del libro o del enamoramiento? Por eso, repito, preferiría hacer silencio, o en todo caso citar el texto en cuestión.
En la página 14 de la edición de Adriana Hidalgo, junto a la reproducción de una fotografía en la que se ve un pequeño fragmento de uno de los estudios del autor, se lee: "En lo que me atañe, pienso que no puede tomarse un libro que se ama entre las manos sin sentir un vuelco en el corazón, ni conocer de veras a una criatura o una cosa sin renacer en ella y con ella."
B
Autorretrato en el estudio es, entre otras cuestiones, un extenso catálogo de los autores que a lo largo de su vida capturaron a Agamben: Martín Heidegger, Walter Benjamin, Simone Weill, Alfred Jarry, Giorgio Caproni, Hemann Melville, Pierre Klossowski, Robert Walser, Guy Debord, Elsa Morante, Ítalo Calvino, Pier Paolo Pasollini, Hannah Arendt, José Bergamín y Jean-Luc Nancy, entre otros. Todos tuvieron incidencia en su formación y su derrotero intelectual y, desde siempre, han estado presentes en su vida, en particular en sus estudios a través de objetos e imágenes. Walter Benjamin, por ejemplo, está representado por tres objetos: una carta manuscrita, una fotografía tomada en Ibiza y el manuscrito de un sueño. Evidentemente se trata de uno de los autores que más intensamente ha capturado a Agamben. De hecho, refiriéndose a su relación con los textos de Benjamin, Agamben dice algo que acaso pueda ser leído como una perfecta caracterización del lector capturado:
"Cuando se entra en una intimidad incluso material, es decir, filológica, con la obra de un autor, cuando la lectura de sus libros nos hace temblar el pulso, entonces se producen fenómenos que parecen mágicos pero que en cambio son tan sólo el fruto de esa intimidad. Así sucede que al abrir una página se encuentra el paisaje que se buscaba, que una pregunta persistente halla de golpe su respuesta o su justa formulación o, como me ocurrió con Benjamín, que uno termina por coincidir físicamente con cosas y personas que él vio y tocó".
E
Es curioso lo que suele ocurrir (o al menos lo que suele ocurrirme a mí) con los libros de captura: nos atraen, antes incluso de que los hayamos leído.
Es lo que me ocurrió con Autorretrato en el estudio. Me bastó hojearlo, ver la disposición del texto y las imágenes, para comenzar a experimentar su poder encantatorio. De inmediato tuve la certeza de que iba a gustarme. Tanto es así que, pese a que tenía una veintena de libros que ansiaba leer, lo antepuse a todos en la lista de espera y lo leí de un tirón, para reconfirmar lo que ya sabía: que era libro extraordinario, y que su lectura iba significar para mí una modificación significativa (¿qué más se puede esperar de un libro?). Desde ese momento hasta la fecha, no he leído a otro autor que Agamben.
M
El primer libro es la puerta de entrada a un universo del que el lector enamorado no quiere salir. Por el contrario, lo que quiere es extender la experiencia todo lo que sea posible, dilatar el placer e incluso multiplicarlo.
Curiosamente, ese universo que lo ha capturado le resulta confortable y a la vez ligeramente incómodo. Lo experimenta como algo inédito, algo que ni siquiera imaginaba que pudiera existir, y a la vez le resulta completamente familiar, tan próximo que es como si hubiese salido de él. En relación al texto tiene un sentimiento paradojal: está seguro de que se trata de algo que jamás podría hacer, y a la vez lo siente tan cercano que es como si lo hubiera hecho él. Siente, además, que el autor de captura siempre está diciendo aquello que, aún sin saberlo, él quisiera decir.
Por todo lo anterior, igual que le ocurre al enamorado en relación a la criatura u objeto de la que está enamorado, el lector capturado se reconoce y refleja en el autor de captura, sobre todo en aquello que no imaginaba que podía ser.
Segunda parte
CAPTURADO POR...
C
Uno lee, entre otras razones, para muy de vez en cuando acabar capturado en un universo del que no quiere salir. Lo que por lo general da lugar a la experiencia sin igual de la lectura consecutiva de todos los textos de un autor. Recuerdo, por ejemplo, la inmersión pavorosa en la obra de Osvaldo Lamborguini, exhumada y compendiada por César Aira en dos tomos para Ediciones Del Serval: Novelas y cuentos y Tadeys. O, siguiendo otra vez a Aira, en este caso a través de un librito que compila cuatro conferencias suyas acerca de Copi, sentir el impacto de "El Uruguayo", seguido de todo el resto.
Antes, claro, fui capturado por el universo de Aira, a partir de una pequeña maravilla que se titula La costurera y el viento. Si tuviera que definir en una fórmula sintética qué es lo que experimenté en esa lectura, debería decir que, como nunca antes con otro texto, sentí la eufórica felicidad de estar en contacto con una manifestación liberada. Tiempo después, en un magnífico ensayo de Graciela Speranza, encontré una cita en la que Aira cuenta el origen y la circunstancia de esa liberación: A veces en el comienzo de una novela sólo tengo una anécdota que hay que rellenar; otras tengo el ambiente, los personajes y lo que se improvisa es la fábula. En algunos casos, llevé el experimento al extremo: en esa novelita que escribí en París, por ejemplo, La costurera y el viento, decidí escribir a partir de ese título que me cayó del cielo, sin pensar absolutamente en nada -ni tema, ni personajes, ni ambiente- improvisándolo todo. Salió una novela en la que me voy encontrando de pronto con una costurera, después con el viento.
E
La literatura de Aira, en todas sus facetas, es un fenómeno diferencial, un extenso universo anómalo compuesto por una serie virtualmente infinita de anomalías, empezando por sus historias, que son deliciosas excentricidades sin parámetro. Y ese es sólo el principio, porque también son anómalos los personajes (que pueden ser literalmente cualquier cosa: una monja, una mosca, gotas de pintura, un arbolito de navidad, mejillones mutantes, etc.), los géneros (a los que la narración recurre pero para sabotearlos, y que por lo general suelen trasmutar de uno a otro en unas pocas páginas), los finales (abruptos y desquiciados), el discurrir de la trama (proliferante e inesperada, compuesta al correr de la escritura, sin un plan previo), el tema (inexistente, delatando lo ridículo de pretender que una narración lo tenga), el sentido (inaprensible en tanto se va desplazando a la velocidad que se desplaza el relato), la representación realista (que se desentiende de representar la existencia, y mucho menos la esencia, y se concentra en el "como", o sea los modos en los que una situación se desarrolla), el verosímil (tramado en un juego en el que permanentemente es saboteado y reconstruido, para dar lugar a lo inesperado), el procedimiento de composición (que se antepone al dominio consciente del autor, desviando y desenfocando sus intenciones), el tamaño de los libros (algunos minúsculos, de unas pocas páginas), la figura de autor (tallada en la alternancia de la invisibilidad, la declaración ambigua y las recurrentes recreaciones ficcionales que aparecen por ráfagas en sus novelitas), la relación con la tradición (desacralizando, reconfigurando y redireccionando la línea heredada), la cantidad de su producción (más de cien a un ritmo de dos o tres novelitas por año), los modos de difusión (su obra está desperdigada en alrededor de cuarenta editoriales), la recepción crítica (vacilante frente a lo inasible, y por lo general abocada a definir lo que rehúye la definición) y, por último, la lectura (que, en tanto aborda una experiencia sin parámetros, suele tener dos posibles derivaciones: la desilusión y el fastidio, para quien no conecta con el despropósito, y el impacto profundo y la inmediata captura para quien lo experimenta como algo del orden de la epifanía).
S
En Aira hay un rechazo sistemático a hacer lo que se debe hacer en todas las fases del proceso literario, como si su propósito primero y último fuera devolverle a la literatura su matriz insumisa. Permaneciendo dentro de la literatura, se desentiende livianamente de las formas establecidas, extendiendo la frontera de lo posible y proyectando líneas de liberación que incluyen lo tentativo, lo incompleto, lo incomprensible, lo injustificado, lo disparatado, lo intrascendente, lo superficial, lo imperfecto, lo inadecuado, lo desbordado, lo heterogéneo, lo inestable, lo caprichoso, lo disperso, lo informe y lo indiferenciado, dando lugar a la simultaneidad de lo incongruente, a la trasmutación de las formas y del espacio, y a la precipitación del tiempo en el posible absoluto de la infancia. Y todo esto puede hacerlo porque permanentemente tiene presente que el arte no tiene importancia (No hay falacia más persistente en el discurso sobre las artes que ésa de la importancia, dice) y que la literatura no es mucho más que un juego intrascendente y gratuito. Y, desde esa posición, ¿qué sentido tiene atenerse a reglas preestablecidas? Si alguna productividad personal o colectiva tiene la experiencia literaria deriva de su uso desregulado, piensa, y por eso su accionar se concentra en establecer condiciones (anómalas) que permitan liberar su potencia.
El escritor Martín Kohan, uno de los confesos capturados por Aira, dice al respeto lo siguiente: Lo que a mi entender ha hecho César Aira, y nunca se lo agradeceremos lo suficiente, fue liberar a la escritura del imaginario de la misión y el mandato, el de la inmolación sufriente, la obligación moral, el cálculo disciplinario. Y colocarla, tanto mejor, en el ámbito dichoso de las ganas de escribir. Algunos ven superficialidad en Aira. Creo, por el contrario, que la literatura de Aira pone en evidencia la banalidad de la literatura 'profunda'.
A
Debido a la acumulación de todas estas singularidades, la captura en el caso de Aira no se atiene a los parámetros de normalidad, y el lector capturado lo sabe de entrada. Frente al primer gesto, que como sabemos es ir a la caza de la obra restante, se encuentra con que la obra de Aira está compuesta por más de cien novelitas, para colmo dispersas en infinidad de editoriales. Y eso no es todo, porque además se trata de una obra en permanente expansión, por lo que siempre estará a la espera o la caza de "la última de César Aira". Caza por cierto infructuosa, porque, luego de conseguirla, lo más probable es que se entere de que no se trata de la última porque acaba de salir otra, y así continuamente, en un muy entretenido juego del gato y el ratón.
A diferencia de otros autores de captura, en este caso es casi imposible completar la colección, dificultad que curiosamente suele transmutar en estímulo, para acabar alimentando la pulsión obsesiva del coleccionista. Para muchos, entre los que me incluyo, las novelitas de Aira se han convertido en objetos de colección.
R
Otro elemento distintivo, que lo diferencia claramente de otros autores de captura, es que en este caso el capturado sabe a ciencia cierta que no está solo, que no es el único, sino que hay una pequeña legión de fanáticos de Aira, y que además todos comparten una suerte de código indefinible, cifrado en la experiencia de una lectura inédita.
Dentro de esa pequeña legión de capturados por Aira, además, hay un gran número de escritores, teóricos y críticos, muchos de los cuales, en sus escritos o en entrevistas, se han referido a la literatura de Aira.
Propongo a continuación una suerte de retrato colectivo de Aira y de su literatura, tramado en la enumeración de una serie de testimonios de captura:
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Aira hace equivaler novela a milagro, literatura a felicidad. (Laura Estrín)
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Sus novelas, creadas con enorme libertad, son máquinas de felicidad que enuncian promesas de lo por venir. Abrir un libro de Aira es entregarse a la aventura siempre inteligente de lo inesperado y lo único. (Paula Pérez Alonso)
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"Una sensación de felicidad". Con esa frase se podría resumir la obra de Aira. Es un universo o un sistema literario al que uno puede entrar por cualquier planeta. Son planetas pequeños y alegres que pueden mover a la risa por la sorpresa de sus giros dramáticos o el perfil de personajes escorados o la sucesión de situaciones anómalas. (Miriam Molero)
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Aira es un autor de una obra plena de imaginación y felicidad literaria. Su único compromiso es con la literatura, nunca la literatura le sirve como un medio sino que es un fin en sí misma. (Damián Ríos)
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[Para Aira] la literatura no es la consecuencia feliz de una idea previa a la que la imaginación y el lenguaje deben adecuarse sino más bien la posibilidad de subvertir esa lógica causal y utilitaria que une el proyecto a la realización, reemplazándola por una inadecuación deliberada que permita el puro gasto improductivo. (Graciela Speranza)
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Sus libros múltiples y geniales hace tiempo que han dejado de ser literatura para convertirse en otra cosa. Para mí, él es un artista conceptual que usa la escritura porque es lo que tiene más a mano. En su obra no hay libros buenos o libros malos ya que conforman un trazado continuo que ilumina el presente y el porvenir. Él es el último surrealista, el artista del mañana. (Francisco Garamona)
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Extremando la tradición de la vanguardia que descree de las categorías de alto y bajo, culto y popular, y de las ideas de calidad literaria y de talento, la obra de Aira es la gran manifestación argentina del arte conceptual. (Damian Tabarovsky)
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Tal vez sea uno de los más lúdicos de nuestros escritores y eso es una maravilla. Hay una dimensión de juego en lo literario que él pone de relieve todo el tiempo, en primer plano, y eso es encantador. (Gabriela Cabezón Cámara)
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En Aira nunca hay pasiones tristes, aun cuando sus libros están llenos de proyectos truncos, ambiciones no realizadas, nostalgias de cosas no hechas y vidas no vividas. Lo que escandaliza en él (para fervor del adepto y desasosiego de sus detractores) es la alegría que exudan sus libros: esa alegría perseverante, incondicional, a la vez irreductible y traviesa, con la que lleva más de treinta años enrareciendo la literatura. (Alan Pauls)
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En Aira hay de todo, disfrazado de fácil. En realidad, con esa prosa que corre, toca profundidades y alturas que pocas ficciones se permiten. (Ana Ojeda)
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Las historias de Aira parecen fragmentos de un infinito e interconectado universo en constante expansión. (Patti Smith)
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Las novelas de Aira son tan endiabladamente entretenidas que no puedo más que agradecérselo con todo el corazón. (Selva Almada)
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Aira es un autor imprescindible de la literatura argentina que habilita "el contra realismo, el desvío y la desobediencia. (Fernanda García Lao)
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Esa corriente alterna que circula por cada puñado de páginas que Aira nos ofrece bajo la forma de novelas me hace sentir un lector afortunado, de esos que abren un libro y encuentran, en cada descubrimiento, la felicidad de estar en el mundo. (Carlos Ríos)
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La literatura contagiosa de Aira traslada a la lectura la experiencia de la escritura que no puede parar, la compañía mutua en los saltos al vacío y una fe ciega en la literatura donde Alicia encontró su bosque de felicidad y terror. (Juan José Becerra)
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Aira es la vuelta a la literatura como puro disfrute, a leer por puro placer. Representa mundos nuevos, lecturas renovadoras e inspiradoras. Además, abre infinitas posibilidades de creación en la literatura y, creo, en otras artes, de lo cual todavía queda mucho por descubrirse y desarrollarse. (Diego Cano)
- César Aira es uno de los pocos autores que seriamente hacen de la escritura una celebración. (Sergio Pitol)
A
Del conjunto de testimonios, se desprende que estar capturado por Aira equivale a estar capturado por la "felicidad". De manera sugestiva, esa palabra reaparece una y otra vez, como si se tratase del concepto que mejor se adecua a la literatura de Aira. En algunas declaraciones se refiere al estado de ánimo que ha experimentado el lector, en otras expresa un cierto estado de la literatura, y en otras incluso funciona como una definición de los textos. En cualquier caso, llama la atención la insistencia en una expresión que por lo general suele estar fuera del radio del análisis y la crítica literaria. "Felicidad" es un término inestable, reacio a lo categórico y vinculado al placer, que no se adecua al paradigma eficientista y totalizador con el que la modernidad formateó las prácticas artísticas, incluida la literaria. En ese contexto, por lo tanto, no alcanza el estatuto de concepto. Pero resulta que este "anticoncepto" al parecer es el que mejor se adecua a la "antiliteratura" de Aira. Al menos así lo testimonian los capturados que, más allá de todo prejuicio, insisten en colocar a la felicidad en el centro de la escena.
I
En lugar de referirse directamente al texto, el término "felicidad" desplaza la mirada y hace foco en la "experiencia de lectura". Esto es pertinente en relación a Aira, porque lo que ofrece Aira, antes que un libro, es una "experiencia en la forma de un libro". Desacraliza al libro en tanto aspiración trascendente, y devuelve a la literatura su carácter de intercesora del placer mundano de jugar con el lenguaje y de contar historias.
La felicidad en la que se traduce esta experiencia proviene en parte, pienso, de esa desacralización, de la insistencia de Aira en remitir el fenómeno de la escritura a su origen, en desregularlo y devolverlo a su carácter de juego intrascendente, es decir, en tornarlo "inoperoso" (diría Agamben), como condición de posibilidad para que se abra a un nuevo uso posible.
En la posibilidad de entregarse gozosamente al disparate, a la mezcla de saberes, a la interrupción caprichosa de la consecución lógica, a la trasmutación de los géneros (de todo orden), a la suspensión de todo juicio de valor, al total desentendimiento frente al gobierno del sentido, a la apertura de lo indiferenciado, en fin, al discurrir improvisado, sin más plan que una perpetua huida hacia adelante, está la clave de la felicidad que experimente el lector, que lo único que tiene que hacer es dejar de demandar lo que habitualmente demanda a la (supuestamente buena) literatura y entregarse a la experiencia.
R
A los capturados escritores suele llamárselos "epígonos", y en el caso de Aira son (somos) legión. Tantas son las posibilidades que se originan en su literatura que naturalmente ha ido conformándose una suerte de extensa familia de sucesores. Igual que pasó con Borges, su influencia es tal que divide aguas. Simplificando y exagerando los términos, acaso se pueda postular que la literatura argentina actual está conformada en parte iguales por los epígonos de Aira y por los que no los son.
Los epígonos, claro, no están (estamos) a la altura del original, en principio porque lo epigonal es siempre un derivación, una suerte de desvío a partir de un núcleo de potencialidad que, según el caso, puede resultar más o menos feliz. Un epígono sustancioso es aquel que abre una brecha de productividad y expande, a veces incluso copiando mal, el campo abierto por su predecesor. Algunos ejemplos sustanciosos en relación a Aira son, en mi opinión, Pablo Kachadkjian, J. P. Zooey y Sergio Bizzio.
En Autorretrato en el estudio, dando cuenta del valor que para él han tenido sus afinidades electivas, Agamben dice: "...soy un epígono en el sentido literal de la palabra, un ser que se genera solo a partir de los otros y nunca reniega de esa dependencia, vive una continua y feliz epigénesis." Y la literatura de Aira, en tanto se trata de una potencia expuesta, genera precisamente eso: "una continua y feliz epigénesis", que de un tiempo a esta parte ha dado lugar a un nutrido coro de voces confluyendo en una celebración.
A
"No creo que falten muchos años para la primera Gran Exposición Aireana, un "Aira-Con" donde los asistentes vayan a los paneles y charlas vestidos de sus personajes preferidos. Patti Smith podría tocar en la ceremonia de clausura", dice Kit Maude en su reseña a una de las últimas novelitas de Aira. Una versión de esta fantasía, quizás no tan colorida pero igualmente entusiasta, tuvo lugar el pasado 23 de Febrero en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. El evento en cuestión, organizado con el pretexto de festejar el cumpleaños número setenta del autor y la salida de su novelita número cien (El gran misterio), se llamó Festival César Aira y consistió en una feria en la que las editoriales que lo publicaron exhibían y vendías sus novelitas, más la lectura de sus textos por parte de una serie de escritores que lo admiran: Gabriela Bejerman, Ricardo Strafacce, Ana Ojeda, Osvaldo Baigorria, Mauro Libertella, Fernanda García Lao y Evelyn Galiazo. Este festival es el corolario público e institucional de un extraño fenómeno que, de un tiempo a esta parte (restringido, claro, al minúsculo universo de las letras), se ha venido orquestando alrededor de su figura. Igual que ocurre luego de la muerte de un escritor célebre, salvo que en este caso el escritor está vivo y tanto o más activo que nunca, no paran de multiplicarse y proliferar materiales, encuentros y acontecimientos que lo aluden. Una escueta enumeración de lo más reciente, incluye una novela protagonizada por Aira que adopta y lleva al paroxismo sus procedimientos: La última de César Aira, dos libros compuestos a partir de sus textos: Ideario Aira de Ariel Magnus y César Aira, un catálogo de Ricardo Strafacce, una página en Facebook que le está íntegramente dedicada: Todo Aira, un extenso ensayo acerca de la obra de Aira en la forma de un gran collage armado con fragmentos de sus novelas: La literatura de César Aira explicada por ella misma de Vicente Luis Mora, y un intercambio epistolar vía mail entre dos escritores (Sergio Chejfec y Ariel Idez) acerca de su literatura.
Por lo visto, los capturados por Aira parecen haberse liberado de todo prejuicio y, con total libertad, se han entregado a la felicidad de seguir ese impulso que nace de la lectura gozosa y activa, que consiste en multiplicar la experiencia en experimentos de todo tipo, dando lugar a nuevos artefactos. Por lo general se trata de subproductos, derivaciones lúdicas que trabajan retomando, reciclando y rehaciendo los textos de Aira, cuando no simplemente compilándolos y exponiéndolos en inesperados catálogos de prodigios. En todos los casos, el espíritu general que impera es de tributar, no ya al autor ni a su obra, sino a esa felicidad tan insistentemente mencionada, que compete a la experiencia de lectura.
18 de diciembre, 2019