Las genealogías suelen tener algo de caprichosas, de aleatorias, de alternativas, incluso de oportunistas. Esta, mía, brevísima genealogía de enunciados performativos consta, solamente, de dos actos fundacionales: el primero llevado a cabo por Dios (el primer performativo) en el comienzo de los tiempos. Si en el argé era el logos, ese logos creó primero al hombre y luego a la mujer (Eva, causa de todos los males). El segundo, pronunciado por Inocencio VIII en el año del Señor 1484, dará por oficial la existencia de las brujas, por lo cual la Inquisición se encargará de perseguirlas y condenarlas y se pasará a disponer de un procedimiento claro y neto para actuar.
Uno de los planteos con que se enfrenta Judith Butler es el siguiente: “Entonces, si la performatividad es algo lingüístico, ¿cómo se convierten los actos corporales en performativos?”. La tesis específica de Cuerpos aliados y lucha política, hacia una teoría performativa de la asamblea es que la acción conjunta puede ser una forma de poner en cuestión a través del cuerpo aspectos imperfectos o poderosos de la política actual: “porque los cuerpos, en las reuniones DICEN que no son prescindibles, aunque no articulen palabra”.
Foucault nos ayuda a pronunciar esta distinción, en especial cuando habla de las estrategias específicas del biopoder, de la gestión de la vida y la muerte en formas que ya no requieren una soberanía que decida e imponga explícitamente quiénes van a vivir y quiénes no. Y Achille Mbembe ha desarrollado esa misma distinción en su concepto de necropolítica. La performativa política sitúa la vida vivible en el primer plano de la política.
Aquella enunciación ilocucionaria (para usar el concepto de John Austin) de Inocencio VIII terminó por crear la cosa que enunció, les dio realidad concreta (en una bestial producción de violentamiento simbólico) a las brujas, quienes hasta ese momento no se habían visto legitimadas a través del discurso del poder como “reales”. Tal es así que podemos sostener que las brujas responden no solamente a una construcción imaginaria sino también a una enunciación simbólica por parte de la voz del mayor estado medieval: la Iglesia, y, como tal, se trata de una construcción del biopoder, tanto en cuerpo como en alma (pero, sobre todo, en cuerpo). “Tal vez el testimonio de ese goce inenarrable que sólo se manifiesta en la extrema privación, el éxtasis de las santas a cuyo enigma ni sus confesores podían acceder, los Inquisidores buscaron obtenerlo mediante LA TORTURA. Los inquisidores querían saber qué sentían las mujeres poseídas, ya sea por Dios o por el Diablo. El límite al pudor impuesto por la confesión perderá todo límite en las sesiones de tortura donde se hacen pedazos los cuerpos de las mujeres, para averiguar de qué están hechas y dónde se aloja el goce”.
Performance realizada en el 8M, Argentina 2020. Foto: Kala Moreno Parra
Así como Freud, antes de morir, casi en un gesto teatral y, sobre todo, representando un acto performativo, pronunció la famosa pregunta ¿Qué quieren las mujeres? Me atrevo a responder a esa pregunta: las mujeres queremos el acceso a la palabra (no al discurso, no a la cháchara, sino a la palabra, al verbo, en su más pleno sentido creacional: como posesión de identidad y como instrumento de poder), eso quieren las mujeres. No ya la palabra prestada, no la del lenguaje que excluye, sino el verbo que la visibiliza, otro Logos que no sea adánico. Y si de esto se trata, es necesario recurrir a la tarea de la práctica deconstructivista. Herederas de Derrida, un posible y productivo comienzo está dado en la deconstrucción y la reescritura del Génesis. Sostengo que en ese texto inaugural están diseminadas todas las simientes de los mandatos y empoderamientos patriarcales que han determinado en el mundo Occidental (cristiano y no cristiano) el modelo binario jerarquizante de hostigamiento y descalificación de lo femenino. Adán es hijo del Logos (del Verbo divino), Eva es hija de una costilla del hombre, es cuerpo de su cuerpo: producto en segunda instancia, una especie de idea de la Idea (en términos platónicos), deudora de la vida a Dios Padre y a Adán hombre. Así, las mujeres, han quedado exiliadas, desde su propia génesis imaginaria, de la palabra, por un lado, y de la autonomía, por el otro: creadas para ser subordinadas y obedientes, ocupan el espacio de lo Otro. Monstruos, en la teoría de Toni Negri, monstruas, resemantizaría yo. “Los Padres afirmaban –escribe Jeffrey Burton Russell en El príncipe de las tinieblas. El poder del mal y del bien en la historia– que todos los que hacían el mal estaban aceptando implícitamente servir a Satán, pero la noción de un pacto explícito de entrega al Diablo era nueva. Hacia el siglo XV, el pacto se transformaría en la acusación central contra las brujas; documentos en los que se afirmaba que se establecían formalmente esos pactos se presentaron en los tribunales con supuesto valor de prueba”.
Toda la tradición medieval se ha encargado, con voluntad obstinada, de fortalecer y dar entidad de realidad al imaginario mítico de la escritura sagrada: sustentada en el poder de una Iglesia misógina, los primeros mil años de cristianismo no han hecho más que perseguir a las mujeres: por libres, por pensantes, por creadoras, por putas, por brujas, por desobedientes y monstruosas. En muchas otras oportunidades cité el estudio de Guy Brechtel titulado Las cuatro mujeres de Dios: la puta, la bruja, la santa, la tonta, en este libro el autor desarrolla, apoyado en los textos tanto de la patrística, el Malleus Malleficarum, y actas de los tribunales inquisidores (entre otros) un análisis de los modelos de mujer impuestos durante la Edad Media, que podemos, antes y ahora, separar solamente en dos: la Virgen y la Puta, así de simplista y esencialista, categórica e inexorable es la mirada misógina y patriarcal del modelo religioso occidental. Lo que cae fuera de esta cartografía esencialista es carne para los leones.
“El Malleus, fiel a su título, hablaba sobre todo de mujeres. El problema eran las brujas, no los brujos”. Recordaba los argumentos clásicos que las designaban como presas y cómplices favoritas del demonio. Las mujeres eran proclives a la brujería debido a su debilidad, infidelidad, credulidad y lujuria congénitas. Pero proponía argumentos nuevos. Las mujeres creían poco y mal en Dios. Según la etimología (o la supuesta etimología), la mujer era un ser de fe débil, puesto que la palabra fémina estaba formada por fe y minus (lo que los eruditos traducían como “menor por la fe”).
Prosiguiendo su delirio, los autores recuperaban el mito de la vagina dentada, la vagina cortadora de miembros masculinos. El Malleus afirmaba que a las brujas les gustaban tanto los sexos masculinos que los coleccionaban. Algunas poseían hasta veinte o treinta en cajas de hierro, donde seguían meneándose como gusanos. Por desgracia nunca los encontraban en los registros, decían los autores, porque las brujas los ocultaban fuera de sus casas, generalmente en nidos de pájaros. En pocos años se distribuyeron treinta mil ejemplares del Malleus. Publicado primero en Estrasburgo en 1487, fue reeditado nueve veces antes de finales del siglo y otras seis veces antes de 1520. Lo cierto es que las cifras de la masacre son imprecisas y alarmantes: de acuerdo con la bibliografía que se consulte se habla de cientos de miles de brujas condenadas a la hoguera.
8M, Argentina 2020. Foto: Kala Moreno Parra
Si “biología es destino”, la acción política proclama que deje de serlo.
María-Milagros Rivera Garreta en un libro breve pero de una densidad clarificadora El cuerpo indispensable. Significados del cuerpo de mujer señala que “todos los sistemas de parentesco patriarcales se fundan en un pacto entre hombres sobre el cuerpo de las mujeres, un pacto que Carole Pateman ha denominado “contrato sexual”. Un pacto anterior al contrato social, cuya presencia raras veces dejan entrever las instituciones políticas, pero cuya existencia es fundamental para entender la subordinación histórica de las mujeres a los hombres”.
Rivera sostiene que tanto católicos como musulmanes y judíos compartieron este contrato sexual entre los siglos X y XIII dentro de la Península Ibérica. Los fueros castellanos prohibieron duramente a las mujeres cristianas que se hicieran sexualmente accesibles a musulmanes y a judíos, para estos casos se preveía el acoso y el destierro, como para los grandes traidores. Los textos normativos dan por supuesto que la heterosexualidad era obligatoria, como es efectivamente propio de las sociedades patriarcales.
Otro tema interesante es el de las relaciones entre cuerpo femenino / parentesco / conflictividad social / relaciones políticas. El contenido de lo femenino está en íntima relación con su cuerpo y su cuerpo es entendido como “cuerpo violable”. De allí que la violación de una mujer de alta alcurnia justificaba las guerras. Se entiende, pues, que la organización de la sexualidad está directamente vinculada con el poder político: “…poder es, en primer lugar, poder sobre las mujeres: el más poderoso se pone a prueba saltando los límites que circundan a las mujeres más prohibidas”.
La hipótesis de Rivera Garretos es que algunas mujeres medievales abrieron para sí, a través de formas de religiosidad, vías de acceso al control del cuerpo, a la vez que codificaban, en lenguaje espiritual, definiciones y figuras propias de lo que era el cuerpo femenino que ellas habitaron: un control y unas figuras que las mujeres no deben ni poseer (el control) ni construir (las definiciones y figuras) en las sociedades patriarcales.
Y aquí la parte que me resulta más interesante de la tesis de Rivera Garretos, la concerniente a la desnudez femenina “En el Occidente greco-romano-cristiano, se entiende que un cuerpo femenino está desnudo, no cuando no lleva un velo que le cubra la cabeza y el rostro, sino cuando habla. Especialmente cuando habla en público: en el caso del Cristianismo, especialmente cuando habla en la Iglesia, lugar común de los cristianos en el cual la palabra femenina es percibida como “indecorosa””. Y todavía nos queda un eslabón más (al menos en este itinerario breve) que es el de la conexión entre palabra y sexualidad, voz y cuerpo.
“Desde la antropología dicen que, en las sociedades patriarcales, es muy importante que los labios femeninos (los labios orales y los labios vulvares) estén cerrados”.
Si todos los labios femeninos permanecen cerrados, su sexo (es decir, su cuerpo sexuado en femenino) quedará sin construir, quedará sin representaciones simbólicas propias. Quedará sin construir porque es con el lenguaje (especialmente con la palabra pública, la palabra compartida) con lo que se construyen las categorías de una cultura.
“En este contexto, la violación, que se entiende siempre como el hecho de violación a un cuerpo femenino, es un mecanismo de las sociedades patriarcales que les recuerda a las mujeres que su cuerpo no les pertenece plenamente: que su cuerpo puede ser siempre inseminado, que su cuerpo puede verse siempre forzado a la maternidad no deseada. Despunta aquí de nuevo la estrecha relación entre violencia sexuada y contrato sexual”.
Por otra parte este dato: “Desde los orígenes del monacato femenino hasta, a menos, el siglo XII, hay datos reiterativos de un fenómeno en el que convergen la resistencia femenina a la heterosexualidad obligatoria, el deseo de construir un lenguaje espiritual y la falta de signos convencionales satisfactorios con que expresar esa resistencia y ese deseo. Se trata de un fenómeno exclusivamente femenino, que Jane Shulenburg ha denominado “mutilación sacrificial”. Consiste en deformarse el cuerpo (preferiblemente el rostro) con el fin de evitar (cuando no bastaba la palabra) el matrimonio o la violación”.
Personalmente, estoy cada vez más convencida de que la alianza para devenir sujetos no sujetas: creativas, libres, autónomas, dueñas y empoderadas debe hacerse con ese anomal imaginario que implica todas las deconstrucciones de la sujeción patriarcal del imaginario femenino del contrato sexual previo al contrato social. Como nos recuerda Derrida: deconstruir es una empresa de demolición. Y también estoy convencida de que dos son las estratificaciones que se deben desestratificar: el cuerpo y la voz. Un cuerpo propio y una voz propia: de eso se trata esta empresa de demolición y deconstrucción. El acceso a. Decía al comienzo de este trabajo: ¿Qué quieren las mujeres?: su voz y su cuerpo. Ser dueñas de su voz y de su cuerpo.
11 de marzo, 2020