Que Pedro Aznar es un tipo talentosísimo, que combina virtuosismo y melodía admirablemente; que tocó con gente muy grosa –Pat Metheny a la cabeza–, y formó parte de Serú Girán. Que canta bien, y suena, me dicen, sofisticado. Que se da el lujo de hacer un videoclip con una escala cromática y con un tono visual que Disney admiraría (Ella se perdió, si no me falla la memoria, con Mariana Arias en el papel de Ariadna, y con fuegos de antorchas dignos del Príncipe de Persia). Que, para colmo, sabe envejecer. No he escuchado como atributo, de todos modos, su capacidad para articular la historia cultural y los problemas políticos coyunturales con el contenido de sus letras y la elección de su repertorio. No estaré cerca del oído absoluto, sin embargo considero injustas las burlas de mis amigos y amigas por mi deteriorada capacidad auditiva (“no oís una mierda”). Y que soy despistado, me espetan, irremediablemente despistado.
Para mitigar estas acusaciones, dejaré sentado aquí algunas conexiones entre el disco de Pedro Aznar, Parte de volar, y la crisis política, económica y social que atraviesa hoy día nuestro devaluado país (y que no es plata lo que falta, que eso hasta en el nombre lo tenemos –argentum–, lo que falta son dólares). Sirva esta aclaración filológica para establecer de entrada mi concentración plena –mi falta de despiste–, y mi sagacidad auditiva, atento como estoy al sonido apagado e inescrupuloso de las financias, música orgásmica para los oídos de los Chicaco Boys argentinos y foráneos, únicos beneficiados en este contexto de caos.
Escucho en el primer tema del disco, “Dicen que dicen”, una crítica explícita a la forma de capitalismo que rige en el país, desinteresada de la producción y de la industria, porque el crecimiento y su derrame llegarán –convocados por la revolución de la alegría– de la mano de las inversiones y de la exportación. Abrirse al mundo, le dicen. Libre mercado, le dicen, aunque poca o nula libertad haya para ingresar, habiendo como hay en vastos sectores de la economía, abuso de posiciones dominantes. “Se llama Imperio en el mundo antiguo / le dicen hoy Globalización / La democracia es de peces chicos, tiburón”. El valor y la dignidad del trabajo se licúan en la lógica que proponen las altísimas tasas de interés y las especulaciones. Easy money para los que saben manejar las finanzas personales o empresariales. Otra cosa es, claro está, pensar la economía de un país y, en consecuencia, armar una política económica. ¿Qué es lo que puede entender un grupo de financistas (por best team que sea) de las infinitas complejidades económicas, sociales, culturales e ideológicas que articulan un país? A un empleado se lo puede despedir; a un ciudadano no se lo puede, sin más, despojar de sus derechos. Esa concepción ahorrista del Estado (que esta administración acata sólo cuando se trata de otros –basta recordar cuánto le ha costado y le cuesta al Estado, justamente, las deudas pasadas y presentes y los negocios actuales del señor Presidente, los de su familia y amigos–); esa concepción ahorrista del Estado, aclaraba, no concibe ciudadanos, sino individuos aislados que de acuerdo con la fortuna de sus emprendimientos y negocios, adquieren, o no, los privilegios (los gastos) de la educación, la salud, el transporte, la vivienda, la seguridad, etc. (Nada personal, vale aclarar: just business). Aznar, al ritmo de tambores populares, canta: “Tiempo es dinero y dinero es todo / todo a algún precio y ningún valor / El hombre es tiempo y brotó del lodo / por amor”.
Ilustración de Juan Carlos Comperatore
La ignorancia e inexperiencia de la gestión económica del gobierno de Cambiemos trajo consigo el endeudamiento más brutal en la historia del país (y el mayor préstamo en los anales del FMI): 50 mil millones de dólares. La mala praxis del manejo económico provocó la pérdida de libertad económica y política: el FMI tiene ahora, literalmente, una sede en nuestro Banco Central. Lo confirma el diario Clarín. Las decisiones de nuestro gobierno están subordinadas, entonces, a los intereses del Fondo Monetario Internacional, la institución financiera de estrechos vínculos con EEUU. Sigue Aznar: “Cuando soñamos un mundo unido / no imaginamos esta prisión / con diez mil ojos guardando el nido de un halcón”.
La tercera canción del disco, y clásico de Atahualpa Yupanqui, “El árbol que tú olvidaste”, se resignifica en este contexto y pareciera que el padecimiento, inherente a la condición humana, se reescribe aquí en función de la lejanía o la distancia, el desarraigo que sufre el ciudadano argentino de sus propias “raíces”: “El arroyo me ha contado / Que el árbol suele decir / Quien se aleja junta quejas / En vez de quedarse aquí / Al que se va par el mundo / Suele sucederle así /Que el corazón va con uno /Y uno tiene que sufrir”. Se sufre por tener un corazón, sí, pero se sufre aún más por el exilio voluntario. La crisis actual fuerza a miles de argentinos a dejar el país, a abandonar sus “raíces”, a olvidar el “árbol”. Este costado de la crisis lo informa Ámbito Financiero en noviembre de 2018.
En “Zapatillas y libros” Aznar recrea la pequeña travesía de un niño, que signado por la carencia económica y de políticas de Estado, debe aferrarse a la enormidad de su esperanza y voluntad (lo único que posee) para llegar a la escuela. Gastando suelas (“del único par que ya achicó”), sale de su casa derruida (“Por el techo pobre el sol se cuela como un ladrón”) con la ilusión de poder ahuyentar de su cabeza el llanto de su madre (por las precarias condiciones de vida, por la ausencia del padre del chico), y alcanzar la imaginaria felicidad que los libros (que le pesan en su caminata) le traerán, como acceso al saber legitimado. Casi como una alegoría, el niño semihuérfano, como el trabajador actual despojado de la protección política, se adentra en la experiencia moderna como un animal en la inmensidad de una selva inescrutable con una única y áspera certeza: su soledad. Los desposeídos, en la lona de la desesperación, echados del sector público, se suman a la súplica de los asalariados desempleados de las pymes y grandes compañías. Escribe Aznar: “En el pueblo esperan un milagro / todos dan la espalda menos Dios / Tantos se han quedado sin trabajo / sin pan ni voz, sin pan ni voz”. El diario Perfil registra la caída apabullante de la industria y la construcción en nuestro país en esta nota de enero de 2019.
Otra súplica se oye en el último verso de “Zapatillas y libros”, en la que el cantante cifra su versión del mundo, o mejor dicho la de la Argentina actual, en relación con la fragilidad del individuo: “Molino del mundo no le muelas / esa ilusión, esa ilusión / Molino del mundo no le muelas / su determinación”.
Entusiasmado como estoy con mis habilidades interpretativas, un pequeño dato se cruza en mi mente hermenéutica, por el cual decido abandonar mi lectura. Deseaba seguir, seguro, demostrando relaciones evidentes entre las canciones de Parte de volar y la crisis actual, gerenciada por Cambiemos. Alabando, por ejemplo, el juego entre la literalidad de la denuncia y el uso que hace Aznar de las metáforas vaciadas del discurso político (que en sí mismo es, lamentablemente, una metáfora gastada) en la canción “Muñequitos de papel”: “¿Qué ha quedado del país? Este gris /El color de subsistir no es vivir / En un tren fuera de riel, barco sin timonel”. En efecto, todos conocemos las “tormentas” que ha debido atravesar Argentina estos últimos tres años, término que el Presidente acuñó por primera vez en la conferencia de agosto de 2018. Aquí un breve análisis del significante “tormenta” analizado por el diario Clarín.
Pero decía que me había cruzado con un dato que tira abajo mi edificio argumental. Honesto como soy, no puedo dejarlo pasar. El de la lectura y el de la amistad –como el de los precios para el gobierno– es un pacto de caballeros, y me es imposible incumplirlo o desestimarlo. Acabo de notar, casi por azar, que Parte de volar se publicó en mayo de 2002, como resultado y absorción de la crisis del 2001. Imposible oír, lógicamente, relación entre el disco y la crisis actual del país. Lo reconozco, avergonzado, y admito la perspicacia de mis amigos: sin lugar a dudas soy un tipo despistado. Y de atención desplazada. Un desorejado, que escucha mal. Confundido, luego del descubrimiento pienso ahora con una nueva cabeza. Tal vez sea verdad, me digo, que la Historia se repita, primero como drama, luego como farsa. Pero me detengo. Con qué cara seguir escribiendo. Que se hagan cargo otros, con honestidad y transparencia –con la verdad sobre la mesa–, de la interpretación de lo real.
22 de mayo, 2019