Hay poetas con quienes el encuentro es como un flechazo de amor, un relámpago en el que se nos revela hasta qué punto sus palabras nos tocan, nos dicen, nos abren perspectivas; nos empujan a escribir a partir de su belleza.
Precisamente eso me ocurrió cuando me tropecé, accidentalmente, con Chantal Maillard, quien al margen de su apellido belga, es –para mí y para muchos– la mejor poeta española actual. Es que cuando tenía siete años sus padres se mudaron a Málaga y ella hizo de España su patria en el lenguaje.
Me tropecé con ella en el que considero el más hermoso de sus libros, Matar a Platón, sobre todo por el segundo y extenso poema que incluye, Escribir, donde su voz asume esa unión de pensamiento y sensibilidad, lucidez y percepción, musicalidad y profundidad intelectual que la caracteriza. Porque además de poeta, Chantal es filósofa –en la estela de María Zambrano–, sólo que nietzscheana y deleuziana a diferencia de su maestra, así como una profunda conocedora del pensamiento oriental –sobre todo indio, japonés y chino– que tras su contacto con él a través de sus viajes a la India culminó en su doctorado en Religiones Orientales y en la enseñanza que desarrolló en la Universidad de Málaga. Desde esta doble perspectiva –oriental y post-nietzscheana- ha dedicado hermosísimos libros de ensayo a la palabra poética.
Ilustración de Juan Carlos Comperatore
Pero ni el poema que me deslumbró ni sus posteriores libros –en los anteriores la sensualidad de su lenguaje es admirable– son filosofía, sino escritura poética que piensa a través de la palabra asociada con el dolor y la muerte, pero que puede, en virtud del sufrimiento colectivo propio de la experiencia humana, trazar un ámbito de empatía, de contacto con el otro. Así, la propia autora define a Escribir como un grito asociado íntimamente con su propio dolor –el cáncer por el que pasó– y lo insoportable de la muerte del otro –el suicidio de su hijo–, como se ve en este fragmento de una entrevista que le concedió a El País cuando apareció Matar a Platón:
"Escribir, un puro grito. Entonces sí haces de tu propio dolor la posibilidad del dolor de los demás. Yo me pasé mucho tiempo llorando por la calle cuando veía algo que le ocurría a otra persona. Claro que ¿hasta qué punto me lo estaba refiriendo a mí misma? ¿Hasta qué punto es posible esa compasión, ese padecer con?"
Cito, para que comprendan a qué se refiere y cómo supera el reto del compadecer, algunos fragmentos de Escribir, más allá de la herejía de cortar un poema, pero es imposible transcribir sus páginas y páginas deslumbrantes:
escribir
para curar
en la carne abierta
en el dolor de todos
en esa muerte que mana
en mí y es la de todos
………………………………..
escribir
como condescendencia y como rebeldía
sin elección
sin pausa
porque se va la luz, las fuerzas
se le acaban
y el ser se va de vuelo
en las garras de un ave
carroñera
…………………………………………………….
escribir
como quien deja la luz encendida
y duerme de pie sobre sí mismo
para saldar las cuentas con el miedo
………………………………………..
escribir
sin hacer concesiones
escribir
como quien des-espera
para cauterizar
para tomarle las medidas al miedo
para conjurar
para morder de nuevo el anzuelo de la vida
para no claudicar
…………………………………..
escribir
¿y no hacer literatura?
…
¡y qué más da!
hay demasiado dolor
en el pozo de este cuerpo
para que me resulte importante
una cuestión de este tipo.
Escribo
para que el agua envenenada
pueda beberse
Me parece que, después de esto, poco hay que decir, salvo que es preciso leer su obra, no sólo Matar a Platón sino todos los libros que puedan conseguirse de ella (tarea difícil porque se trata de ediciones españolas). Leer sobre todo su poesía, pero también sus ensayos profundos, hermosos e iluminadores sobre la palabra poética y su carne, hecha de percepciones y de hondura filosófica.
Si cabe, gracias Chantal Maillard por tu palabra que se hunde como una daga de belleza en quien te lee.
24 de abril, 2019