Al principio, se enciende la alarma. Un libro que recopila cuentos y abarca cincuenta años de producción, como uno de esos discos de Grandes Éxitos pre-playlist que comprábamos para acercarnos a una banda lo justo y necesario y no caernos de nuestra época, puede ser un mero intento del mercado de exprimir las rentas de una obra o un gesto de consagración y clausura: esto es lo mejor de tal o cual autor, pasen y vean, no hay más. Por suerte, ninguna de estas opciones agota las posibilidades de este libro. Y tratándose de Harrison, eso tiene sentido. Porque lo que estos cuentos ponen de relieve es que, desde el primer momento hasta el más reciente, en la búsqueda de Harrison no hay un escalonamiento de certezas más o menos complementarias y predecibles, sino la experiencia palpitante del desconcierto, siempre renovada, siempre exigente. Pocos autores como Harrison hacen del desconcierto una herramienta tan brillante y filosa (pienso en Bowie, también). Cada uno de sus cuentos nos permite desgarrar las capas superpuestas de realismo concentrado que ingerimos a diario, las cuarenta gotitas de Hepatalgina que nos permiten reducir las consecuencias de nuestra excesiva confianza en que la estamos pasando bien.
Para el lector de Harrison no hay muchas sorpresas, pero las hay. Quizás los cuentos más lejanos (¿podemos decir viejos, antiguos? ¿realmente están lejos?), fechados a principios de los años setenta como “Colonizando el mundo”, “La máquina del pozo Diez” o “La autopista”, el primero traducido en la casi inhallable edición de El mono de hielo de Ultramar de 1992 como “Un mundo a medida” junto a “La invocación”, “El derrumbe” y “El mono de hielo”, y los otros dos inéditos en castellano; quizás estos cuentos de un Harrison treintañero, decía, traigan alguna novedad. Sin embargo, nunca está demás reencontrarnos con las coordenadas rotas del mundo de Viriconium, las maravillas malditas de Preparativos de viaje y los oraculares textos de Deberías estar conmigo ahora.
De todas maneras, lo que tal vez resulte más interesante en esta recopilación son los subtextos que la recorren, que ponen en diálogo recurrencias, obsesiones, resonancias. Elijo uno de esos posibles subtextos. Si tomamos dos de los cuentos de los años setenta que nombramos antes, nos encontramos con desarrollos argumentales precisos y contundentes. En “Colonizando el mundo”, Dios es un escarabajo gigante escondido en el lado oscuro de la Luna, y en “La máquina del pozo Diez”, un científico encuentra en el centro de la Tierra una máquina que procesa nuestras emociones y las convierte en el combustible de alguna innominada subjetividad cósmica. La escritura de Harrison siempre es disruptiva, pero en estos dos textos los argumentos son consistentes y las motivaciones de los personajes son más determinantes que la estrafalaria melancolía que recorre todo el universo harrisoniano. De la mano de estos planteos, en los dos relatos hay algo que podemos rastrear luego en la saga Viriconium y en la trilogía que componen Luz, Nova Swing y Empty Space: nuestro mundo es solo la resaca de un mundo más hermoso y más terrible que ya ha dejado de ser, y cualquier conocimiento que alcancemos no es más que un recuerdo roto, una memoria descompuesta de ese mundo radiante (¿lo que en Lovecraft es naturaleza cósmica en Harrison es tecnología de seres que no podemos imaginar?). Lo más treintañero de estos cuentos es que hay bombas que los personajes intentan detonar para destruir el orden de cosas que esos descubrimientos han instalado.
En los cuentos más recientes, en cambio, estamos ante una evidencia evolutiva vertiginosa. No se trata ya de un Harrison de cuarenta, cincuenta, sesenta o setenta años. Es algo casi inhumano, diría. No hay argumentos tan estables y no hay bombas, pero hay una sola cosa que parece clara: todo ha estallado por el aire hace rato. Desde “El regalo” a “Colonizando el futuro” o “La crisis”, el recorte casi hermético de escenas apenas conectadas por resonancias poéticas al borde de la extinción, traslada la desconfianza exhaustiva de Harrison en nuestra capacidad para percibir lo real de las superficies argumentales a la profundidad del lenguaje. De la arqueología de las cosas y los hechos a la arqueología del sentido. Somos una civilización con síndrome de Diógenes, parece decirnos. Los descubrimientos de Harrison, sean un Dios lánguidamente monstruoso, una máquina insomne o una metáfora insólita, habilitan la misma actitud: hay que seguir buscándonos en el basural.
25 de diciembre, 2024
Colonizando el mundo
M. John Harrison
Traducción Tomás Downey
Interzona, 2024
304 págs.