Saturada por los oropeles y los fuegos fatuos que visten al Malba una noche de octubre del 2006 –fecha en la que el espacio sirve de marco para la entrega del premio Clarín de novela– Betina González, entre copas y risas huecas, intenta lo imposible: retrucar a Rodolfo Fogwill. Ante una intervención grosera del autor de Vivir afuera, González le espeta: “¿Usted está siempre en personaje, Fogwill?”. Como si tuviera preparada de antemano la respuesta, Fogwill responde, veloz: “Vos también te vas a tener que crear un personaje”. En gran medida, Cómo convertirse en nadie reflexiona sobre los intentos por hacer que dicho personaje –puesto que, en tanto figura pública la creación de un personaje resulta inevitable– incida lo menos posible en la recepción de la obra. Tarea difícil, hoy día, con el culto a la personalidad reinante, el mandato de la exposición constante y el acceso virtual a espacios (geográficos o personales) otrora insospechados.
Algunos de los ensayos que integran el volumen remiten al abandono de la fama, al deseo por ocultarse del spotlight sobre todo cuando para recibir el calor de los reflectores deben llevarse a cabo el tipo de concesiones que pueden afectar tanto la salud del texto como la mental. Cuando, por ejemplo, los requisitos para la publicación en una editorial grande suponen lesionar sentidos en pos de entretenimiento, y condescender con explicitaciones aquello que debería opacarse por el misterio de la sugerencia. Las luces del estrellato iluminan, al mismo tiempo, los miedos internos que una escritora ha sabido cultivar desde la infancia. “Ser nadie es muy necesario para alguien que de chica ni siquiera se animaba a comprar comida en el quiosco de la escuela y prefería mearse encima antes que arriesgarse a pedir un permiso que le podía ser negado. “Nadie” parece ser lo único capaz de proteger a la persona inconsistente que soy”.
Desde el galardón de Clarín por su novela Arte menor, se ha delimitado para esta escritora un camino de curvas espinosas, pavimentado de intenciones contradictorias y problemáticas. Frente a lo que llama “la ética de la sospecha” –sospechas, en principio, por la obtención de aquel premio: ¿cómo a ella? ¿cómo a ella, mujer, y a sus jóvenes 34 años? ¿Cómo sin tener obra previa publicada?; junto a estos cuestionamientos, decíamos, sujetos a cuestiones de género y a la falta de pertenencia a un campo intelectual, se suman, entonces, los privados. La apuesta de González se inclina por sacar a luz, antes que sus aciertos y su meritocracia personal, la empresa por la que se prometió –a contrapelo del narcisismo virtual que impera gracias a la lógica de las redes– esfumarse de la escena pública. Desvanecido el autor deberían ser los textos, por sí mismos, lo que hablaran por sí solos. “La verdadera astucia es (siempre fue) desaparecer detrás del texto” –sostiene en “El fin de la fama”, ensayo que abre la segunda parte del libro–. “No una defensa contra la oscuridad, sino una defensa contra la luz, una nueva forma de anonimato, un método para convertirse en nadie”.
En “Fracasar de verdad, no como Beckett”, González expone las reiteradas cartas de rechazo que algunos escritores consagrados (Sylvia Plath, Patricia Highsmith, Stephen King, entre otros) supieron ganarse al principio (y no tan al principio) de sus carreras: “Es en los fracasos que una reafirma posiciones, templa el carácter y resignifica de un modo casi religioso la relación con la propia escritura. Hay que agradecer la oscuridad y el anonimato que ese tipo de “fracaso” nos regala: es el lugar ideal para la creación”.
Frente a la autoficción, que, ligera, enmascara a medias una identidad, González defiende la postura del testimonio, de una experiencia que al manifestarse (al poner, ahora sí, el nombre y el cuerpo en la cabecera de la escritura) se articula inevitablemente con los de una comunidad o un grupo. Así, al explicitar las cuitas y menosprecios que sufrió de colegas, editores y editoriales, formula a su vez una consideración política: en la época de las interminables publicaciones felices y exitosas, es el fracaso el que tiene para ofrecer un jugoso camino de arduo aprendizaje.
A modo de epílogo, en “Un libro menos” repara en la escritura afiebrada que demandó una última novela, intensa, breve, de ochenta páginas; inédita, aún. Que recorre y reconstruye sus cincuenta años de vida; una novela que, dada las condiciones actuales en las que la industria produce y lee libros, decide retacear al mercado. Reformular la boutade de Lamborghini (primero publicar, luego escribir), sería, así, la propuesta (temporal, suponemos) de la autora: mantener en privado la ficción, puesto que sólo en ese ámbito, libre de las restricciones comerciales, pervive auténticamente. Que otros se jacten de los libros publicados, González se enorgullece de fracasar, una y otra vez, en la disputa interminable con la escritura.
16 de octubre, 2024
Cómo convertirse en nadie
Betina González
Gog & Magog, 2024
168 págs.
Crédito de fotografía: Fernando de la Orden.