Cuando se lleva a cabo durante un tiempo considerable, el hecho de escribir poemas pueda dar lugar a ciertos malentendidos. El primero de ellos sería suponer una intención monumental en el autor, la construcción de una obra que no estaría destinada al olvido, una especie de legado literario. Este malentendido es principalmente periodístico, porque nadie que se haya arriesgado a escribir, con todo lo que puede implicar, con la inversión al menos de sus ganas, cuando no de un pensamiento, y casi siempre sacrificando a lo escrito porciones importantes de la memoria, la experiencia, los hitos de una vida, puede suponer que el destino final de todo libro sea una necrológica elogiosa. En internet se puede encontrar la que le tocó a Antonio Cisneros en un diario notorio de su país natal, donde se dice que “dejó un gran legado”. El malentendido de la obra sólida o insoslayable o inteligente lleva a su consecuencia que es otro, quizás más gravoso porque interfiere en la lectura, mientras que el periodismo prescinde de leer, mucho más si los libros están en verso. Ese segundo malentendido se llamaría “solemnidad”, tal vez “seriedad”, en el mejor de los casos, “autenticidad”, en el peor, “representatividad”. ¿Debería ser Cisneros entonces un poeta serio, auténtico, representativo de su época o paladín de su idioma?
Desde un principio, Cisneros interpuso la risa frente a esos interrogantes, aun cuando haya sabido que ningún sarcasmo libra a los versos de su carácter imperativo. Porque más allá de los chistes que introducen su antídoto contra la falsa seriedad, los versos siguen obedeciendo a un ritmo y parecen comunicar algo vivo en sus palabras que arman y rompen cierta cadencia, como una síncopa, un doble latido, una relación con la poesía y su súbito abandono.
Ya el título del libro, Como una higuera en un campo de golf, presenta al mismo tiempo esa intensidad del verso, puesto que se trata de un endecasílabo, que no es una medida infrecuente para Cisneros, y también su sentido anticlimático: ¿qué hace una higuera en un campo de golf? Puede ser que esté perdida, árbol añoso incomodado por el orden artificial de un deporte domesticador de la supuesta naturaleza, o bien que haya insistido en permanecer ahí para amenazar un césped ordenado, donde ningún vegetal salvaje debería perturbar la lisura de su verde. Esta forma inmediata de la alteración de lo dado se produce sobre todo con miras a la tradición, o poniendo en la mira esa misma poesía que cultivó el verso italiano, como el primer poeta importador, cuyo libro se cita al final de un largo “soneto” que no lo es, sobre un hijo que está lejos, de quien se tienen noticias casi heroicas, épicas, pero cuya ausencia le causa al que escribe una angustia demasiado literal, en el norte del mundo, sin ningún laurel ni otras medallas poéticas, y entonces se pueden recordar esos endecasílabos que indican además, porque tales pastores no existieron nunca, la irrisoria posición del poeta: “Al dulce lamentar de dos pastores: Nemoroso el Huevón, Salicio el Pelotudo”.
Otra versión de esta irrupción de la ironía en el final de una escena lírica aparece en un poema sobre viajes de los varios que tiene el libro. Si uno está en Londres o Florencia, mirando arte antiguo, no es difícil parecer algo solemne, sobre todo cuando se dice “yo”, y se escribe un verso como este: “Yo canto Yo danzo Yo nombro las cosas”. Pero el poema tiene su contracara, y en el siguiente, después del penúltimo verso: “y pienso en todo el mundo, nunca en mí”, aparece una voz enfática que remata: “(Ante quién te disculpas, pelotudo?)".
Sin embargo, estas salidas bruscas y demasiado simples, aunque bastante graciosas, son excepcionales. Casi siempre Cisneros compone un poema que surge vivaz, en contacto con cosas, citas, conceptos y datos, y la explosión de una posible seriedad está en el tono, que convierte cualquier atisbo de impostación en una declaración verdadera. Parece que me contradigo, pero la verdad no tiene nada que ver con lo importante ni lo representativo, incluso es lo contrario de una época, un legado, la poesía latinoamericana, etc. Esa verdad es la unicidad de Cisneros, su tono y lo que consigue llevándolo a distintos lugares, a diferentes ocasiones para iniciar algo, otra vez, en verso.
La higuera es un desorden de conducta, pero el golf ordenado no permite escribir sino en el aire sobre el pasto. Y Cisneros escribe en el cuerpo que vive y en las sensaciones que lo hacen pensar, para llegar a veces a un simple proverbio, de un Oriente lejano, legendario, y por eso banal: “Las caravanas ya volvieron de Egipto/ y dan noticia/ del borracho que busca un Alka-Seltzer/ en las aguas revueltas,/ del borracho/ más solo que una higuera/ en un campo de golf.”
En muchos casos, la parodia de estilos se apega tanto a su modelo que compone una emoción verdadera, como cuando un actor siente lágrimas rodando por su mejilla mientras ensaya una escena sobre desgracias demasiado mitológicas para ser reales. Así, en tono bucólico, hay un poema sobre el sol que ilumina un pueblito inglés y que comienza: “Nunca vi sol tan blanco –ni aun ese verano/ en que fue Punta Negra más roja que los campos/ de Marte ni en los campos/ de mi vieja memoria–/ y este sol rueda en todo mi cuarto y lo repleta/ como los bueyes gordos y brillantes que repletan el aire”. O este otro inicio magistralmente épico: “Toda la noche han viajado los pájaros desde la costa –he aquí la migración de primavera:/ las tribus y sus carros de combate sobre el pasto, los templos, los techos de los autos”. Pero el poema bucólico termina con unas ratas que mordisquean el pasto, los pies de amantes descuidados, unas aves distraídas por la luz. Y el épico con gaviotas que desgarran los flancos de los mamíferos marinos, hambrientas, prosaicas, invasoras de la ciudad moderna y subdesarrollada en la que yace el poeta conyugal, insomne al lado de su mujer impávida, indiferente a la bandada de los pájaros famélicos.
A la vez, cada poema podría ser un arte poética, puesto que la poesía lírica, si aún llamamos así a lo que está escrito en verso, tiene que justificar su derecho a la existencia. En uno de ellos, de regreso a una ciudad extranjera donde se escribió bastante, el poeta recuerda a los muertos que se interponen entre el presente y el recuerdo, como se interponen los eventos artísticos ante las horas perdidas: Bernini que cae en desgracia y una borrachera con un desconocido. Mientras el poema describe lo que no vuelve a darse en el regreso a la ciudad lejana, se recuerdan tonos ajenos, versos que se parecen a otros poetas, casualmente peruanos y no tanto, o incluso versos no escandidos, escondidos más bien en los largos versículos del poema, como este alejandrino entre paréntesis: “bajo el viejo silencio del primer cigarrillo”. Quién sabe a quién le habla el final de su arte poética, quizá a sí mismo, quizá a una antigua amante, o a los poetas muertos con los que sabe que se anticipa a encontrarse, porque citar a un muerto es planear una cita. “Me parece mentira que no aprendas”, escribe. Y también anticipa el malentendido, ese que confía más en la historia y en los períodos y en la sucesión de los estilos, y no sabe nada de la lira, del instrumento invisible que no se puede rifar para ser solo actual. “Ya van a repetir –si lo repiten– que rampas entre tonos entre temas de algún Romanticismo./ Sea el Arte Poética/ El libro de mis libros se acabó.” En lucha con los ecos de otros nombres, la higuera de Cisneros sigue haciendo brotar en cada poema nuevas brevas, con su rampante tono que une ritmos, temas, antiguos y modernos, las cosas poéticas y las vitales, las que no se pueden escribir sino en los intervalos, cuando se cae de un verso al siguiente.
26 de noviembre, 2025

Como higuera en un campo de golf
Antonio Cisneros
Ediciones Nebliplateada, 2025
196 págs.