Estamos en la primera mitad del siglo XIX, en un brillante jardín parisino. Dos hombres de honor, altivos profesores de la Universidad de París, se baten a duelo. Las miradas destilan odio. Destellos de sol refulgen en las espadas. El enfrentamiento no podía evitarse: el primero osó reemplazar el punto de una oración escrita por el otro por un punto y coma. El segundo se sintió impelido, obligado, a retar a duelo, mancillada como estaba su ─puntillosa─ honorabilidad.
Si bien el entusiasmo del académico Bård Borch Michaelsen (Noruega, 1958) no alcanza el fervor de los parisinos, su pasión por la puntuación lo llevó a dar a luz al amistoso Signos de civilización. Cómo la puntuación cambió la historia; un libro que, en tres capítulos didácticos, propone un recorrido que rastrea la aparición de la puntuación, con sus avances y retrocesos históricos, sus usos establecidos y rupturas, hasta alcanzar las problemáticas puntuales de nuestra digital actualidad.
En Occidente, asegura nuestro académico, los primeros textos griegos eran concebidos estrictamente para la lectura en voz alta. Escritos en mayúsculas, sin separación entre palabras, sin párrafos y, claro, sin puntuación de ningún tipo, los scriptio continua debían ser leídos en más de una oportunidad para que los oyentes percibieran la totalidad del sentido. Contagiados por el simpático tono de Michalsen, veamos como luciría el scriptio continua:
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Interesado en rescatar ciertas personalidades del olvido histórico, el autor remarca, sobre todo, la importancia de dos “héroes”: por un lado, Aristófanes de Bizancio (257-180 a.C.), bibliotecario de Alejandría que instauró dos de los tres signos fundamentales que permanecen aún hoy: el punto y la coma. Aristófanes indicaba en verdad la importancia de la pausa de acuerdo con la altura en la que el punto se dibujaba. Mil setecientos años después, durante el renacimiento italiano, el humanista Aldo Manuzio (1449-1515) imprime la primera coma y el primer punto y coma modernos e inicia un lento proceso de estandarización de la puntuación. Para Michalsen, el italiano desarrolló como nadie la potencialidad de la imprenta creada por Gutenberg pocos años antes. Fue a la cultura escrita, afirma el autor, lo que Steve Jobs a nuestra vida digital. Ambos “se propusieron realizar innovaciones que reemplazaran soluciones para unos pocos por algo que funcionara eficientemente para la mayoría”. Es que, entre otros muchos beneficios, la puntuación, debido a la claridad comunicativa que habilita, favorece y predispone a la lectura individual y silenciosa. Y le arrebata a la Iglesia y al clero el control absoluto sobre los textos, es decir, sobre el sentido. Ya no serán un puñado de hombres los que lean y difundan; ya no será la Iglesia la que imponga la inteligibilidad del mundo. Poco a poco, los lectores tendrán también su propia mirada, su propia lectura.
En el último capítulo Michalsen postula una “filosofía de la puntuación” en la que hermana el criterio gramatical con el retórico (que tiene por base el ritmo oral). Subordinados, eso sí, al elemento fundamental: el comunicativo. Cuanto mejor usemos los signos de puntuación, insiste, mejor nos comunicaremos y más claro será el mensaje. Siguiendo la línea de psicólogos sociales, lingüistas y neurocientíficos entiende que, al día de hoy, un nativo digital escribe, cotidianamente, mucho. Chatea, postea, comenta, envía mails...tiene diferentes “roles de escritor”. Lo importante, en todo caso, es que pueda adecuarse a los diferentes contextos, propósitos y destinatarios.
Una lograda puntuación, entonces, potencia la expresividad del texto. El alcance de ese efecto, sabemos, puede ser de lo más variado. Puede contribuir, por caso, tal como cita el autor, a la toma de conciencia de clase con la contundente escritura de Martin Luther King, quien supo hacer un uso magistral del punto y coma y de la anáfora. Puede, análogamente, determinar el destino de un ciudadano, como ocurriera con el poeta irlandés Roger Casement, acusado de traición y condenado a muerte por la ubicación de una coma específica en la oración de un decreto medieval. Coma que, de no haber existido, hubiera modificado los alcances de la pena. O puede también, como en el caso de Michalsen, y gracias a la traducción de Christian Kupchik ─de una elaborada transparencia─ hacernos pasar, inteligentemente, un buen rato. No será cuestión de vida o muerte, pero tampoco es poca cosa.
30 de marzo, 2022
Signos de civilización. Cómo la puntuación cambió la historia
Bård Borch Michalsen
Traducción de Christian Kupchik
Godot, 2022
176 págs.