En Cortázar de Marc Torices y Jesús Marchamalo la vida y obra de Julio Cortázar se vuelven a contar pero esta vez bajo la forma de una historieta, género que el escritor touche-à-tout también practicó. El primero, dibujante y coeditor en Zángano Comix, se encargó de las ilustraciones, y el segundo, periodista y escritor, hizo su parte con el guion.
En este libro se entremezclan dos niveles de lectura: uno de ellos bien puede referirse a la recopilación de aquellos libros que fascinaron al autor de Bestiario, y el otro a los que él mismo escribió: el lector se (re)encuentra entonces con algunos textos claves de forma implícita a través de ciertos dibujos sin mención particular o de forma explícita con las portadas, algunas citas o las propias anotaciones del autor con su letra.
Lo que guía en todo caso es la infancia, periodo clave donde las aficiones del niño dejan entrever al adulto en el cual se convertirá: su dedicación a la lectura y a los idiomas extranjeros, los gatos, la soledad, el boxeo, el jazz y una atracción hacia objetos sin uso o a los que les encuentra uno nuevo. La presencia de la oscuridad, las sombras, el humo atraviesan las páginas, pero en contrapunto y de principio a fin podemos destacar una luz que traspasa las diferentes épocas y que continúa luego de la muerte del escritor. Esta luz, este color amarillo, es a la vez un polvo mágico, el aura que rodea a Julio Cortázar, es decir su inspiración, pero también este color cálido remite a cuando en su infancia miraba las tapas de cristal de unos viejos frascos. Simboliza además aquello que lo rodea, ante lo cual se maravilla. Así, los mundos que va inventando emergen de su observación de lo cotidiano. Está “siempre atento a los azares del destino”. Y nosotros, los cronopios, nos reconocemos en estas formas de ver el mundo o más bien de descubrir mundos infinitos como cuando miramos las formas que cambian en un caleidoscopio.
En otro orden de cosas, se lamenta la ausencia de algunas personas claves que rodearon al escritor y que no aparecen en las anécdotas contadas. Pensamos en Raquel Thiercelin presente entre otros en Los autonautas de la cosmopista para abastecer a Cortázar y a su última compañera Carol Dunlop durante su viaje París-Marsella; el pintor Julio Silva tampoco está presente, este amigo y cómplice ─nombrado “Patrón”, “Passepartout” o “Mayordomo” por Cortázar─ y con el cual va a colaborar una y otra vez: Silvalandia, La vuelta al día en ochenta mundos, Último round; también le debemos casi todos los diseños de las portadas de su amigo.
En cuanto a los dibujos aparece una paleta multicolor y mucho movimiento a través de una línea firme. Se pasa por momentos de una precisión absolutamente marcada a un desparpajo que abruma. En ocasiones las ilustraciones parecen haber sido ejecutadas por personas distintas. Otro hecho resulta a su vez curioso: una errónea aproximación de algunos rostros junto a otros de una semejanza perfecta. A pesar de todos los documentos y libros consultados, ¿carecieron los autores de la información pertinente para retratar a algunos de los amigos del escritor? Son detalles que ciertamente pasaron desapercibidos por la mayoría de los lectores de esta biografía dibujada que se dirige tanto a un público cortazariano como a uno novato.
En síntesis, el Cortázar de Torices y Marchamalo propone una visión global de los episodios más significativos de su vida y de su obra dividida en varios capítulos respetando un orden cronológico y tomando como eje central la entrevista que dio Cortázar en el 1977 en el programa español A Fondo de Joaquín Soler Serrano.
27 de julio, 2022
Cortázar
Marc Torices, Jesús Marchamalo
Nørdica, 2017
240 págs.