Munir Hachemi es español, ostenta un nombre argelino y consume, con singular fruición, literatura latinoamericana. Su interés en Bolaño y Borges es claro, y su devoción por Piglia, evidente. Cosas vivas, su primera novela, resulta un texto de iniciación personal y colectiva, que coquetea con el tipo de narrador que algunos han dado en llamar autoficticio.
Munir, dice, anhela la experiencia. La experiencia, dice, será la sangre que irrigue su cuerpo literario. Y, con ese objetivo en mente, emprende junto a tres amigos un viaje a Francia, más precisamente a Aire-sur-l'Adour, para trabajar en la vendimia. Finalizada la facultad, parten entonces en busca de su primer empleo y de su primer salario, conjeturando en ese anhelo una matriz literaria, puesto que toda ficción moderna, reflexiona el narrador, nace de una tensión con el mercado.
Pero el clima, como un pertinente recurso narrativo, se interpone: debido a las inundaciones no habrá vendimia, por lo que a estos jóvenes se les abrirán otras puertas: las del capitalismo y sus instrumentos para explotar (y producir) naturaleza. En jornadas laborales que enajenan, contratados por empresas multinacionales, deben atravesar el infierno del trabajo con pollos y gallinas hormonados, con la manipulación de plantas de maíz. Y es aquí donde se cifra el verdadero aprendizaje de Munir y compañía: la del asalariado es una muerte en vida, y el estado de la naturaleza, un artificio calculado. La vitalidad de las cosas, como reza el título, no supone una celebración de los objetos, sino una victoria –una más– del capitalismo: son los seres vivos –los animales, las plantas, los trabajadores–, los que valen por mercancía, por fuerza de trabajo.
Claro que, en otro plano, y exclusivamente para el narrador, un aprendizaje se impone desde las condiciones mismas de la literatura y la narración: escribir la verdad de la experiencia resulta imposible, siendo el lenguaje un sistema sustentado en la arbitrariedad y las convenciones; siendo la escritura (de este libro y de cualquier otro) un inevitablemente encadenamiento artificial de capítulos; y siendo lo real un efecto de sentido. La inquietud de Munir, parafraseando a Piglia, sería, entonces, la siguiente: ¿cómo narrar el horror del capitalismo?
En Cosas vivas se intercalan entradas del diario del Munir textual, narraciones, reflexiones, metareflexiones, disquisiciones respecto de la figura y el rol del escritor en la época de este otro capitalismo, el virtual... En un punto, la novela nunca abandona el celo de mirarse el ombligo, de insinuar (y, a veces, explicitar) que todo es literatura, o mejor aún, que la verdad que puede llegar a transmitirse es, justamente, literaria.
Pensando en Borges y en la clásica dicotomía entre leer y vivir, Martín Kohan proponía una solución de síntesis: vivir leyendo. No sería una mala forma de vivir, agregaría probablemente Munir, si uno pudiera disponer de libros, de tiempo, de vida.
3 de agosto, 2022
Cosas vivas
Munir Hachemi
Periférica, 2022
160 págs.