Como toda práctica social, la literatura participa de pautas y parámetros más o menos estancos según las épocas. Los vaivenes de las tendencias permiten y perimen, exaltan y olvidan, enfocan y desenfocan, en un juego de alternancias del que nadie o casi nadie es inmune. Figuras destellantes, que comandan y marcan una época, caen en la siguiente en el olvido; o a la inversa, escritores o libros que en su momento pasaron desapercibidos, en otros son reivindicados y convertidos en clásicos. Muy pocas veces nos encontramos con autores cuyos textos adoptan una mirada transversal y crítica capaz de posicionarse en un más allá de las ópticas parciales y las eventuales tendencias inscriptas en el espíritu de una época. Un caso ejemplar es el de Cynthia Ozick, novelista, cuentista y ensayista norteamericana que, a sus 92 años, sigue pensando la literatura en base a su trato íntimo y fervoroso con la materia, desentendiéndose de modas eventuales o absurdos imperativos de actualidad. Críticos, monstruos, fanáticos y otros ensayos literarios (segundo volumen de ensayos de la escritora que publica Mardulce) ofrece en principio esta experiencia inusual, que acarrea una promisoria desestabilización de preconceptos y lugares comunes. Ozick pliega y despliega las épocas de las fue testigo, cartografiando sus recurrencias, sus obsesiones, sus límites y sus contradicciones. Su examen crítico las torna transparentes y su escritura las atraviesa, poniendo al descubierto nombres y prácticas olvidadas, que en su opinión contienen una sustancialidad acaso necesaria. En "Los muchachos en el callejón, lectores que desaparecen y la gemela fantasmal de la novela", ensayo en el que refulge su inteligencia filosa y su gracia maledicente, reivindica la crítica a la vieja usanza, convocando a la reinstalación de su presencia gravitante a la hora de ordenar y convocar al público lector. "Lo que se necesitan son críticos que puedan indagar las condiciones fertilizantes que subyacen y estimulan una conciencia literaria viva", dice, y a la hora de dar nombres se remonta a los exponentes más célebres de la lengua inglesa: Samuel Johnson, Edmond Wilson y Lionel Trilling. Señala además como necesaria la presencia de "lo que Trilling se complacía en llamar figuras: un pensador o artista inconfundible que de un modo u otro representa el más recóndito significado de una era". Cuatro nombres para ella emblemáticos ilustran la propuesta: Lionel Trilling (crítico de quien lee una de sus fallidas excursiones novelísticas), Saul Below (novelista de quien lee un volumen de cartas), Bernard Malamud (novelista de quien hace una lectura general de su obra signada por la cuestión judía) y W.H. Auden (poeta a quien evoca a través del recuerdo de su voz recitando en una presentación en vivo).
Cynthia Ozyck por Juan Carlos Comperatore
Combinando densidad y transparencia, estos ensayos fluyen con el encanto de una narración. El desarrollo intrincado de las indagaciones adopta por momentos el carácter de una trama a través de la cual el lector es conducido a la vez que interpelado. Se trata de verdaderas exploraciones, derroteros sinuosos en los que tallan continuos desplazamientos y giros inesperados, matizados con sentencias filosas, comentarios sarcásticos, eventuales revelaciones y destellos de un humor incisivo. Sus argumentaciones son contundentes pero nunca conclusivas, aunque de ellas el lector puede extraer múltiples conclusiones.
Ozick postula un mapa de nombres y lecturas y un modo singular y disruptivo de abordar la literatura que invita solapadamente a la discusión. Sostiene, disputa, narra y argumenta con la solvencia, la inteligencia y la gracia de un pensamiento crítico capaz de transferirse a la lectura en la forma de una estimulante interpelación. La clave, si acaso hay una, radica en el hecho de que sus exploraciones son en gran medida personales. De hecho, este libro se estructura a partir de sus motivaciones recurrentes, entre las que sobresale su interés por indagar los enigmas subterráneos del escritor: su íntima relación con la palabra escrita, los modos en que la compulsión de la escritura negocia con la vida cotidiana, en fin, las formas en las que se articula en la realidad "el tenor desbocado de la pasión literaria". La figura emblemática de Kafka, vista a través del lente certero de su biógrafo Rainer Stach, le permite sondear "el motor secreto que pone en movimiento el hambre implacable de escribir".
Para Ozick, Kafka es un claro ejemplo de fanatismo literario, que se replica en el caso de los hebraístas norteamericanos (poetas emigrados que viviendo en Norteamérica escribieron en hebreo). Los ensayos que le dedica a ambos ponen en escena otra de sus inquietudes recurrentes: la cuestión judía en relación a la propiedad de la lengua. "Kafka batalla con su alemán nativo aun cuando lo abraza de manera potente", a diferencia de los hebraístas, que "eran consumidos, en cuerpo y alma, sin la menor ambivalencia sobre su pertenencia, por el hebreo".
Las indagaciones del misterio y sus circunstancias continúan en el apartado Monstruos, donde se adentra en el carácter recóndito e invisible de la pulsión literaria. "Los escritores solo son lo que auténticamente son cuando se encuentran trabajando en la silenciosa e instintiva celda de la soledad fantasmal, y nunca cuando están afuera conversando industriosamente en la terraza", dice, amaparada en la famosa y estremecedora cita de Henry James: "Trabajamos en la oscuridad; hacemos lo que podemos; entregamos lo que tenemos. Nuestra duda es nuestra pasión, y nuestra pasión, nuestra tarea". De manera implícita, Ozick se reconoce como integrante de esta especie anómala de fanáticos y monstruos, y ese parentesco torna más íntimas y más cercanas a sus observaciones.
Otra de las coordenadas de este libro, y que es recurrente en Ozick, es el tajo existencial inscripto por el Holocausto, replicado por las conflictivas implicancias (estéticas y morales) detonadas por sus representaciones ficcionales. En el último apartado, Almas, explora tres casos a la luz de una proposición de Adorno, que no es la degastada "Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie", sino la "aún más cáustica": "Hasta la conciencia extrema de la fatalidad amenaza con degenerar en palabrería hueca". Las tres novelas pesquisadas son: Middle C de Willam Gass, en el que los judíos aparecen mediados por la impostura; El muro invisible de H.G. Adler, en el que el autor relata su propia experiencia en los campos de concentración en clave metafórica; y La zona de interésde Martín Amis, en la que "la incuestionable, sensitiva y honorable intención del escritor ─exponer la rotunda perversidad humana ─ se deja subvertir por las divagaciones de la imaginación".
Al correr de las páginas y al terminar su lectura uno tiene la sensación de que los diferentes ensayos que componen este libro están interconectados, como si se tratase de movimientos de una misma pieza musical. Esto ocurre porque todos confluyen en la autora, que los va signando con la impronta lúcida de su apasionamiento. Los escritores y libros a los que refieren son abordados en su especificidad, pero a la vez funcionan como intercesores, que vehiculizan los intereses y las obsesiones de Ozick, que evidentemente piensa y se piensa en letra de molde.
En su conjunto, estos ensayos animan, a través de la escritura, los devaneos de toda una vida tramada en relación a la literatura, en la que se articulan posturas, opiniones, preferencias, descontentos y exaltaciones, y todo expresándose con la naturalidad de quien sencillamente exhibe lo que hace, es decir, lo que es. La estrategia de Ozick es transparente: consiste en dar rienda suelta a lo acumulado, desentendiéndose de las irrisorias demandas implícitas en una época. La vitalidad, el desenfado y la gracia que destilan sus ensayos provienen de esta límpida franqueza. Liberada de hacer cuentas inútiles, Cynthia Ozick se permite lo que muy pocos: mostrar su verdad en un más allá de toda especulación estratégica, sostenida por la única fe cierta de la que puede dar cuenta: la de su férreo romance con ese misterio insondable al que llamamos literatura.
16 de septiembre, 2020
Críticos, monstruos, fanáticos y otros ensayos literarios
Cynthia Ozick
Traducción de Ariel Dilon
Mardulce, 2020
288 págs.