Hay objetos, estructuras, monumentos, incluso mercancías, que nos convocan, nos interpelan, nos expresan. En mayor medida, claro, deben estar investidas de una capa simbólica, de un sustrato de sentido que justifique ese llamamiento, esa conexión. En el caso de la escritora mexicana Jazmina Barrera (Ciudad de México, 1988) el faro viene a ocupar dicho espacio de fascinación, objeto que condensa una serie de energías y fantasías, y que la ha llevado a la escritura de este breve, y un tanto peculiar, Cuaderno de faros, publicado por primera vez en Argentina de la mano de Alto Pogo.
Híbrido entre diario personal, trayectoria narrativa y ensayo, Barrera estructura su libro en función de seis visitas a seis faros distintos. Dicho esto, se comprende que la propuesta autoral no se agote en una posición meramente informativa, una aproximación de color, más o menos simpática, respecto de los mentados faros. No. Hay, en efecto, algo en juego en su escritura, y que se imbrica, claro, con aquella capa de sentido referida al comienzo, cuyo sustrato interpela una sensibilidad doliente. Que brega por contar y, que, al hacerlo, imagina la resolución de un malestar que es, en verdad, constitutivo de la subjetividad que la escritura concibe.
“El dolor tiene esa cualidad de acentuarse cuando se piensa en él. Si me concentro mucho en cualquier parte de mi cuerpo, termina por dolerme. Si me concentro mucho en mí misma, me duelo. Por ejemplo, ahora mismo, al escribir esto”. El faro cobra así, en principio, el valor del escapismo: huir de mí misma, de mi dolor, asegura la escritora, y refugiarme en su solidez imperturbable, en su pacífica quietud.
Barrera intercala sus viajes, sus caminatas, el trato con sus conocidos y familiares ─en suma, su experiencia vital─ con una amena erudición literaria respecto de los faros. Las menciones y reflexiones letradas navegan alrededor de una vasta isla: de Homero a Jeanette Winterson, pasando por Melville, Poe, Cernuda y Menchú Gutiérrez. Trato especial reciben Robert Louis Stevenson y su familia pionera en la ingeniera de faros. Y Walter Scott, por su diario de viaje a Escocia a bordo del Faros, expedición capitaneada por el abuelo Stevenson.
En su visita al faro Motauk Point, la “narradora” se reencuentra con una vieja amiga. Ximena. La ve distante pero serena, bañada en una soledad resplandeciente, armoniosa. Ha atravesado un retiro de meditación de diez días en el más absoluto mutismo. Ximena le asegura que ha ido aprendiendo a desapegarse de su dolor; nuestra protagonista, por el contrario, entiende que sigue aferrada al suyo. Cuaderno de faros sería, de este modo, un intento por, algo oblicuamente, comunicar ese padecimiento ─un duelo apenas sugerido─ y, de esa manera, comenzar a soltarlo.
Aislada en su propio faro, en la “torre” de su departamento, Barrera se distancia de la muchedumbre, del vértigo de lo social; aunque lo haga para escribir y ser, en última instancia, leída por otros. A su manera, los fareros ─figuras anacrónicas por antonomasia─ carcomidos por la soledad, encarnan también esa romántica contradicción: alejados del mundo por tribulaciones personales, amorosas, ideológicas y/o culturales, hablan con la lengua primitiva de las llamas, de la luz. “Y su mensaje es, en primera instancia: aquí hay humanos”.
Tal vez me gusten los faros, aventura la narradora, porque vivo desorientada, porque me siento a la deriva. Porque, en verdad, los faros son, siempre, un punto de referencia, una guía y nunca un destino acabado, un punto de llegada. Al faro, de Virginia Woolf, resume esa idealización, afirma Barrera, en la preposición que encabeza el título. No es el faro en sí, sino el trayecto ─interminable─ hacia él, lo que genera el movimiento, lo que impulsa (la vida de) la novela. Quizá coleccionar faros no solo implique escapar: tal vez sea una forma ─tan legítima como cualquier otra─ de proponer una dirección, y de iluminarla con los haces del sentido.
9 de febrero, 2022
Cuaderno de faros
Jazmina Barrera
Alto Pogo, 2021
128 págs.