¿De qué habla un poema? En ocasiones se dice que del lenguaje y, probablemente, sea cierto. Al menos en parte, el lenguaje haciendo de medio y objeto. Escribir sobre lo escrito, sobre conceptos lo suficientemente arraigados en una tradición letrada. Y en muchas de todas esas escrituras lo bello aparece. La imagen etérea, limpia o sublime se muestra. Nos transmite algo de una experiencia intelectual o emocional.
Pero hay otras escrituras en las que la materia es objeto, parte y motivo. Lo rugoso, los matices, los olores viven en las líneas de los poemas para hacer presente toda una escena de entendidos que van de la cotidianeidad como constructora de momentos esenciales de nuestros días a la excepción que la interrumpe. Hasta la última y definitiva de esas interrupciones. Así, por ejemplo, se va de “el pan vuelve a ser trigo” a “Un niño murió y lo sembraron”. Y en todo ese conjunto, ciertas escrituras buscan identificar lo esencial, cultivarlo. También, cuando el ruido de una época impera, saben levantar la copa como señal de que entendemos el juego pero no acompañamos. Juan L. Ortiz diría: “Hermanos míos, no puedo estar en esta fiesta amable porque sé de que está hecha”.
Eso es lo que vive en Cuando todos se vayan, antología de Jorge Teillier (Lautaro, 1935 - Viña del Mar 1996)realizada por Cristián Warnken y Ernesto Pfeiffer y compuesta de tres partes que nos brindan un recorrido por esta voz fundamental de la literatura chilena. La primera de ellas, también la más extensa, está dedicada a su poesía y abarca desde Para ángeles y gorriones de 1956 hasta En el mundo corazón del bosque de 1997; una selección de poemas de sus trece libros en esos cuarenta y un años. La segunda parte, a su prosa, que incluye un sólo cuento, “Las persianas”. La tercera, a sus ensayos, en la que en un total de diez se destaca “Los poetas de los lares”. Esta edición cuenta además con ilustraciones de Germán Arestizábal.
La harina, el pan, la mesa, el vino, la aldea están presente en sus primeros libros. En los otros, orbitan sin necesidad de ser nombrados. Frente a la gran agitación y el movimiento del mundo contemporáneo, la poesía de Teillier apuesta por la necesidad de conservar esos espacios en los que habita y se regenera la voz propia, la que se nutre en los encuentros. Espacios de sociabilidad festejados incluso antes de la aparición de las nuevas tecnologías que reformularon todo, o cuando en su prehistoria la televisión era vista como una de las causantes del aislamiento y el encierro. Es curioso como ciertos versos o reflexiones se resignifican, seguramente porque nos están diciendo algo de lo humano que es el sustrato de la escritura de Teillier.
Escritura que puede ir de algo más palpable de lo social (“contarles a los amigos desaparecidos / que afuera llueve en voz baja / y tener en las manos / un puñado de tierra fresca”), a versos como ramalazos para hacernos levantar la mirada, para salir y ver qué pasa (“esa espiga que nadie defiende”), o aquellos versos que nos enseñan a detenernos (“Para hablar con los muertos / hay que saber esperar / ellos son miedosos / como los primeros pasos de un niño”). Todos, siempre, habitando un cuerpo. Cansado o esperanzado, sediento o satisfecho, añorante o que se deja estar en la tarde, pero siempre en un cuerpo.
Y este núcleo de materia que a veces es alegría (“... la felicidad de comer un poco más los domingos”), también es primordial en su reflexión. En el ensayo “El poeta de los lares” nos dice que la poesía tiene por naturaleza “incorporar a todo hombre que se le acerque” y unas páginas antes, refiriéndose a la poesía chilena, escribe: “Se empiezan a recuperar los sentidos... ahogados por la hojarasca de una poesía no nacida espontáneamente, por el contacto del hombre con el mundo, sino resultado de una experiencia meramente literaria, confeccionada sobre la medida de otra poesía. Esto es importante en un país como el nuestro en donde el peso de la tierra es tan decisivo como lo fuera (y tal vez sigue siéndolo) «el peso de la noche», en donde el hombre antes de lanzarse al reino de las ideas debe dar cuenta primero del mundo que lo rodea, a trueque de convertirse en un desarraigado”. Escritura que, arraigada, se sienta en la mesa de la aldea, que mira y cuestiona, por ejemplo, “las metas del confort” que amigablemente vende el mercado; escritura que no hace culto de la velocidad, más bien pide detenerse no para estar inmóvil, sino para poder ver que “la ortiga invade el jardín” y, a la vez, nos impulsa a preguntarnos por la pertinencia de ese “invade”, a pensarlo. A pensar la ortiga, el jardín.
Este libro terrestre, fuertemente enraizado en una tradición, ya que Teillier escribe y reflexiona sobre ésta, deja trazos sobre las huellas, deja un pedazo de pan y una copa vacía para que de él se coma y en ella se beba dejando marcas, y cuando todos se vayan, si eso alguna vez sucede, “si alguna vez / mi voz deja de escucharse / piensen en mí / con su lengua de raíces”.
12 de junio, 2024
Cuando todos se vayan
Jorge Teillier
Selección de Cristián Warnken y Ernesto Pfeiffer
Ilustraciones de Germán Arestizábal
Editorial Universidad de Valparaíso, 2023
322 págs.
Fotografía: Beltrán Mena.