I.
Juan Carlos Grisolía hablaba, en Operación dignidad, de cómo el gobierno de Raúl Alfonsín "desmalvinizaba" el conflicto territorial a través de las medidas contra el ejército, el desarme moral y material del pueblo, la pérdida de la sociedad en un "ateísmo indisimulado" y la firma de contratos pesqueros (entre otras cosas). Podríamos pensar, entonces, que Los pichiciegos es un texto "desmalvinizado" para intentar ver a partir de allí cómo funcionan todos los parámetros con los que Grisolía midió las distancias entre la praxis militar y el "régimen", como llamó él al gobierno radical.
Al encontrarse en las antípodas de la "operación dignidad", no podría calificarse como un acto de amor el trabajo de los pichis, ni siquiera sus existencias, porque rehúyen al deber que como argentinos habían tomado para con la Nación, perdiendo en el acto la dignidad frente a Dios, el prójimo y la historia. Frente a ellos mismos. Su accionar no está dirigido hacia el Bien ni la Verdad y si se sostuviera en el tiempo podría ser juzgado como desintegrador de lo nacional. La definición que daría Grisolía de los pichis podría seguir este derrotero intelectual:
[ignorar el Honor] implica negar toda una concepción de vida, verdadera además, y optar por sobrevivir en el marco engañoso de los sentidos, trocando la condición de persona, por la simple animalidad. Implica aún algo más grave, negar el reconocimiento del amor al prójimo, la paternidad, la historia. Significa ponerse al margen de la sociedad, en un acto de ostracismo voluntario, en definitiva, significa traicionar, por cuanto se ha quebrado la fidelidad y la lealtad, que son amalgama de toda sociedad humana, que sólo es posible formada por verdaderos hombres.[1]
Sin embargo, palabras como "traición" o "verdaderos hombres" carecen por completo de significación en la lógica de los pichis y con ellas se derrumba todo lo demás. De hecho, a Grisolía le dolería leer que el mundo de la guerra, tal y como muestran los pichis, es eminentemente homosexual: las relaciones sexuales, de poder, de intercambio sólo tienen como participantes a los hombres y es ésta la única identidad que se puede reconocer luego del borramiento de los otros pilares identitarios (la nación, el ejército) posibles en la guerra.
La lógica que encarnan los pichis no se encuentra del lado de la "subversión marxista" ni de la "social democracia" ni mucho menos de la "cosmovisión del Occidente Cristiano"; sus objetivos están puestos en lo inmediato, en la supervivencia y nada tienen que ver con "la confianza en la Victoria", la Caridad ni la esperanza: no hay ningún sentido de Epopeya presente en los días de los pichis:
(...) el vaciamiento es total. Y así la guerra, contada sin ese sistema de valores trascendentes, despojada de su lógica primordial, no puede sino desviarse hasta llegar a ser básicamente un juego de astucias, una red comercial de intercambio, un afán sostenido de supervivencia a cualquier precio; sin rastro alguno de épica, de heroísmo, de sacrificio, de valor. [2]
Fogwill por Juan Carlos Comperatore
Los pichis construyen un nuevo orden económico y a partir de él se redefinen. Abastecerse, guardar, negociar, ahorrar, racionalizar al máximo las variables de entrada y salida, la oferta y la demanda. Esta economía nace de la situación extraordinaria del conflicto bélico en que se encuentran y desconoce cualquier tipo de orgullo por lo nacional además del respeto del enfrentamiento entre naciones: sólo sabe de la supervivencia propia y, en menor medida, del grupo. Todo se pragmatiza y se mide en relación de lo que puede llegar a servir; la vida de un pichi, incluso, es pasada por la misma vara: pichi que no sirve, pasa al mundo del afuera. La relación con los otros se basa en el trueque: mercancías con los argentinos, información para los ingleses. Eliminan del intercambio el peso moral de la traición y es en este sentido que "conseguir" es el verbo y la acción clave ya que en él se sintetizan los afanes de la comunidad y la poca importancia que le dan a la guerra entre ambos países al momento de localizar sus necesidades. Lo material (los cigarrillos, el azúcar, el polvo químico, las pilas) desplaza en valor al dinero y a lo nacional. Estamos, entonces, frente no sólo a un orden económico sino también vital, donde la importancia del dinero sobre el producto ha sido invertida, la moneda pierde todo tipo de valoración inmediata y representativa y los sujetos no pertenecen a entidades identitarias más allá de su entorno próximo.
Este micromundo está sumamente organizado mediante la división jerárquica de roles y tareas. La posición adoptada es la propia de la resistencia, lo que le quita la posibilidad de la autonomía absoluta. Tanto es así que el límite trazado con el mundo (siempre exterior) es terminante y desde él llegan los rumores, la comunicación, las noticias, la información e incluso los nuevos pichis. Salvo las decisiones de los Reyes Magos, todo llega desde fuera. La pichicera es una variación de la caverna platónica: a sus internos no les apetece salir, es más, tienen "fiaca" y están seguros que adentro, calentitos y protegidos, se está mejor, por más noticias que lleguen desde afuera. Porque afuera, afuera no está el conocimiento, sino la muerte.
Así, si Los pichiciegos es un texto "desmalvinizado" lo será en otro sentido del presentado por Grisolía: es un texto desmalvinizado porque su lógica va más allá de la referencia espacio temporal de la guerra de Malvinas y de las dos posiciones que pueden verse (de modo paranoico y extremo) enunciadas en Operación dignidad. La lógica de Los pichiciegos es la del extraño de las películas del far west, del que llega a un pueblo latinoamericano perdido tierra adentro, del extranjero, del exiliado y no la de un soldado. Una lógica asentada en lo inmediato, con cinismo o desidia, estoicismo o rencor y cuyo único valor está puesto en la vida material y todo a ella se ciñe. No podremos, así, mencionar esas palabras con mayúsculas de las que hace gala Grisolía: Honor e Historia, Gloria y Dios, lo Trascendental, Incorruptible y Sustancial, el Bien Común y la Dignidad, Patria o Nación, porque en el universo de los pichis dejaron de tener cualquier tipo de densidad y valoración. Es, entonces, un texto desmalvinizado hablando en un sentido (figuradamente) territorial: la guerra se ha traslado del campo de batalla que las radios relataron y las crónicas describieron a una suerte de no man's land para establecerse bajo otras reglas, tal vez más primitivas, tal vez más complejas, de la Guerra, entendida como una economía profundamente humana, demasiado humana.
II.
En el prólogo a la reedición de 2010, Fogwill habla de la vigencia del relato, que lo mantiene en pie desde el momento de la escritura, cuando nadie quiso publicarlo y un "vivo" (justamente, como los pichis) "encomendó" a un periodista la compilación de relatos de sobrevivientes que tuvo éxito por su ingenuidad y su tono antibélico.[3]
Y así, entendemos que Los chicos de la guerra surge de aquí también, tal vez como una lectura pobre de Los pichiciegos, ciertamente bajo otras intenciones atadas a lo urgente de la cronología y sus cambios ideológicos, lejos, de todos modos, de una intención por adentrarse en el testimonio más allá de lo anecdótico, en los terrenos incómodos de la experiencia inenarrable. Contra esto escribe Fogwill su texto, "contra una manera estúpida de pensar la guerra y la literatura": un libro de la guerra que se presenta él también desde la trinchera. De ahí su vigencia, del enfrentamiento de la palabra, cuya última intención es acabar con el diálogo en lo testimonial: algo de la escritura exiliada de Sarmiento resuena en sus palabras:Cruzando esa información, construí un experimento ficcional que está mucho más cerca de la realidad que si me hubiera mandado a las islas con un grabador y una cámara de fotos en medio de la guerra. Con la inmediatez de los hechos te perdés.[4]
Un texto que desea una intervención inmediata pero que se escribe "lejos del teatro de los acontecimientos" y se sabe, justamente por ello, de mayor alcance y efecto.
III.
Podría asemejarse la constitución de la comunidad de los pichis a una élite, en la que el adjetivo de "iluminados" se troque en el local de "avivados" y donde el privilegio de no combatir permite apreciar a la guerra, casi de modo hedónico, como un espectáculo de dimensiones extraordinarias, vivida como algo sensacional. Los pichis se sienten parte de un film de género y se maravillan de los sucesos como si se encontrasen frente a una película. Incluso cuando se encuentran con los ingleses -y no ya para combatir, sino para dialogar, para cambiar cosas- la descripción manifiesta el asombro, aun cuando la escena se localice en los cuarteles de tareas, casi burocráticos, y no en el campo de batalla y ellos sean el objeto de risa de todo el lugar. La admiración de los pichis no sabe de banderas, pero es profundamente pasional.
Pero, justamente por pertenecer al terreno imaginable de lo televisado / lo televisable estas cosas pueden ser contadas o descriptas, al contrario de todo aquello que se acerca a lo personal, la experiencia, donde sólo se puede balbucear el idioma del silencio. Hay una guerra que está pasando afuera ("De vez en cuando venían vibraciones, explosiones, la guerra") y otra que se está viviendo. De ésta última surgirán los problemas con el lenguaje y permanecerán los recuerdos sin palabras: "esas cosas, de la cabeza, en una vida, no se borran así nomás". El dolor, el dolor de los otros, permanece; el miedo, la oscuridad, también. Y es esa guerra que se vive en el miedo, el dolor y la oscuridad la que no puede hacerse saber al otro.
IV.
El tiempo transcurrido de la guerra se ha ido perdiendo en los oficios terrestres y la vida nocturna de la pichicera. Los pichis, estaqueados en el puro presente, desconocen el día en que viven y su visión del futuro es afectada directamente por esta indecisión temporal. La doctrina del aguante estima una determinada cantidad de tiempo de supervivencia, pero los cuerpos de los pichis están ahí para decir lo contrario. En el cuerpo del pichi se ha escrito, lenta pero decisivamente, la manifestación en escasos días del tiempo histórico. Sus cuerpos, como un mapa marcado, les recuerdan constantemente cómo y dónde han estado: la memoria se hizo carne en los pichis, aun a pesar de su modo particular de participar del conflicto armado. Como si, a fin de cuentas, la guerra trascendiese el mero enfrentamiento entre dos naciones y fuera una de las conexiones del espacio y el tiempo donde la experiencia se manifiesta del modo más brutal imaginado. El cuerpo es, entonces, la guerra: los pichis desfigurados, anticipados a la muerte, habiendo perdido ya todo rasgo de humanidad en la convivencia forzada con el ambiente.
26 de agosto, 2020
Notas
[1] Juan Carlos Grisolía; Operación dignidad. Por el rescate de la Nación. (Rosario, 1988). El pequeño libro se conforma de artículos publicados entre abril de 1987 y julio de 1988 en Prensa subterránea. Surge como respaldo ideológico (singular compendio de lo castrense, "la filosofía griega, el derecho romano y los principios éticos del medioevo cristiano") a la Semana Santa del "Ejército de Pascua" comando por Aldo Rico.
[2] Kohan, Martín; "A salvo de Malvinas" en Bazar americano, 23 de julio de 2006.
[3] Rodolfo Enrique Fogwill; Los pichiciegos, Buenos Aires, El ateneo, 2010, p. 11.
[4] Kohan, Martín; "Entrevista: Fogwill, en pose de combate" en Revista Ñ, número 130, Buenos Aires, sábado 25 de marzo de 2006, p. 6.