La nacionalidad siempre me ha parecido una manera peligrosa de clasificar a la literatura (o a cualquier otra rama de las artes... o a la humanidad), como si calificar para un pasaporte y no otro fuera un factor definitivo en la evolución artística, como si hubiera selecciones de escritores compitiendo en eternos mundiales. De manera semejante, librerías de todo el mundo han demostrado que también es una manera bastante conveniente de agrupar libros que son por lo demás muy disimiles. He aquí cuatro libros escritos por autores de edades cercanas pero de una diversidad notable en cualquier otra medida que se quiera aplicar. Lo que sí tienen en común es la voluntad de experimentar y jugar con las formas y el lenguaje de la novela, de interrogar temas locales y universales y de producir algo verdaderamente original ─a veces, es verdad, al costo de ser un poco crudo, pero en un contexto en que el oficio del escritor está cada vez más formalizado, la falta de barniz parece en sí misma una virtud─. Hasta ahora, solo uno (Lanny, de Max Porter) ha sido confirmado para la traducción al castellano.
We Are Made Of Diamond Stuff, de Isabel Waidner
Isabel Waidner
Una pequeña explosión de novela, que con su extensión breve de 105 páginas se encontró enfrentado en el shortlist del Premio Goldsmith (el premio literario más inteligente en Gran Bretaña en este momento) con el mastodonte proustiano y eventual ganador Ducks, Newburyport, de Lucy Ellman (más de mil páginas), un hecho que solo menciono porque después de leer los dos (bueno, más de un tercio del último) aventuro la opinión de que el libro más corto tiene bastante más peso literario.
Escrita en una prosa salvaje, estimulante e inclusiva que combina el monologo interior con textos encontrados, la realidad con la fantasía, mini-manifiestos artísticos con referencias a la cultura popular, la novela está narrada por unx joven EU national que vive en la pequeña ciudad balnearia de Ryde y trabaja con su pareja Shae en un hotel de mala muerte por menos del sueldo mínimo. Ostensiblemente, es la crónica de varios días de la lucha cotidiana de la pareja contra la pobreza y el prejuicio; la homofobia y la xenofobia del Brexit Britain son factores importantes (eso es verdad, en distintas medidas, para todos los libros mencionado en este artículo). WAMDS es una larga celebración y repudio del torbellino de ideas confusas en que nos sumerge la vida moderna, una diatriba igualitaria en que lx narradorx puede presentarse diciendo que es parecidx a Once de Stranger Things pero describe a su empleadora malévola como House Mother Normal, la novela del gran avant-gardista literario B. S. Johnson. El mundo que ha construido Waidner es profundamente queer: todo fluye y se funde; jerarquías artísticas, la metáfora y le realidad, lo posible e imposible (c.f. la batalla épica entre la pareja y el logo corporativo de un leopardo que amenaza al hotel). A su caótica manera, Waidner ha logrado una proeza paradójica: un libro profundamente irreal que logra plasmar un momento concreto de la contemporaneidad.
What We're Teaching Our Son´s, de Owen Booth
Owen Booth
Donde Isabel Waidner busca capturar una sección transversal de la vida, Owen Booth, ganador del Premio White Review de cuento breve (generalmente un buen indicador de calidad) expande el foco a un tema universal: la relación entre padres e hijos y, por ende, la masculinidad en el mundo moderno. Estructurada en una docena de capítulos, cada uno de ellos se centra en una materia distinta y comienza con "Estamos enseñando a nuestros hijos sobre XXXX". Lo que sigue es una serie de parábolas/chistes/reflexiones entre satíricos y melancólicos (que varía de 'Montañas' a 'Madres Solteras', de 'Las Arañas más Peligrosas del Mundo' a 'El Olor Especifico de Hospitales a las Tres de la Madrugada') en que el sujeto en cuestión es interrogado por los 'Padres' desde varios ángulos. Como toda buena obra cómica, WWTOS puede ser sorpresivamente profunda, con una maestría de ritmo y la medida justa de emoción genuina. Mientras vamos 'aprendiendo' de las distintas materias se va formando un retrato convincente de una generación sufriendo una crisis auto-infligida, personas que saben que hay algo mal (con ellos, con el mundo...) pero que no tienen idea de cómo resolverlo.
Lanny, de Max Porter
Max Porter
Max Porter es el más famoso de los cuatro escritores mencionados acá: su primera novela El duelo es esa cosa con alas (traducido al castellano por la editorial independiente española Rata Books que desafortunadamente no hizo ningún esfuerzo para distribuirlo en Ámerica Latina y no contesta mails preguntando por los derechos) fue una verdadera revelación con su innovadora y poderosa mezcla de lenguaje inspirado por el poeta Ted Hughes y evocación del duelo, además de un memorable trickster literario. Después de ganar varios premios, el libro fue adaptado para el teatro en una producción en el West End que contaba con Cillian Murphy, la estrella de la serie Peaky Blinders, una distinción poco común para una primera novela y que indica el impacto que puede tener una voz nueva cuando tiene la originalidad que tiene la de Porter.
Lanny es una digna continuación a El duelo... Aquí el foco se ha expandido de una pequeña familia a un pueblo entero en el campo inglés ─el trickster es ahora una especie de mito local; Dead Papa Toothwort, un monstruo/dios/espíritu amoral que puede tomar, o mejor dicho es, muchas formas de la realidad local: su paisaje, materia, sonidos y seres vivos. Es efectivamente (y eso no es causalidad) la representación física de un poema. Los otros protagonistas más importantes son Lanny, un niño inusual que posee varios dones más bien negados por sus padres y un entendimiento distinto del mundo a su alrededor; su madre, que escribe thrillers violentos, su padre ─el punto más débil del libro─, un cliché del hombre de finanzas que trabaja en la City londinense, y un artista local, un hombre mayor que forma una amistad estrecha con Lanny. El resto de la novela lo ocupa el coro de voces del pueblo ─una especie de Under Milk Wood contemporáneo y fracturado en que figuran todas las crudezas y mundanidades de los idiomas británicos de hoy en día. La mezcla resultante es un festejo extraordinariamente rico de lenguaje, uno que en medidas iguales condena y celebra los altibajos de la vida inglesa rural/suburbana; un mundo donde, como en todos los otros, la salvación se encuentra en la capacidad de abrir la mente y estar dispuesto a ver las cosas de una manera distinta.
Glitch, de Lee Rourke
Lee Rourke
De los cuatro, este libro es el que está más abierto con respecto a sus referentes. Rourke es un seguidor de los grandes pensadores posmodernistas literarios: Blanchot, Barthes, Baudrillard... (y seguro algunos otros que no sean franceses con apellidos que comienzan con 'B'); sus personajes siempre han sufrido de una tendencia a declamar discursos que tienen más que ver con la teoría que con la narrativa en cuestión. En principio, no hay nada mal con eso ─y en el clima mayormente conservador de la literatura británica hasta se podría describir cómo valiente-, pero puede llegar a ser un poco torpe. Es bueno, entonces, en Glitch, ver cómo ha sabido combinar su fervor experimental/teorético con una narrativa mucho más personal ─y justo por eso más efectivo.
Un hombre inglés que trabaja en líneas de alta tensión para la red eléctrica en New Jersey, Estados Unidos, vuelve a casa en Suffolk, Inglaterra, para operarse la mano. Su avión sufre un problema técnico, un glitch, y tiene que aterrizar de urgencia en Irlanda. Cuando finalmente llega a casa, el hombre descubre que su madre está enferma de cáncer y le queda poco tiempo. El pueblo natal es Dunwich, una urbe que por varios siglos ha estado cayendo literalmente al mar (todavía se pueden escuchar las campanas de las iglesias erosionadas). La carga simbólica es alta: la mano herida, el avión averiado, un pueblo amenazado por el mar, un padre ausente, el cáncer ─una enfermedad efectivamente causada por un glitch en nuestro ADN─, y Rourke persigue distintos riffs alrededor de esa idea central; su protagonista debe haber sido el único adolescente en toda Inglaterra que miraba las películas interminables de Andy Warhol enteras, y ¿qué decir de su fantasía de volverse parte de la red eléctrica?, pero todo esto funciona gracias a los momentos más poderosos de esta novela: las conversaciones presentes entre el protagonista y su madre y los recuerdos del pasado de ella. Un personaje memorable, la madre parece estar sacada de otra tradición inglesa: la de los grandes personajes de la literatura de mediados del siglo XX. Pensemos en los seres humanos imaginados por Muriel Spark, Evelyn Waugh o Virginia Woolf, lo que sirve para demostrar que en el arte, cómo en cualquier otra esfera de la vida, la variedad es la clave para evitar glitches de todo tipo.
Cuatro libros entonces, cuatro voces y puntos de vista que, aunque los temas tratados son efectivamente universales, también hablan de cierta vitalidad en una cultura que se encuentra buscando redefinirse por enésima vez. Un proceso que puede ser tan arduo como traumático.
18 de marzo, 2020
We Are Made Of Diamond Stuff, de Isabel Waidner, Dostoyevsky Wannabe, 2019, 113 págs.
What We're Teaching Our Sons, de Owen Booth, Fourth Estate, 2019, 192 págs.
Lanny, de Max Porter, Graywolf Press, 2019, 210 págs.
Glitch, de Lee Rourke, Dead Ink, 2019, 180 págs.