En la historia de Avellaneda se cifra una historia del país. Los gauchos del sur que con Rosas tomaron Buenos Aires en 1820; las barracas y los saladeros que comenzaron a ensuciar el Riachuelo a fines del siglo XIX; las decenas de fábricas y frigoríficos y harineras y textileras; los puentes, los buques y los trenes; las marchas, el 17 de octubre, la resistencia, los piquetes; también las masacres: la que contó Rodolfo Walsh del tiroteo en la confitería La Real y la de junio de 2002. Ahí, entonces, el movimiento obrero: esa historia. En el prólogo de ¿Quién mató a Rosendo?, Walsh escribe: “Para los diarios, para la policía, para los jueces, esta gente no tiene historia, tiene prontuario; no los conocen los escritores ni los poetas; la justicia y el honor que se les debe no cabe en estas líneas; algún día sin embargo resplandecerá la hermosura de sus hechos, y la de tantos otros, ignorados, perseguidos y rebeldes hasta el fin”. Mientras, en esa misma Avellaneda profana, crecía Luis Gusmán, que los conoció y los hizo vivir ahí, como personajes en sus historias, ahora compiladas y reeditadas, también corregidas, en Cuentos elegidos (Edhasa, 2023).
“La muerte es para Luis Gusmán todo un mundo, y es además una manera de habitar o de existir en ese mundo”, escribe Martín Kohan al inicio del prólogo a esta edición, como puerta de entrada a los 27 cuentos elegidos. No se trata del morbo con la muerte, sino de un ambiente, de un clima, de un tono, un color. De nuevo Kohan: “Gusmán exhibe una sensibilidad extrema para todo lo que se plantee en términos de oscuridad”. Leer estos cuentos es habitar la noche de un barrio que no asusta pero tampoco tranquiliza, en el que conviven la desesperanza y la resistencia, donde el futuro casi no aparece porque todo está atado con hilos al pasado y la melodía que siempre llega desde el fondo es la del llanto de un tango. Ese es “el imaginario del que la literatura de Gusmán se nutre: los pensamientos del que camina, en la noche, por una ciudad clandestina”, cierra Kohan.
En Avellaneda profana (Ampersand, 2022), sus memorias de lector y escritor, Gusmán confesó: “Los hice vivir en Avellaneda, los llevé al barrio para poder irme. Son mis personajes quienes se quedaron, igual que mis muertos”. En estos cuentos, entonces, quedan atrapados para siempre familiares, amigos, trabajadores que vio y escuchó cuando era un niño en el club, vecinos de Villa Perro, el frigorífico La Negra, los jockey y los jugadores que apostaban por ellos, los curas y los creyentes, el Regatas, el Puente Alsina, el tren y los ferroviarios, las casas de chapa, la Juventud Peronista, los inmigrantes, las prostitutas. Las personas y el territorio, y entre eso, sus creencias políticas o religiosas, sus rutinas, sus vicios, sus derrotas. Eso: en estas historias está la vida después de la derrota. En varias, incluso, como parte de entramados familiares donde también se heredan desgracias y suertes, persisten secretos o al menos hay cuestiones que no se preguntan, porque tal vez sólo se intuyen entre silencios.
Un caso: el abuelo de “Only you”, internado en un retiro evangelista (“No hace falta dinero cuando se tienen amigos religiosos”) que decide volver para morir en la plaza central de Villa Perro. Otro: el hermano en “Hueso”, que no se cansa de destilar su odio al cuñado boliviano que le va bien en Estados Unidos, mientras la madre está en el quirófano y nunca se sabe si saldrá o no. Uno más: otro abuelo en “Fuera de servicio”, jubilado a la fuerza como maquinista de un tren por atropellar a una mujer, pero que en forma de rechazo a la acusación se mantiene usando el uniforme hasta el fin de sus días. También la abuela de “Monedero de terciopelo” que antes de morir o quedarse completamente ciega quiere ver las tierras que alguna vez fueron de la familia pero que su hermano perdió entre apuestas. El final del cuento marca que no hay final en la vida, que el pasado siempre está llegando: “Miro cómo sus ojos quieren decidir el destino del pequeño metal que gira locamente”, dice el nieto, al lado de la abuela, frente a la ruleta.
Gusmán trafica también discusiones de época pero sin salir de su mundo. No hay consignas, sólo vidas atravesadas por lo que pasa alrededor. En “La sonrisa de Evita” es la ex pareja de la madre, el padrastro, quien aparece al encuentro de uno de los hijos de esa mujer. Por un lado, quiere contar su versión de los hechos: porqué tenía un busto de Evita y porqué reaccionó así cuando su hermano quiso robarlo. Y por el otro, para acercarse a su madre otra vez. No es un diálogo, es una confesión que no encuentra eco, sólo silencio y una reflexión puertas adentro.
“Avellaneda hace mucho que dejó de ser radical y es un nido de peronistas y de cabecitas”, dice el padre agonizante en “Aquel verano del '73”, o también vocifera, desde su cama en un hospital: “Escuchás cómo ladran los perros, escuchás la Marcha”. El hijo, el que narra, es militante de la JP y Cámpora está por ganar las elecciones. Lo fue a visitar, escucha y ya no discute, prefiere irse; es como si acabáramos de ver cómo se empieza un duelo.
Por su parte, en cuentos como “La muerte prometida”, “La respiración de los santos” o “Artista de varieté”, donde el narrador suelta al pasar que “No hay nada peor que una soga esperando”, no es la familia la que aparece como marco sino las casualidades entre personas desconocidas que sin saber porqué terminan en un mismo lugar en situaciones particulares, definitivas. Gusmán construye esas relaciones accidentales con oficio, aprovechando la noche, los detalles, las intuiciones de sus personajes que parecen por fuera de las decisiones del autor.
Sabemos, porque Kohan lo detalla en el prólogo, que Gusmán los corrigió otra vez para esta edición. Cambió palabras, limpió oraciones, suprimió lo que creía agregados innecesarios. Los cuentos que cambiaron de título tienen la nota al pie que lo aclara, pero en ninguno se informa el año o el libro en el que originalmente fueron publicados. Esos datos, quizás, además de nutrir de contexto, podrían funcionar como links en la búsqueda de nuevos lectores a partir de esta selección de una obra que recorrió hasta ahora medio siglo y que cuenta con más de veinte libros publicados, varios reeditados por la misma casa editora. En ese sentido, el reconocimiento que implica este libro a la cuentística de Gusmán merecía una corrección más fina para evitar tantas erratas que se descubren a lo largo de las 260 páginas.
La reedición por el 50° aniversario de El frasquito y la publicación de No quiero decirte adiós, una nueva novela de Gusmán, justifican el epígrafe de Kafka para estos Cuentos elegidos, el tercer libro publicado este año, que reza: “Desde el punto de vista de la literatura, mi destino es muy simple... Ninguna otra cosa podría jamás contentarme”.
Al cerrarlo, queda a la vista la foto anónima de la tapa: el resplandor de un atardecer deja ver las chimeneas, el puente, el reflejo del río, como si dijera que Avellaneda sigue ahí, en el mismo lugar, del otro lado, contando historias a través de Luis Gusmán.
28 de junio, 2023
Cuentos elegidos
Luis Gusmán
Prólogo de Martín Kohan
Edhasa, 2023
264 págs.