Fue en 1948, con la publicación del cuento “La lotería”, que Shirley Jackson (San Francisco 1916 – Bennington 1965) escandalizó a los remilgados lectores de la prestigiosa New Yorker. La segunda guerra mundial terminaba y el comportamiento de la comunidad del relato, que se juntaba –sin que el lector lo supiera, no hasta último momento– para apedrear a muerte al miembro de la familia sorteada, no difería técnicamente, como sostuvo Joyce Carol Oates en alguna ocasión, de las políticas propias del nazismo. Como fuere, durante el siglo XX la obra de Jackson en Latinoamérica se reducía, fundamental y fatalmente, a este verdadero clásico del terror. Gracias a la renovación de las corrientes feministas, a la revalidación del horror como género y, probablemente, a la adaptación que Netflix llevó a cabo en 2018 de su novela La maldición de Hill House (1959), el nombre de Jackson gravita hoy con una fuerza otrora inimaginable. Sus Cuentos oscuros son ahora fruto de una edición conjunta de Minúscula y Libros del zorro rojo, en traducción de Maia Figueroa Evans e ilustraciones de Carmen Segovia.
La vida más o menos rutinaria que se despliega en muchos de los relatos de la autora –vida pueblerina, de ciudades chicas donde todos se conocen– bosqueja una máscara social de hidalguía y buenos tratos que halla en la privacidad de los hogares o en el fuero íntimo de los personajes un reverso siniestro e inconfesable; el mismo que se da de bruces con las convenciones, rituales y fórmulas de cortesía que hacen posible una vida –es cierto– civilizada, aunque roída por la falsedad, los dobleces y el vacío. Así, en “La posibilidad de hacer el mal”, el texto que abre el volumen, una impoluta anciana, respetada por todos, y cuyo caserón fundacional metaforiza el origen y crecimiento de la ciudad, tiene por pasatiempo enviar anónimas cartas ponzoñosas, en las que azuza el odio, el miedo, la inseguridad o los celos de los remitentes. Le escribe, por ejemplo, a la señora Harper: “¿Ha averiguado ya de qué reían todas el jueves cuando usted se marchó del club de bridge? ¿O es cierto que la esposa es la última en saberlo?”.
La paz doméstica a la que aspiran estas madres de familia –mujeres de clase media que se encargan del mantenimiento del hogar, de la satisfacción de los hombres y del cuidado de los hijos– se presupone como el requisito primordial para cumplir con la expectativa de “La buena esposa”, para utilizar el nombre de otro de los cuentos. Esa exigencia crónica, paradójicamente, es capaz de transformar el amor en odio y, la concordia, en violencia. De este modo, a la esposa de “!Qué idea!” se le ocurre, por cada acto amable y considerado para con su cónyuge, un modo particular de asesinarlo. En “El bello desconocido”, el esposo de la protagonista vuelve a casa, luego de una ausencia laboral, ligeramente cambiado. La mujer lo percibe de inmediato: luce igual que su marido; tiene sus mismos rasgos y su mismo porte, pero no hay dudas al respecto: se trata, como reza el título, de un otro, de un bello desconocido. A diferencia, sin embargo, de lo que hará más adelante Stephen King (King y tantos, tantos otros), el doble ominoso será bienvenido, y se comprende: tiene para ofrecer la atención, la calidad y el interés –en fin, el amor– que en el original supieron diluirse. Y si de pequeñas comunidades se trata, en “Lo único que dijo fue «sí»” hacen su aparición los consabidos vecinos, chismosos y superficiales, tan empáticos por fuera como mezquinos por dentro. A esta crítica de costumbres y tipos, Jackson le agrega un condimento fantástico: mientras el ama de casa cuida a la joven vecina cuyos padres han muerto en un trágico accidente, su estrechez mental le impide reconocer el don profético de la mujercita, que parece vaticinar males que, más tarde, más temprano, la involucren, quizá, mortalmente.
En el formidable “Louisa, por favor, vuelve a casa”, una hija se da a la fuga. Pesan, también sobre ella, los propósitos de sus padres y de su clase: que termine una carrera universitaria, que se comporte de acuerdo a los contratos para alguien de su edad, origen y posición. En los aniversarios de su huida, escucha, con incomodidad y cierto recelo, el mensaje de la madre que transmite la radio pidiendo por su regreso. Jackson sabe cómo presentar –sutil, lateralmente– los conflictos familiares, las negligencias parentales y concebir un desenlace a la altura de su talento.
La autora –que murió antes de los cincuenta años y descuidó con ahínco y ayuda del alcohol, las anfetaminas y los bocados compulsivos su salud– confesaba sin pruritos que la mitad de su jornada se iba en tareas domésticas: asear la casa, preparar las comidas, lavar los platos, atender a los niños y, finalmente, arroparlos luego de la cena. Sólo entonces quedaba libre, con menos tiempo pero con energías renovadas, para sentarse delante de la máquina de escribir y crear, durante la tranquilidad y el silencio de la noche pueblerina, historias con el tipo de crueldad que la sociedad dice rechazar y que la ficción recibe, por su propio bienestar, con brazos abiertos.
5 de febrero, 2024
Cuentos oscuros
Shirley Jackson
Ilustraciones de Carmen Segovia
Traducción de Maia Figueroa Evans
Minúscula - Libros del Zorro Rojo, 2024
200 págs.