Desde comienzos del siglo XX, al menos una parte de la escritura literaria se concentró en la renovación de las formas narrativas convencionales y de los métodos que potencian la creación artística. Las apuestas en esta dirección implican problemas y desafíos de todo tipo, muchos de ellos relacionados con los modos de recepción, es decir, que dependen del encuentro con lectores versátiles, adaptables, capaces de aceptar el novedoso pacto de lectura que se les propone y de crear un esquema para decodificar esta “nueva” propuesta.
En esa tradición experimental, abocada a ampliar las fronteras reconocidas de la literatura, se instala el libro de la escritora suiza Dorothee Elmiger (1985), Desde el ingenio azucarero, publicado por la editorial Serapis, con traducción de Carolina Previderé. Libro, escribo sin especificar su género, porque en sus páginas se repone la imposibilidad de darle una definición certera al texto: “Martin, el corrector, dice que en caso de que estas anotaciones se publiquen sí o sí tiene que decir 'novela' en la tapa... Yo le contesto que esto es el informe de una investigación, y que por eso me parecería mucho más adecuado que dijera 'Informe de investigación'”. Quizás, a muchos, esa precisión les resulte superflua, pero es una señal de precaución para quienes eligen lecturas dentro de un género en particular. En Desde el ingenio azucarero caben y se suceden, en arbitraria continuidad, fragmentos de múltiples especies que dan cuenta de un sistemático trabajo de acumulación de notas, citas, retazos de sueños, reflexiones, charlas, descripciones, índices de libros, avisos clasificados del diario, piezas narrativas, entre otros.
A su vez, por el título y los demás paratextos, podría creerse que los “borradores” aquí reunidos se centran en el tema del azúcar, desde las múltiples vicisitudes de las plantaciones esclavistas en las colonias americanas, hasta el consumo voraz, íntimamente vinculado a la sensualidad, al deseo de poder y al erotismo, por parte de los europeos, en especial, de figuras de la Historia como Adam Smith y Toussaint Louverture, u otros personajes menores, menos conocidos o ignotos que han escrito o soñado con el azúcar, con las golosinas, con lo dulce. También el azúcar es el disparador para reflexionar, o algo así, acerca de las relaciones sociales de producción, el capitalismo, la explotación del hombre, la voluntad de poder, el hambre, todo debidamente apoyado en una bibliografía crítica y teórica que, como en un trabajo académico, se incluye al final de la publicación. Sin embargo, el azúcar es uno (más) de los tópicos, uno de los puntos nodales o de intersección que cruzan y atraviesan múltiples líneas que forman, a medida que se avanza en la lectura, un complejo dibujo, un espejismo o una filigrana, una forma que repele los límites y la idea de unidad. De una armoniosa, simétrica unidad. Su posible centralidad es, acaso, solamente un deseo de la escritora, Su Voluntad –“El azúcar es un móvil o una cosa, un enigma que se me hizo presente una y otra vez en los últimos años”– forzando a cohesionarse a todos esos granitos de palabras que cubren las páginas, o la llave maestra que se le ofrece al lector para ingresar a un posible “sentido total” del libro.
Porque en este presunto “Informe” hay otros tópicos o puntos de convergencia: el viaje transoceánico –de Vaslav Nijinsky, célebre bailarín de ballet; de Flora Tristán, la escritora francesa; de los africanos llevados a los ingenios de América; o de los guardias suizos que cruzan el Atlántico para aplastar la revolución de los esclavos en Haití–; el fatal o falaz destino de Werner Bruni, el rey de la lotería, quien en 1979 gana la lotería para luego ver esfumarse su fortuna; las conversaciones cómplices de la ¿narradora? con A., a quien se le cuentan sueños y vivencias; los diálogos con la psicoanalista o terapeuta; el arrobamiento o la obsesión de esa voz con un tal C., con quien comparte paseos y comidas, todas estas escenas que se vuelven recurrentes en ampliaciones, desviaciones, reformulaciones, cambios de perspectivas de un núcleo narrativo que es sometido, como rata de laboratorio, a un sinfín de reelaboraciones que parecen seguir el rastro de una “verdad” negada.
Así confluyen en los diversos ¿capítulos? –cada uno de ellos denominado con el nombre de una ciudad o una comuna o un lugar de Europa o América– una multiplicidad de heterogéneas notas que se superponen, a veces con cierta idea de progresión, pero otras deslizándose vertiginosamente por eje paradigmático, por la espiral de asociaciones caprichosas que a partir de una idea, una palabra, un paisaje, un sueño, una cita, nos dispara Elmiger. O “escenas” que ponen en abismo a la escritura, que escriben sobre el deseo de escribir, replicando en la escritura misma el desorden, la incertidumbre, las inseguridades de quien tantea discursos fuera del orden del discurso, de quien se enfrenta a los límites de las formas de narrar. “Me es absolutamente imposible plasmar en el texto todas las cosas en su simultaneidad”), protesta la ¿narradora? que intenta superar esa imposibilidad.
Algunas ¿historias? ¿pasajes? pueden despertar mayor interés que otra/os, ya sea porque conocemos al personaje –por ejemplo, Santa Teresa de Ávila– o porque al armar un patchwork con los fragmentos contiguos o distantes, conseguimos montar un relato que nos atrapa, sorprende o interpela. En otras, quizás por mis limitaciones, se corta el frágil hilo que nos ofrece Elmiger y uno queda huérfano en ese laberinto de paredes móviles, esperando que un nuevo giro de la escritura nos lleve o nos devuelva a lectura, al camino que suponemos la recta vía.
La experiencia de lectura es, por momentos, tan desconcertante como fascinante. En otros, la exigente incitación a un esfuerzo que no es recompensado. Lo políticamente correcto suele ser celebrar la riqueza exploratoria y la osadía compositiva de estas obras que, como Desde el ingenio azucarero, expanden el universo de la literatura. Aplaudir la obra que transgrede las convenciones. Mi decisión, en estas humildes líneas, es apenas formular una advertencia que aleje al lector perezoso e invite aquellos más intrépidos a aventurarse en Desde el ingenio azucarero.
3 de enero, 2024
Desde el ingenio azucarero
Dorothee Elmiger
Traducción de Carolina Previderé
Serapis, 2023
254 págs.