En cada página impar, un poema de unos pocos versos. Primero hokku, después tanka y shi. La estructura se mantiene hasta que aparecen los manuscritos y dibujos y, sobre el final, poemas anotados.
Hay una música que impulsa a dar vuelta las páginas sin pausa, con la misma velocidad que toma leer esas pocas palabras. Un arrullo que no deja espacio para el silencio y la pausa, porque pronto asoma el poema siguiente. Las manos se acomodan a esa rutina, como en cualquier práctica milenaria que involucra a la vez cuerpo y cabeza.
Hablo de Detrás del bambú, la antología que publicó editorial Duino con la poesía de Ryūnosuke Akutagawa en una edición bilingüe.
Akutagawa fue uno de los primeros japoneses que enamoró a Occidente con sus cuentos.
Dos acontecimientos le ganaron a Akutagawa una fama inmortal en este rincón del mundo, como un cuentista que recodaba a Poe y a Oscar Wilde, y que había llevado la literatura de Ambrose Bierce a Japón.
En 1950, Akira Kurosawa, que por ese entonces era desconocido, se llevó el Oscar a la mejor película extranjera con Rashōmon, basada en dos cuentos de Akutagawa: “Rashōmon” y “En el bosque”. Rashōmon es una antigua puerta, la gran entrada sur a Kioto. La atmósfera sombría de ese lugar derruido le sirve de marco a un bonzo y a un leñador, protegidos de la lluvia, para contar otra historia: varias personas envueltas en una violación seguida de asesinato dan su versión de los hechos ante un tribunal. La eficacia del relato se apoya en la multiplicidad de los puntos de vista. Cada uno de los involucrados cuenta su propia versión de la “realidad”, que nunca es la misma.
Pero el evento que más me gusta sucedió diez años antes, en 1940, cuando Borges, Bioy y Silvina Ocampo eligieron su cuento “Sennin” para que formara parte de su Antología de literatura fantástica, compartiendo cartel con una veintena de autores clásicos como Kafka, Maupassant y Kipling. Akutagawa era uno más de los grandes genios de la literatura fantástica de todos los tiempos y geografías. Desde su publicación, hace ochenta años, la antología sigue formando lectores de todas las edades.
“La solidez y la grandeza de los cuentos de Akutagawa siempre me hicieron pensar en un árbol”, dice Alejandra Kamiya en una de las notas introductorias de esta antología poética. “Hoy creo que lo que está en las raíces de ese árbol es esta mirada de lo cotidiano donde se enredan lo terrenal y lo que no lo es. Tal vez estos hokku, tanka y shi sean el otro lado de esos cuentos. El lado de adentro”.
A diferencia de los cuentos, la poesía de Akutagawa siempre resultó de difícil acceso en castellano. Dice Kamiya Mamoru que “traduciéndolo, yo, que no soy un haijin, sino una especie de kuroko, siento calma y también puedo ser feliz. Mi corazón descansa mientras traduzco”.
Se corren las páginas de Detrás del bambú sin notarlo, dijimos al principio, llevados por una extraña calma, agregamos ahora, siguiendo a Kamiya Mamoru, hasta que de golpe, de manera imprevista, sobreviene una revelación que invoca a la pausa. Se vuelven atrás las páginas, se relee la poesía de Akutagawa no con el libro terminado, sino cuando se descubre la repetición de imágenes, cuando los símbolos que ya nos resultan familiares –una flor, la llovizna, el bambú– nos alcanzan con ligeras variantes.
Así, unas hojas grandes que cuelgan abatidas, en uno de los primeros haikus, tienen algo de las hojas de kiri, que se inclinan y miran a las ramas, muchos poemas después. Todavía hoy la madera liviana y resistente del kiri es buscada para construir instrumentos musicales como el koto, ese instrumento de cuerda de la familia de las cítaras que deslumbró a Lafcadio Hearn.
Y aparecen más flores, muchas flores de todas las especies y tamaños. Las flores puras del hamayū, que asoman junto al río cuando pasa una llovizna de otoño; y el perfume de la flor de iris, que el enamorado cree sentir junto al espejo, como si fuese la sombra de la figura de ella. Basta sentir el aroma frío y penetrante de la flor de rōbai para recordar un lunar. Hay una flor verde con aritos que titila como el oro que nunca podrá parecerse a ella, y la flor de mokusei, y las finas hojas de negi, y las hojas de shuro, que con el viento tiemblan como sus nervios. Ahí donde florecen los juncos –juncos largos, juncos cortos– ahí vive el poeta.
En el apartado de “poemas anotados”, hay un hokku, bellamente explicado, que destaca con una luz triste. Se lo considera habitualmente el poema de despedida de Akutagawa antes de la muerte, una tradición en el budismo zen. Akutagawa se suicidó con apenas treinta y cinco años.
Se cierra el libro con una sensación de agradecimiento. Al poeta, desde luego, y también a los responsables de esta edición delicadísima, Ariel Pérez Guzmán, Kamiya padre y Kamiya hija, autora de dos libros de cuentos esenciales. Sabemos que abriremos muchas veces más Detrás del bambú, que lo leeremos sin prisas, yendo y viniendo por sus páginas, sin orden ni plan, mientras pasan los años y pase la vida.
de diciembre, 2021
Detrás del bambú. Antología poética bilingüe
Ryūnosuke Akutagawa
Traducción de Kamiya Mamoru
Versiones de Alejandra Kamiya y Ariel Pérez Guzmán
Duino, 2021
304 págs.