En la portada de este libro, una mujer de cerámica enteramente blanca, sentada en el piso en una pose pensativa, escucha atentamente lo que le dice una niña de plástico color ámbar. El encuentro pertenece a la serie Diálogos de Liliana Porter, que incluye, entre otras duplas, a: un señor atildado junto a un patito amarillo, un futbolista junto a un querubín, un pingüino junto a Jesucristo, y un "Che" Guevara estampado en un plato de loza sobre el que se recuesta amorosamente un muñequito con la forma de Minnie Mouse. En todos los casos, réplicas de seres de toda especie construidas en diferentes materiales y en escalas diversas, pertenecientes además a diferentes tiempos, se encuentran y dialogan en un más allá de las palabras. Porter los dispone con precisión quirúrgica en el vacío de un espacio atemporal e indeterminado, que en su vacancia da lugar a lo que tiene que ocurrir, que no se sabe exactamente qué es, pero que el eventual espectador intuye al verlo que está ocurriendo ("¡¿Pasó lo que pasó?!", acaso se pregunte luego, sumido en la inquietud de haber sido testigo de un evento aparentemente inanimado, que sin embargo se ha manifestado más elocuente que cualquiera de esas manifestaciones a las que llamamos "realidad".)
Apelando a la resonancia, este libro propone una situación equivalente a la de aquellas micro-escenas de teatrito inmóvil, pero instalada del otro lado del espejo. En lugar de adornos, estampas, juguetes o utensilios, las protagonistas son Liliana Porter y Ana Tiscornia, y lo que se pone en escena son sus palabras. Reunidas en el estudio donde habitualmente desarrollan sus trabajos, reflexionan acerca de la extensa producción artística de Porter. Exploran sobre todo el andamiaje conceptual en el que se trama su obra, desglosando los distintos "estados de pensamiento" que la han ido signando. Liliana Porter es ese tipo de artista que piensa construyendo situaciones. Sus inquietudes, sus intereses recurrentes, sus interrogantes y su visión general del mundo no sólo gravitan en sus trabajos perfilando una dirección, sino que además son un elemento constitutivo, indisoluble de sus preciosas figuraciones. Al respecto, dice Ana Tiscornia: "La acuciante necesidad de articular visualmente las reflexiones que la obsesionan, como si en el proceso de fijarlas estuviera latente la posibilidad de encontrarles respuesta, la llevó a crear un sistema de significaciones que es en ella una forma de vida, una manera de lidiar con sus preguntas".
El hombre con un hacha y otras situaciones breves (2013)
En ese complejo andamiaje, el tópico que gobierna, superponiéndose y abarcando al resto, es el de la representación, entendida como el mecanismo a través del cual el animal humano se formatea y formatea la realidad, a la que no puede aprehender y con la cual no se puede relacionar sino a través de su mediación. Es la cuestión más relevante (y Porter lo entiende mejor que nadie), porque la representación, fraguada en la capacidad de simbolizar y activada por la articulación de la palabra, es lo que el animal humano introduce de manera deliberada en la realidad. Pero ocurre que, curiosamente, a la vez que hace este aporte, lo niega. En la convicción falaz de que es lo contrario a la realidad, el humano niega la representación, clausurando su potencia, que a lo sumo queda restringida al universo infantil y a las prácticas artísticas. En esta negación y sus implicancias es donde pone el ojo Liliana Porter, intuyendo que ahí, en ese doblez vedado, se juega lo que importa.
Su obra, entonces, es antes que nada una continua y variable exploración del "tema fascinante de la representación": de lo que ofrece y oculta, de lo que engendra y obstruye, de lo que evade y disputa. En esa búsqueda, se abocó en principio a indagar la frontera entre realidad y artificio, para luego, mediante operaciones mínimas, desestabilizar los supuestos implícitos en esta demarcación. Dice en este libro, sintetizando y haciendo explícito su programa: "De lo que se trata mi obra es de que la realidad es un representación que enmascara muchas otras representaciones".
Junto a su compañera, además, desglosa en este libro las estrategias a través de las cuales fue materializando este programa. Señala, por ejemplo, que el modo en el que reafirma y hace evidente la representación es utilizando objetos que representan a seres vivos. Agregando una nueva capa de representación, compone con ellos situaciones en las que los dispone de tal modo que parezcan animados, ya sea haciéndolos "dialogar" con objetos de otra especie, o poniéndolos a ejecutar labores imposibles o enfrentándolos a situaciones inéditas. Digamos que los trata y los hace aparecer como sujetos, y de hecho los elige, según cuenta, por la expresividad de sus ojos o la gestualidad de su cuerpo, aquello que, por lo general, subraya la "apariencia de ser".
Tal como señala Tiscornia, uno (en tanto espectador) entabla una relación de complicidad con estos "seres aparentes", quizás porque, dispuestos en esas micro-escenas de ensueño, son protagonistas de los dramas que "encarnan", pero también, y sobre todo, son el espejo onírico (cómico, irónico, sutilmente desplazado) de nuestras representaciones. Un espejo que, en su pluralidad abierta al sinfín de lo posible, denuncia lo restringido y estereotipado de nuestras supuestas existencias. Y es que lo que hace Porter con sus micro-escenas de ensueño es liberar la potencia de la representación, proponiendo nuevos pliegues para la llamada realidad, en los que se cuela la fantasía, el simulacro y la invención, y en los que hay espacio para combinaciones impensadas, incongruencias genéricas, superposición de tiempos y dislocaciones del sentido. El modelo, según se expone en estas charlas, Porter lo encuentra en la infancia, esa instancia de inmadurez en la que la representación todavía estaba abierta. "A Liliana con frecuencia le gusta repetir en voz alta, muchas veces, hasta el cansancio, una cosa simple, simplísima. Hacerlo imitando a los niños, o igual que ellos directamente", dice Ana Tiscornia; y agrega: "Es un gesto infantil detrás de cuya persistencia es posible intuir un espejo de su trabajo que mira al mundo, al acontecer diario, al gesto banal y al grandilocuente, como desenlaces siempre provisionales de preguntas recurrentes, cuya razón ─en tanto sentido y respuesta─ nos es desconocida".
Tal como queda evidenciado en la cita anterior, Ana Tiscornia logra en varias oportunidades condensar en una frase todo el universo de Porter, al que evidentemente conoce al milímetro. Porter, en tanto, se expone sin tapujos, pero evitando ser concluyente. Juntas pasan revista a las distintas obras, a los distintos formatos (dibujos, pinturas, instalaciones, fotografías, grabados, estampas, esculturas, videos y teatro), pero sobre todo a los múltiples interrogantes que con el tiempo han ido delineando el "universo Porter". Un universo de apariencia ingenua, profano y poético a la vez, gracioso en todos los sentidos de la palabra e inteligente como muy pocos. Las composiciones precisas que lo conforman, en las que todo siempre parece estar en su lugar (aún cuando no existe un lugar necesariamente adecuado), encantan como un cuento de hadas o un juego infantil. Bajo su influjo, el eventual espectador puede entregarse, digamos que "metiéndose" en la historia. Pero la entrega nunca es total ("mi obra es como mirar una película con las luces prendidas", dice Porter), porque estas composiciones son, además y sobre todo, artefactos de pensamiento. Porter piensa con muñequitos, e incluso podríamos decir que lo que ha estado haciendo con sus obras es crear un lenguaje hecho de juguetes, adornos, utensilios, fotografías, dibujos y demás miniaturas de la representación, a través de los cuales se piensa y piensa el mundo. El desarrollo de su obra, en este sentido, es el desarrollo de una gramática que de a poco ha ido inventando sus leyes. Este libro, en consecuencia, podría pensarse como una exploración a dúo de esta curiosa gramática, y, finalmente, como una velada invitación a experimentar las prodigiosas articulaciones de esta lengua desatada.
16 de diciembre, 2020
Diálogos
Liliana Porter y Ana Tiscornia
Excursiones, 2019
95 págs.