Sabemos, por lo menos desde los tiempos del grupo de Boedo, que los trabajadores, los obreros, los asalariados, los oficinistas, los duchos en los oficios, pueden tomar la pluma y hacer de ella una extensión de su cuerpo y de su mente, un modo ─literario─ de resistencia. Lo sabía, tal vez como nadie, Roberto Arlt. Lo saben, en la actualidad, y cada uno a su manera, Pablo Ramos, Juan Diego Incardona; Washington Cucurto con su editorial cartonera y Jorge Goyeneche con su Final de obra.
Lo sabe también Mario Castells (Rosario, 1975), narrador, poeta, ensayista, de ascendencia paraguaya y albañil desde los 14 años. Castells erige su Diario de un albañil con los materiales que propician el recuerdo, la denuncia, el festejo, incluso el panegírico. Y desde la primera entrada asume la supuesta contradicción que lo constituye: la del obrero intelectual. Mientras demuele una pared con un martillo mecánico, y a pesar del ruido ensordecedor, escucha que su hermano contratista le dice a uno de los empleadores: “Así como lo ves, ese de ahí es mi hermano, y es un buen escritor”.
El conflicto con el padre; la rememoración de su primera borrachera, la celebración de los amigos y familiares dignos de reconocimiento por su compromiso con los vínculos filiales, con el esfuerzo o con la holgazanería, con el alcohol; su deseo de escritura y de ficción; la cotidianeidad del trabajo en la obra, la amistad y las tensiones con los compañeros; estos, entre otros tópicos, consolidan la argamasa que sedimenta el libro. Con un pie en el mundo obrero y otro en el de las letras, Castells se inscribe en la “narrativa de los albañiles” ─esa en la que el gorreo, las grescas y el reviente tienen un lugar de privilegio─ pero con la distancia que supone el manejo del material intelectual por excelencia: la escritura. Con el anclaje que brinda la letra, el texto pretende fijar parte de esa cultura obrera, paraguaya, y popular, que tiene en la oralidad ─sinuosa, polifónica, viva─ su base de sustentación. Y así como de tanto en tanto emergen en la obra conflictos y tensiones entre los jefes y los albañiles, brotan también en la superficie del texto ─en la prosa castellana de Castells─ expresiones y términos guaraníes deseosos de protagonismo, de reconocimiento.
Cuando el diarista, con la ayuda y el esfuerzo de un tío y de varios amigos, construye su propia casa, toma la extraña decisión de no habitarla, y será su padre ─otrora albañil, devenido contratista─ quien termine usándola como depósito. Sólo a partir de este momento, afirma Castells, comienza verdaderamente a alejarse de sus amigos paraguayos y de la albañilería; sólo a partir de ese momento, confiesa, decide adentrarse en el campo letrado.
Entre el universo de la construcción y el literario, la casa reviste para el autor el valor de un signo poderoso: el corte con el deseo paterno y la definitiva aceptación del suyo. Signo que, como una suerte de rúbrica, Castells escribe para fijar; para rememorar, siempre, esa premisa fundacional que lo sostiene: ser el artífice de su propia vida, el obrero de su propia escritura.
26 de enero, 2022
Diario de un albañil
Mario Castells
Caballo negro, 2021
124 págs.