En su nueva novela, Dios duerme en la piedra, Mike Wilson (Misuri 1974) adopta un modo de la elipsis completamente distinto al que utilizó en textos precedentes como Leñador, de 2016, y Ciencias ocultas, de 2019. En la reciente ficción, Wilson construye su historia a través de un narrador parco que no tiene interés en postular líneas de interpretación, ni ahondar en la interioridad ni en las intenciones de su personaje, de quien sabemos tan solo que montado a caballo se dirige hacia el norte. Es un viaje narrado en presente, que nos muestra una serie sucesiva y continuada de días y noches atravesando el oeste desértico de Estados Unidos, bosques, llanuras, quebradas, en un clima de visos apocalípticos, con la muerte rondando por todos lados.
Apenas un puñado de sueños, siempre contaminados con datos de lo vivido durante la jornada; apenas dos o tres recuerdos, contados de manera tan elíptica que no nos permiten construir nada: esto es lo poco que se nos ofrece para adentrarnos en la interioridad del personaje, para hacernos vislumbrar escenas, casi oníricas, de su pasado.
En un sentido específico, tanto con Ciencias ocultas como con Dios duerme en la piedra, nos enfrentamos a textos crípticos; no crípticos debido al trajín de su prosa, que es accesible, sino al aura de un enigma imposible de descifrar. Son textos que parecieran conjurar la búsqueda de sentido; que postulan experimentar la aceptación del enigma, de fuerzas, sucesos, trascendencias, que delimitan los alcances de la razón y del lenguaje, y que por tanto es preferible no explicar.
A este respecto, en Dios duerme en la piedra se ofrece un pasaje en que el personaje hace noche a la entrada de una antigua mina abandonada, y sueña que “ingresa por la boca de la gruta, adentro lo espera una antorcha, la empuña y se entrega a la oscuridad. Ve dibujos en las piedras cortadas, petroglifos y bocetos trazados por los mineros ausentes. Distingue los contornos de criaturas, bestias amorfas, astros cincelados en el cielo de la mina, un cometa negro trazado con hollín surca la bóveda. Sueña que cae de rodillas ante el astro y eleva plegarias en lenguas muertas, busca despertar a un dios remoto, una voluntad antigua sin rostro ni libro”. Decide quedarse una noche más y vuelve a soñar con el interior de la mina: “sueña que sueña el sueño noche tras noche, sueña que pasan semanas, meses, años, siglos, milenios, sueña que afuera el cielo se apaga y el frío se apodera del cosmos, sueña que el tiempo deja de existir”. Cuando despierta se va, emprende nuevamente la marcha “sin querer confirmar si existen los dibujos de bestias amorfas y el cometa cincelado que surca la piedra fría”. Si ofrecemos in extenso este pasaje es para dar cuenta de la postura que adopta el personaje: dejar el enigma sin resolución.
Lo críptico, en Wilson: aquello que aparece, que se deja ver o se intuye, que se aprecia en su apariencia, pero que no se busca comprender: escrituras en lenguas desconocidas, pictografías, litografías, lugares a los que no se accede. La razón pareciera no tener acceso y el lenguaje, en ese orden de cosas, resulta inerme. Mejor callar, y que sea el sueño de la lectura el que devele a cada uno lo que hay dentro de la gruta.
13 de septiembre, 2023
Dios duerme en la piedra
Mike Wilson
Fiordo, 2023
120 págs.