Quizás el emparejamiento de la soledad con cierta forma de la muerte esconda una posibilidad todavía más abismante. Quizás no haya soledad más honda que la absolutamente imposible, la que se instalaría con la muerte de todos los demás. Muerte o desaparición: en el caso de Dissipatio H.G., novela que convierte el mundo en un jardín de uno solo, vendría a ser más o menos lo mismo.
Guido Morselli la terminó meses antes de que un disparo de la “muchacha del ojo negro” –como llamó, tanto en su obra final como en su diario, a su Browning 7.65– fijara para siempre su imagen de autor aciagamente inadvertido, merecidamente rescatado e irremediablemente incluido en el canon medular de la literatura italiana del siglo XX. Mucho antes de todo eso, escribió decenas de ficciones y ensayos, aguzó un estilo que le permitía transitar géneros, presentó un libro en Einaudi que Ítalo Calvino le rechazó sin miramientos, se resignó ante su destino de inédito y de ignoto. Según Diego Bigongiari, traductor de esta primera adaptación de Dissipatio H.G. al español, en las vísperas de su suicidio Morselli trabajaba en una ucronía sobre un planeta sin dimorfismo sexual. Para entonces, 1973, Ursula K. Le Guin ya había publicado y ganado fama por La mano izquierda de la oscuridad. Desconocemos si Morselli alcanzó a leerla. Tal vez logró ahorrarse la decepción.
El “H.G.” del título remite a humani generis. La novela empieza cuando la disipación propiamente dicha ya se ha producido. Asqueado de misantropía, el narrador se propone no llegar a los cuarenta años: hay una cuenca cavernosa donde ahogarse, una botella de coñac y una decisión que se suspende, un cabezazo accidental contra una roca al salir y también un trueno que ilumina un valle. El cabezazo es una de las migajas que Morselli deja caer de la anécdota y permite, hasta cierto punto, una relectura de los hechos cercana a la que algunos críticos aventuraron sobre el destino alternativo de Juan Dahlmann en “El sur”.
Una cuestión que en el fondo importa muy poco. Lo cierto es que, cuando el narrador vuelve a la civilización, de la civilización nada queda. Por obra y gracia de un evento fabuloso, la población humana se ha reducido a una sola unidad. No hay más gente en las calles, los negocios, las oficinas. Tampoco en las demás ciudades: nadie devuelve los llamados que el narrador hace a otros puntos del mapa. Con el permiso de Borges, invocado hace unas líneas, el narrador de Morselli es ahora la especie entera, todos los hombres.
Hasta ahí la premisa. Dissipatio H.G. no es, ni quiere ser, una novela de enigmas ni de acciones. Tampoco le sientan bien las etiquetas literarias: “No tengo veleidades de ciencia; ni siquiera, lo noto en mi honor, de ciencia ficción. No pensé en un genocidio a través de los rayos-de-la-muerte, de epidemias esparcidas sobre la Tierra por venusícolas malvados, de nubes nucleares de remotas explosiones. Percibí enseguida que el Evento no puede reducirse a las consabidas medidas”. Si de explorar causas se trata, Morselli aparenta desandar esa ruta sólo para extraviarse en consideraciones más difusas. La soledad posapocalíptica es menos un conflicto para el narrador que un conflicto en sí, que viene de antes y que excede a la denominada vida inteligente, esté comprendida en uno o repartida entre millones: “Yo soy el Sucesor. La humanidad estaba, ahora estoy yo. El epílogo se encarna en mí. Concluyo las generaciones. Era yo el objetivo, la meta, el término último”. La misantropía abandona la fobia; la sobrevive una aspiración de síntesis, la dialéctica de una mónada que busca contenerlo todo sin permear sus límites, como si Morselli insinuara que la cifra poblacional no es vinculante, la extinción es apenas una coyuntura y los hombres –el primero, el último y todos los del medio– siempre anhelarán ser Dios.
El narrador desfila entre facilidades. Puede ir adonde quiera, comer lo que quiera, hacer con su día lo que desee. Los autos, la comida y el alojamiento sobran; el tiempo mismo ha detenido su progreso. Los paseos, los encuentros con animales desconcertados y los experimentos con la tecnología vacante son el combustible que empuja el descargo solipsista, la reflexión acerca de la verdadera naturaleza de un exterior más verde y sano que nunca, liberado de las malas costumbres, ardido de trinos y colores: “El mundo nunca estuvo tan vivo como hoy que una cierta raza de bípedos dejó de frecuentarlo”. La paradoja sobre la que Dissipatio H.G. escora su luz es la de un edén diseñado por la expectativa humana, pero sin nosotros. Un paraíso al que jamás llegaremos como especie, y que sin embargo sólo existirá mientras haya al menos una persona que pueda apreciarlo.
27 de marzo, 2024
Dissipatio H.G.
Guido Morselli
Traducción y prólogo de Diego Bigongiari
Edhasa, 2023
160 págs.