Si alguien nos preguntara de qué trata –de qué va– Doce pasos hacia a mí, segundo libro de Sofía Balbuena, podríamos ensayar una respuesta como ésta: es la historia de Sofía, una chica oriunda de un pueblo bonaerense (Salto), que se establece en Barcelona, donde, después de renunciar a un trabajo denigrante, comienza a trabajar como librera, gracias a la convocatoria de una amiga argentina, a la par que su “vocación alcohólica” se acrecienta, en una alternancia de borracheras y resacas.
Sin embargo, una sinopsis así, no inexacta pero sí torpe y anecdótica, soslayaría el tono y las estrategias narrativas que Balbuena usa perspicazmente en su libro. Hay, en lo tocante al tono, un efecto de proximidad calculada, de conversación con quien lee. Una conversación quizás semejante a la que Sofía, cuando se emborracha sola y se pone ansiosa, busca mantener con alguien, teléfono mediante. Con alguien que, sobre todo, no la juzgue. Lo que puede haber –o lo que hay, mejor dicho– de desesperación en ese gesto transmuta en la valentía de un yo que se asume en estado pregunta.
Ese estado de pregunta hablita, por un lado, un proceso de autoanálisis, y se apoya en un neceser o botiquín de primeros auxilios de libros –para decirlo con Héctor Libertella–, por otro. En el entrecruzamiento, en la porosidad entre una y otra cosa, es que se teje sutilmente el texto.
Como no podía de ser otro modo, hay una novela familiar. Una familia, la de Sofía, en la que, dice Balbuena, “nadie bebe realmente”. Un padre que advierte a Sofía sobre la posibilidad de que puede convertirse en alcohólica y que es con quien ella, cuando vuelve de visita a Salto, comparte alguna cerveza. El recuerdo de la primera borrachera a los 15 y de cómo, entre la alegría y el miedo, Sofía se desentiende del bullicio circundante para disfrutar de ese estado novedoso. Años más tarde, ya en Barcelona, donde tiene oportunidad de emborracharse con escritoras y escritores que admira, Sofía descubre que hay un punto en que el consumo de alcohol provoca que ella quiera retirarse de la fiesta. Se retira con vergüenza, sintiendo entre otras cosas que compromete su trabajo –aun cuando el alcohol no afecta directamente su vida laboral–. Esa tensión, la de la bebida como vector social y a la vez como conducto a la soledad, persiste a lo largo del texto. “Todos los vicios son solitarios”, anotó Saer en un pasaje de Cicatrices. Se pregunta Sofía por qué y para qué bebe, si quiere cambiar de vida, si hay gradación posible –para quien abre la primera lata de cerveza pensando en las que vendrán– entre el exceso y la abstinencia. Y va afilando sus preguntas, la manera de preguntar y preguntarse, como quien corre un tupido velo.
“Algo me empujaba a perseguir ciertas lecturas que me inclinaban a revisar el hábito de beber, la vida de los escritores alcohólicos, sus desenlaces”, escribe Balbuena. Entre esas lecturas, se cuentan Black out, de María Moreno; The Recovering: Intoxication and its Aftermaths, de Leslie Jamison; y The Trip to Echo Spring, de Olivia Laing. Balbuena va hacia ellas y, al hacerlo, va también hacia sí misma, resignificando su propia experiencia. Y es justamente ese movimiento el que posibilita que ella cuente su propia historia, evitando todo moralismo, toda altisonancia conclusiva, sabedora de que el texto –que está continuamente escribiendo– siempre puede terminar distinto.
4 de enero, 2023
Doce pasos hacia a mí
Sofía Balbuena
Vinilo 2022
88 págs.