En los últimos años, la editorial Godot ha emprendido la noble tarea de editar, con nuevas traducciones “hechas acá”, en nuestro castellano, y que afortunadamente nos libran de los estremecimientos y malestares que provocan las realizadas en España ─con sus “capullo”, sus “majo” y el “tú” tan característico, entre otros casticismos─, la obra narrativa y ensayística del brillante Stefan Zweig (1881-1942). A los títulos ya publicados, se han sumado recientemente tres nuevas novelas: Veinticuatro horas en la vida de una mujer; El candelabro enterrado y Mendel, el de los libros que permiten seguir descubriendo el ingenio narrativo, la equilibrada prosa y las cautivantes tramas que produjo este escritor austrohúngaro, de ascendencia judía, y por tanto, un refinado cosmopolita. Las dos primeras son, en esta oportunidad, las que han llegado felizmente a mis manos.
Veinticuatro horas en la vida de una mujer,publicada originalmente en 1927, nos instala en un sitio turístico donde un heterogéneo grupo de veraneantes comparten las educadas conversaciones con las que ocupan las jornadas de ocio. El narrador ─que estamos invitados a asociar, por ciertos rasgos y alusiones, con el mismísimo Zweig─, a partir de una situación escandalosa que fractura el monótono transcurrir del tiempo en el hotel, se trenza en una furiosa discusión con los huéspedes que censuran a Madame Henriette, la mujer que, abandonando a su esposo y a sus dos hijas, se ha escapado con un misterioso y encantador caballero llegado el día anterior. Mientras las críticas de los oportunos guardianes de la moral la destrozan ─la referencia a Madame Bovary de Gustave Flaubert es inevitable─, el narrador asume la acérrima defensa de la fugitiva, ganándose con su espíritu comprensivo la simpatía y la confianza de la anciana Mrs. C., otra de las contertulias, quien conmovida por su actitud, decide revelarle los sucesos de veinticuatro horas de su vida ocurridos hace más de veinte años.
Reunidos en la intimidad de su habitación a media luz, Mrs. C. despliega el sincero relato de su encuentro en Montecarlo, en el vértigo de una mesa de casino, con un joven “a quien Dios, como un escultor misterioso, había dotado de la capacidad de exteriorizar todos sus sentimientos de manera sensual, hermosa y plástica” y su deseo de salvarlo de la perdición y el suicidio. La narración de “esas veinticuatro horas que fueron más emocionantes que cualquier juego y que perturbaron mi destino en los años venideros” nos convidan a reflexionar acerca de lo inestables que son nuestras convicciones y certezas, lo frágiles y vulnerables que resultan las máscaras con las que ocultamos nuestro verdadero rostro y cómo, a pesar de todos los cuidados y precauciones que nos esmeremos en tomar, siempre estamos expuestos a que un hecho inesperado transforme radicalmente nuestras vidas.
La segunda novela es El candelabro enterrado, publicada por primera vez en 1937. A primera vista, podría asegurarse que el argumento viene impuesto por los fatídicos acontecimientos que comienzan a asolar a Europa, aunque aún de manera incipiente. Específicamente, la referencia es a la pérdida de la patria, la persecución y el desprecio que padece el pueblo judío y que, en la Alemania dominada por el nazismo, ya en 1937 permite vaticinar el exterminio al que serán sometidos en los años venideros. Sin embargo, para asociar el “presente” con el destino de los judíos, Zweig nos traslada, en la primera parte de la novela, a la Roma del 455 d.C., al momento exacto en que los vándalos, al mando de Genserico, entran en la ciudad, otrora el centro de poder del “mundo”, para saquearla de forma pacífica y sistemática.
Víctimas de la codicia de los saqueadores, también la comunidad judía de Roma pierde su reliquia más preciada, hasta entonces en manos del emperador Máximo y resguardada en su bóveda con otros tesoros, la Menorá, el candelabro que es “su símbolo sagrado, que Moisés había contemplado, que Aarón había bendecido, que había estado sobre la mesa del Señor en la casa de Salomón”. Alarmados por la noticia de esta nueva catástrofe, siguiendo a los carros de los vándalos, once ancianos judíos y un niño de siete años, Benjamín, se lanzan a la imposible misión de salvar el candelabro o, al menos, verlo por última vez antes de que parta hacia su nuevo destino.
En la segunda parte, reencontramos a ese niño, el último que vio la Menorá, ochenta años mayor, embarcándose para cumplir el destino que Dios parece haberle asignado: recuperar el candelabro que, con el botín traído por Belisario de Cartago, ha pasado a enriquecer las arcas del emperador Justiniano, en Bizancio. Más allá de las alusiones y sentidos que se escapan a quienes somos ajenos a la religión, las peripecias de Benjamín y el candelabro pueden provocar en el lector el deseo de rescatar una moraleja. ¿Estamos frente a una épica de la fe, frente a un homenaje a los hombres y mujeres expulsados de su tierra y humillados por la historia, frente a una reafirmación de la sabiduría de Dios y sus secretos designios, o frente al relato sobre un personaje que busca cumplir con su destino en la tierra? En cualquier caso, como en toda lograda novela de aventuras, es difícil suspender la lectura y abandonar a este “héroe” antes del final de su viaje.
Ambos títulos justifican la fama de Stefan Zweig como escritor, de hecho, el más leído y traducido durante el periodo de entreguerras, porque combinan en sus páginas el estímulo de una historia exquisitamente narrada con esa seductora capacidad para atraparnos y sostener nuestro interés y curiosidad hasta el final del relato. En tiempos en que la literatura parece una excusa para indagar y denunciar problemas coyunturales, resulta liberador volver por un tiempo al arcádico paraíso de la literatura porque sí, a los libros que nos ofrecen solamente el placer de leer y, en todo caso, nos interpelan sobre cuestiones universales o conflictos que no figuran en la lista de los intereses contemporáneos.
19 de enero, 2022
Veinticuatro horas en la vida de una mujer
Stefan Zweig
Traducción de Nicole Narbebury
Godot. 2021
128 págs
El candelabro enterrado
Stefan Zweig
Traducción de Maia Avruj
Godot. 2021
96 págs