Convocados por la cuidada prosa de Diego Muzzio (Buenos Aires, 1969), una serie de animales hace su aparición extraña, simbólica, en los relatos que conforman Doscientos canguros (Entropía, 2019). Relatos que se interconectan fugazmente, por escenarios o situaciones que pueden bordear el absurdo o el fantástico y que cohesionan un mundo narrativo surcado por el escozor de la existencia; por algunos excesos fatales y dañinos y por traumas pasados que marcan el devenir de los personajes. Se respira un aire fuerte por las alturas de este libro –retomando aquella expresión de Nietzsche–: y es que sus diversos protagonistas deben hacer frente a la experiencia de un límite, ya sea el de su rutina, su identidad, o su existencia.
A Felipe, el joven de “El hombre neutral”, cuento que abre el libro, lo atraviesa el miedo de repetir, con el nacimiento inminente de su primer hijo, la historia de su propio progenitor, quien le ha dejado poco más que su apellido. Como empleado del servicio médico del aeropuerto, Felipe rumia su última noche antes del alumbramiento de su mujer ayudando a Oscar, chofer de la ambulancia, en un operativo de emergencia para despejar la pista de aterrizaje de una incomprensible invasión de conejos. Ocultos sus cuerpos por la niebla, las cabezas de los conejos saltan, como resortes. Esta imagen surrealista (a diferencia de la que emerge en el sueño ulterior, que conmina al personaje a actuar) pareciera ocurrir fuera del tiempo, y liberar a Felipe –y al relato– de la presión y las ansiedades que establecen o determinan los puntos temporales. Así, el problema para Felipe, es el pasado: qué hacer o qué no hacer en relación con él, para que no se repita en un futuro.
En el fascinante y cinematográfico “Los discípulos de Buda”, Gustavo Tromber debe lidiar con Víctor, su hermano mayor, genio del ajedrez y “monstruo” al que su padre ha alimentado con la dieta de su propio deseo, convirtiéndolo en una bestia glotona, huraña y violenta. El único fin paternal es, claro, alcanzar fama y dinero a costa de su hijo. El problema, para Gustavo, se resume en su pasado familiar, víctima de las agresiones de Víctor y del ninguneo de su padre. Cómo reconciliarse con su historia familiar, que viene a golpearle la puerta (a interpelarlo por teléfono) cuando una llamada de Víctor desde una institución psiquiátrica lo despierta al presente, para recordarle la anécdota clave en el disfuncional funcionamiento familiar: la partida que Víctor le ha ganado en su adolescencia en un bar de Buenos Aires al maestro del ajedrez Bobby Fischer, que acaba de morir: “–Lo maté yo –Le asegura Víctor–. Estaba acorralado: en cinco movimientos era jaque mate.”
En “Caza Zero” Teiji Onamura necesita de la muerte del progenitor avaro (“arrugado como una tortuga (…) detrás de la caja registradora”) para desprenderse de la rutina alienante a la que lo somete, junto a su dócil hermana, en el negocio paterno: una tintorería del barrio de Flores. Teiji vive tensionado entre el linaje aburguesado y achicharrador del empleo, por un lado, y el pasado bélico y heroico de la rama materna, delineado en la figura de su abuelo Shintaro, piloto de la Segunda Guerra Mundial, combatiente en Pearl Harbor, por otro. Las “ballenas piloto” que se amontonan (¿para morir?) en las costas del mar del pueblito que visita Teiji a la hora de intentar resolver su conflicto interior metaforizan esa problemática existencial. Mientras Teiji se relaja en el mar repitiendo como un mantra las características del “Caza Zero” que volaba su abuelo materno, el narrador advierte: “Se interrumpió cuando cayó en la cuenta de que estaba ahí para pensar en el futuro”. Es decir: el presente de la historia se convoca para dirimir el pasado y pensar un futuro posible.
Ilustración de Juan Carlos Comperatore
En “Caballo en llamas” –al igual que en “Los discípulos de Buda” con la última dictadura cívico-militar, aunque sin ínfulas de denuncia– Muzzio enlaza el oscuro pasado nacional (la guerra de Malvinas) con el del protagonista, excombatiente encapsulado en su propia historia de amor con un Kelper. Patricio regresa luego de veinte años a su pueblo para saldar cuentas con los prejuicios y mandatos de su padre y consumarse y consumirse, como el caballo en llamas que atraviesa enloquecido una de las calles del lugar, en un último fuego. Qué hacer con un pasado en litigio, entre el deseo propio y el decretado por el padre. Qué hacer en el presente, pareciera ser el problema de Patricio, esfumadas para siempre las personificaciones de esa tensión.
En “El cielo de las tortugas” un cura y un médico reescriben un relato cristiano para construir un sendero de sentido por el cual encaminar a Ana, una niña agonizante de leucemia, en la acogida de su destino fatídico. Aprender a aceptar el presente –este es el problema de Ana y de su familia– para encarar un futuro incierto (tal vez, la nada). Problema, en verdad, antropológico, sobre todo si, al igual que Muzzio, se considera que parte de la especificad humana –y lo que nos diferenciaría de los animales– reside en la conciencia de nuestra propia mortalidad. “Los animales –dice el autor– no saben que van a morir.” Ese saber, esa conciencia, se desprende en cierto grado de la noción de una temporalidad finita.
Lidiar a tiempo con los traumas pasados y la niebla del futuro, atravesando el malestar existencial del presente, que no deja de recordarnos la transitoriedad de nuestro ser. Una reflexión universal –una consideración intempestiva, en tiempos posmodernos–, que brota como una oración silenciosa de Doscientos canguros, el libro sobre el animal diferente (el animal que cuenta, al decir de Castillo); y que recorre también, como un salmo perentorio, tal vez como una preocupación autoral, los versos finales de “Java”, el poema de Muzzio: “La luz no pacta con la oscuridad y es necesario encontrar una estrategia que te permita / atravesar la longitud del día, segregar un caparazón, / otro cielo bajo el cielo, prevalecer un tiempo / sobre el agua que aguarda / la caída y dispersión de tu precaria arquitectura”.
5 de junio, 2019
Doscientos canguros
Diego Muzzio
Entropia, 2019
232 págs.