“No es la esencia de las cosas, -/ Es la esencial materialización” rezan unos versos de Cazador de ratas de Marina Tsvietáieva* (Moscú, 1892- Elábuga, 1941). Hay, en el impasse entre verso y verso, como una especie de movimiento, de corrimiento mínimo (pero clave); un reacomodamiento que pone las cosas fuera de su lugar, o bien dicho, en el lugar que su autora desea que figuren. Se puede pensar en estos versos y en sus recientemente publicados Dramas (hasta ahora inéditos en castellano) y pensar que quizá su estructura se edifique a partir de ciertos desplazamientos.
“La escritura de Tsvietáieva abunda en contrastes, extrañas construcciones sintácticas sorpresivas y cortes constantes que la vuelven altamente fragmentaria” señaló Santiago Hamelau en torno a los Retratos de la rusa; de contrastes se compone La nevisca, primera de las piezas que comprende este volumen y en donde constantemente surgen pares que se contraponen y a su vez dialogan entre sí: esencia y existencia, pasado y presente (o de qué manera el pasado irrumpe en el presente), recuerdo y olvido, etc.
En la víspera del año nuevo de 1830 cinco personajes comparten su existencia; afuera de la taberna en la que se encuentran se agita una tormenta de nieve. Lo que comienza como una serie de bromas y malentendidos termina por transformarse en un drama de amor no correspondido. El giro sintáctico que vuelve a la comedia en drama es sutil y se lo debemos a la delicadeza y a un manejo de tiempos admirable por parte de la rusa:
Dama.
“El día siempre es blanco, la noche — negra es. / Yo estoy casada — y soy fiel”
Señor.
“No lo dudo. La fidelidad es la coraza de la Estirpe. / El escudo — es para el pecho una armadura.”
Siguiendo con la inercia de las contraposiciones, Dramas incluye otras dos obras más La aventura y Fénix. En ambas se trabaja a partir de la figura de Casanova, el “mito amatorio” (como le apoda Laura Estrin en su soberbio estudio introductorio) par excellence. De una a otra obra se percibe su evolución, desde las mocedades propias de un joven de veintitrés años, hasta la senectud de sus setentaicinco.
Hay un episodio poderoso que se presenta al comienzo del Tercer cuadro (El final de Casanova): solo, en la biblioteca del castillo de Dux, Casanova lee parte de su correspondencia; correspondencia que luego arroja al fuego en un intento de “saldar cuentas con Venus”. Esas cartas reconstruyen el fantasma que dejó tras de sí en su oficio de amador y que vuelven a pasar por su vista una última vez antes de perderse entre las llamas. El efecto fantasmagórico lo da la versatilidad de registros que las cartas portan. Son esos registros los que tienden el lazo entre el hombre y su pasado, pero ese diálogo es trunco, su economía es de pérdida, su efecto (por acumulación) es estanco; se trata, ante todo, de un diálogo imposible que, gracias a la traducción “al alimón” entre Irigna Bogdachevski y Fulvio Franchi, se sostiene con precisión durante toda la lectura.
Por último, pero no menos importante, resalta el pequeño manifiesto Dos palabras sobre el teatro que se ubica entre Fénix y La aventura, en el cual Tsvietáieva paradójicamente lo ataca: menciona que el teatro es para “los pobres de espíritu” y que a este siempre lo siente “como una violación”. Se podría pensar que la mejor manera de escribir teatro es ir contra el teatro; construir las bases del teatro es hacerlo a pesar del teatro mismo. “¡Escriban, de todos modos, piezas!” exora la rusa con entusiasmo y algo de provocación.
No conozco mejor forma de exorcizar a un demonio.
18 de septiembre, 2019
Dramas
Marina Tsvietáieva
Traducción de Irina Bogdachevski y Fulvio Franchi
Añosluz editora, 2019
220 págs.
*Marina Tsvietáieva nació en Moscú en 1892. Hija de un profesor especializado en Bellas Artes, estudió en Moscú y en la Sorbona y vivió muchos años en el extranjero. Es considerada como una de las figuras más relevantes de la literatura rusa del siglo XX. Fue una mujer de pasiones categóricas, voluntariosa y resuelta, que arrancó bruscamente de su corazón todo aquello que la había desilusionado y no podía ya aceptar. Toda la vida sintió por Pasternak un conmovedor afecto, a pesar de estar casada con un oficial del ejército zarista. Emigró al extranjero en 1920 y regresó a Rusia en vísperas de la guerra contra el fascismo hitleriano, al que había maldecido en sus versos cuando se hallaba todavía en la emigración. Entre sus obras se destacan «Poemas de juventud» 1915 y «Poemas de Moscú» 1916. Fue desterrada a la aldea de Elábuga, donde falleció el 31 de agosto de 1941.