Abundan los testimonios de escritores que insisten en que liberarse del peso del nombre permite soltar la voz. Hurtados a la mirada del otro, la asunción de una nueva identidad les autoriza el desliz impropio, escapar de la censura o correrse de los preceptos morales y estéticos en boga, y, por qué no, abocarse a un quehacer gratuito, irresponsable. Abundan los ejemplos de todo el mundo y de todos los tiempos. Más cerca de nosotros Esteban Prado, autor, entre otros, de un riguroso ensayo sobre Héctor Libertella y una pronta a completarse trilogía que hibrida la ciencia-ficción, la fantasía y el terror, acaba de adoptar una identidad nueva o, para ser precisos, atribuir lo escrito a un nuevo nombre. Duerme el puma es el nombre de los papeles que su tío, un tal John Lewis W, le legó. Al menos eso dice la contratapa, y sabemos de sobre que no siempre hay que tomar al pie de la letra los dichos de los escritores, por más que mientan diciendo la verdad. También los epígrafes, de dudosa procedencia, hacen del conjunto un material inestable.
Ejercicio de atribuciones desfasadas, Duerme el puma tiene la apariencia de un poemario, dada la versificación de lo escrito, pero su tono es el del apunte, su fibra la del cuaderno de notas. Versos epigramáticos, carentes de lirismo y con leve tendencia a la instrucción o exposición de lo aprehendido en el trance de vivir. Aunque, ojo, la voz también dice: “Nunca seré el maestro de nadie”. A veces la voz discurre sobre el sabor que evoca una palabra, las grosellas del jardín, o del recuerdo tornasolado de unas mujeres o del deseo de ser una de ellas.
Bien dice la voz que no hay nostalgia en lo que cuenta, aunque un hilo se le escapa. El hilo de un pasado, el pasado de un mundo “que no nos abriga” y del que sólo queda su remembranza. Pero, es cierto, “para sufrir ya nacieron muchos”. Sólo queda esperar la parca y ver por dónde “la asíntota se corta”.
Aunque de espíritu ecléctico, lo que en ocasiones dificulta la tarea de asir su materia, Duerme el puma se asienta si el lector olvida el plan general y se aboca a cada partícula, desdoblando su voz propia en el la voz John Lewis W que a su vez es la voz de Esteban Prado.
“¿Qué importa quién habla?”, escribió Beckett. “Habrá una marcha, formaré parte de ella, no seré yo… no diré nada… alguien intentará contar una historia… todo es falso… no hay nadie, no son más que voces". John Lewis lo dice a su manera: “Yo miraba y sólo veía/ ruinas”. Duerme el puma es un paseo a la intemperie, el proyecto de ventriloquia para las esquirlas de una biografía dispersa.
10 de junio, 2020
Duerme el puma
John Lewis W
Halley, 2019
64 págs.