C. E. Feiling (1961-1996), a pesar de la anglofilia que destilan las dos iniciales del nombre seguidas de un apellido inconfundiblemente británico, es un escritor argentino que en su breve vida produjo cuatro novelas (una de ellas quedó incompleta), un volumen de poemas y un conjunto de textos críticos y periodísticos. De las primeras, quizás la más conocida sea El mal menor (1996), publicada entonces por Sudamericana y promocionada por la crítica periodística como "una novela de terror" que trascurre en Buenos Aires. Aunque la tentación es atractiva, reclamarlo por su lugar de nacimiento como un "escritor rosarino" sería tanto una falacia como una injusticia. En pocas palabras, la narrativa de Feiling es tan "rosarina" como el dulce de leche o la torre de Pisa.
Escrita entre 1989 y 1991, El agua electrizada, que originalmente vio la luz de la imprenta en 1992, vuelve a ofrecerse a los lectores gracias a la deliciosa edición de La Parte Maldita. Por el caprichoso afán de sintetizar el argumento, una regla de las reseñas, podría decirse que Antonio "Tony" Hope, ─"un profesor de lenguas muertas. Bien muertitas las pobres", graduado del Liceo Naval, notable bebedor de ginebra y algo desafortunado en sus vínculos con el sexo opuesto─ recibe la noticia del extraño suicidio de su camarada y amigo de aquel pasado castrense, el "Indio" Juan Carlos. Las primeras pesquisas lo conducen a asociar esa muerte con la de dos mujeres que fueron encontradas electrocutadas en una bañera. A partir de allí, improvisado y torpe detective, el protagonista se aventura en la búsqueda de los responsables de estos crímenes frecuentando un heterogéneo abanico de personajes: un viejo poeta gay, un periodista arriesgado, policías y milicos inmorales y uno que se evade de la regla, entre otros tantos.
Como sucede con las novelas que da gusto encontrarse, las entradas, las formas o claves de lectura que ofrece El agua electrizada son múltiples y yuxtapuestas, me animaría a decir que complementarias. Por eso, elegir o limitarse a leerla desde el género policial, particularmente como una variante del llamado "policial negro", puede significar perderse el vector político que atraviesa el texto, condicionándolo y contextualizando la narración en un cronotopo determinado. La Argentina que sale decepcionada del gobierno alfonsinista y busca resarcirse devolviéndole el poder al peronismo, encarnado entonces en la nefasta figura del "caudillo" riojano. En esa línea funcionan los irónicos comentarios de Tony Hope sobre la situación institucional del país, en el presente y en el pasado, y las referencias explícitas a la supervivencia casi intacta de los mecanismos de espionaje, apriete, tortura y asesinatos de la dictadura en o durante la joven democracia. Tanto dentro de la Policía como de las Fuerzas Armadas.
Adjunta, paralela, se engarza la historia ¿de amor? entre Tony Hope e Irene Losteau, la hermana de Juan Carlos y "ayudante" en la investigación, por lógicas motivaciones de fraternidad. Una irresuelta y difusa situación, ocurrida nueve años antes del reencuentro, carga de tensión erótica o de fantasías dudosamente correspondidas cada una de las citas que los reúnen para seguir las pistas del "suicidio" del "Indio" y el asesinato de las dos mujeres. Esa Irene ya no es la adolescente de entonces, del recuerdo de la quinta de Gonnet "... a la vez vergonzoso y fascinante, (que) se había vuelto un símbolo de su relación con las mujeres", sino una presencia errática que aparece y desaparece para inquietarlo, para provocarlo, para enfrentarlo a sus propias inseguridades como una reivindicación o una oportunidad de auto reconciliarse. Pero también, a la vez, superpuesta, pueden seguirse y ponerse en primer plano las peripecias de la vida docente y de las amistades de Hope. Y con ella, la deformación profesional o la diglosia personal que lo inserta en el texto como un sujeto que oscila sin transiciones de una a otra lengua.
En esta línea de lectura, la biblioteca del personaje y el abuso en la frecuencia ─una ametralladora de citas y frases en latín e inglés (la lengua familiar), y en menor medida el francés (¿el idioma del encare?), el portugués y el italiano─, no embarran el fluir de la narración sino que irrumpen para deleitar a la estrecha franja de lectores políglotas que pueden solazarse recorriendo esta acotada Babel y las reflexiones en torno a los problemas de la traducción.
Entiendo que es un riesgo escribir narrativa, ficción, apelando a la erudición académica, que es una apuesta que puede conducir tanto a la vanitas vanitatum de Pola Oloixarac en Las teorías salvajes, como a la lograda factura que consigue Salvador Benesdra en El traductor. En mi experiencia lectora, ubico a Feiling junto a este último. Pero no solamente por eso. La mención de Benesdra no es un hecho casual: Tony Hope comparte otros rasgos con Ricardo Zevi, el protagista de El traductor, además de la multiplicidad de lenguas que (los) habitan. Ambos trasiegan la Buenos Aires de una misma época, sufren la impotencia frente al universo femenino, a la vez que conjugan la crítica del presente con la autoironía, con el malestar existencial y con el placer de descender, como Cèline, al infierno del final de la noche. Para redimirse, en el caso de Hope, con la "esperanza" que augura la fuga.
Por otra parte, Feiling construye un narrador que se conecta simbióticamente con el protagonista al punto tal que, por momentos, parece quedar eclipsado por el torrente de reflexiones, referencias librescas o pictóricas, humoradas e ironías que brotan de la mente y de la boca de Hope. Tal es así, que a veces podemos llegar a olvidarnos de él, del narrador extradiegético, si me permiten el tecnicismo.
Gracias al "Posfacio" de Gabriela Esquivada, última pareja de C. E. Feiling, comprobamos que varios pasajes y hechos de la biografía del autor ─la familia inglesa, su paso por el Liceo Naval, su formación académica, su estancia en el extranjero─ se recrean en Hope para sugerirnos que se trata de un alter ego. Bufo o caricaturizado, llevado al extremo, por supuesto, pero que permiten asomarnos al método de creación de Feiling, a la fuente en la que abreva para crear su literatura. Ese texto incluido en la edición de La Parte Maldita nos permite un breve y entrañable acercamiento al hombre, al escritor que compuso El agua electrizada, esta novela múltiple que nos enfrenta también a las descargas eléctricas del oscuro pasado, que siguieron matando después de los Juicios, del Nunca Más y a pesar de estar en democracia.
28 de abril, 2021
El agua electrizada
C. E. Feiling
La parte maldita, 2020
244 págs.