¿Cómo leer estos poemas, que son contemplación pura, en un tiempo de rabia, de polución, de espacio donde reina la falta de paisaje, lo ciego, los gritos sin y a la vez llenos de opresión de la propaganda, de la persecución resbaladiza? Pero siempre ha pasado lo mismo, siempre ha habido contemplación, algún tipo de polución, etc.. Las épocas se suceden, los períodos cambian y si la poesía epigramática, disciplinada, preciosista, pretendidamente arcaica y compleja de Stefan George pudo inscribirse en un momento en que reinaba en Alemania el naturalismo, fue debido a su personalidad y su carisma, que lo llevó, entre otras actividades, a reunir espíritus afines y fundar el círculo literario en torno de la revista Blätter für die Kunst (Hojas para el arte).
George nació en Alemania en 1868 y murió en Suiza en 1933. Fue considerado un maestro y ejerció un influjo llamativo, según dicen, no solo sobre los discípulos que frecuentaban el círculo de la revista, sino sobre otras personas que lo estimaban y sobre adversarios. Su vida se distinguió por, según Gadamer en su ensayo Poema y diálogo, una peculiar reserva y una peculiar publicidad, que lo hacía atractivo.
Sin embargo, hay pocas ediciones de sus libros, consideradas algunas verdaderas gemas como a George le gustaba decir de ese espacio de la mirada capaz de transformar lo contemplado en videncia o en actualización de ciertos mitos. La dificultad de su lectura, la extrañeza de su fraseo, difícil también de traducir, son sin duda algunas de las causas de esas pocas ediciones. En vida fue conocido, fue leído. Pero después de su muerte se lo situó en un lugar marginal de la historia, ya que no pudo ser ubicado en ninguno de los lados ideológicamente característicos. Debido a la buscada distancia de su visión, la derecha no pudo llevarlo hacia sus filas, la izquierda tampoco, y la aristocracia supuestamente neutral no tuvo muchos deseos de leerlo. Ahora podría empezarse a hacerlo.
El año del alma se publicó por primera vez en 1897. Es uno de los libros, junto con El tapiz de la vida, de 1900, de la etapa intermedia de George, quizás el que más reconocimiento tuvo en su época. Esta etapa intermedia, de nuevo según Gadamer en el ensayo mencionado, es la de mayor complejidad en sus versos, pero también la más legible. En estos libros “la compenetración de todos los recursos lingüísticos para, artificialmente producir un efecto artístico es más íntima, hasta tener en sí el carácter de una segunda naturaleza, [...] estos libros resultan por eso más asequibles que la obra inicial refinada, o que el elevado tono estilizado y cultual del discurso de los últimos volúmenes”.
George intentaba dotar de música interna al verso para que no hubiera una tensión en su rima final, para que el verso quedara flotando, tuviera un peso en distintas partes. Música intrínseca, según los entendidos, como la del griego antiguo, para renovar el idioma. Música intrínseca para a través del lenguaje contar un secreto público. Esta falta de tensión en el final provocaba un emerger de la línea. George llevó el ánimo de la poésie pure a Alemania, pero no se consideró seguidor de Mallarmé. Algo en exceso complejo pasaba por sus versos y lograba tener una influencia sobre el resto de la sociedad. Prescindía de signos ortográficos y no respetaba las mayúsculas que siempre llevan los sustantivos en alemán. Como decía otro ensayista de ese país, Hellingrath, de Hölderlin (“El legado de Hölderlin”), George practicaba una “yuxtaposición áspera” en la sintaxis de los versos, que consistía en utilizar conexiones distintas a las acostumbradas entre las palabras y entre los bloques de palabras; un intento de eliminar la retórica que podría servir para armar un discurso lógico.
El riesgo que significa suprimir la retórica, a diferencia de otras escrituras o traducciones ligadas a una idea o argumento, es que un lector solo puede agarrarse, adherirse a palabras para no hundirse. Si la palabra elegida falla, el lector naufraga, se transforma en un agarrado, un adherido que cae, que sucumbe.
Estos procedimientos pueden resultar comunes hoy, pero en su momento hicieron resaltar la estima en la que se tenía a George como un orfebre de la palabra. Su arcaísmo lingüístico buscaba resucitar “las antiguas formas de la lengua alemana y enriquecer su propia lengua con la de los campesinos y artesanos de su tierra natal” (Gadamer, Poema y diálogo).
Hay muchos poemas en que todo está ordenado como no debería estarlo. Esto hace que se deba leer varias veces un texto. Pero la lectura sucesiva va creando un clima particular, uno de esos climas en los que alguien podría recostarse y mirar a la gente pasar, sin importar si hace frío o calor.
Esta edición de El año del alma replica la versión definitiva de 1928. Como en aquella, en esta aparecen hacia el final, siete páginas facsimilares de manuscritos de poemas de George. La traducción de Héctor A. Piccoli busca a la vez dar cuenta de la complejidad de los textos del poeta y de su trabajo de orfebrería.
Vayan como muestra de esta dificultad placentera estos versos de George:
Las piedras que estaban en mi ruta hundidas
se esfumaron todas en el blando regazo
que se hinche hasta el cielo en lotananza
En la pálida sábana tejen todavía
copos que a mi pestaña si una racha ha llevado
O esta invitación:
Ven al parque que fue declarado muerto y mira:
de lejanas riberas sonrientes el destello.
15 de septiembre, 2021
El año del alma
Stefan George
Traducción de Héctor A. Piccoli; prólogo de Regulo Rohland
Serapis, 2021
140 págs.