La primera novela de Vanessa Londoño es un manifiesto de lo que la literatura puede hacer con los cuerpos corrompidos y desmembrados. Es la encarnación de una voz donde el orden literario “está en el acto de restituirles vitalidad a los miembros cortados, y en contar las historias de los cuerpos que persisten en recordar las partes mutiladas y sus fantasmas”. El asedio animal propone reconstruir la memoria a partir de esas extremidades perdidas, a la vez que cuenta una el horror que sangra Latinoamérica desde la explosión del capitalismo.
Para contarla, la escritora colombiana recurre, entre otras herramientas, a la ausencia de una cronología convencional. Una estructura que instantáneamente remite a Juan Rulfo, e incluso a Manuel Puig, en la multiplicidad de voces que narrar las distintas formas de la violencia, aquella que padecieron, las que les hicieron los tajos finales. Todas y cada una de esas voces terminan por conformar un cuerpo avasallado, como una especie de fantasma que habita en un territorio imaginario y real al mismo tiempo. Un lugar que podría tratarse de Colombia, de alguna otra región de Sudamérica y, por qué no, de una tierra que no existe, pero que nos resulta en extremo familiar. Es en estos apartados donde la autora pone en evidencia su manifiesto de cómo la lengua reconstituye los miembros mutilados, porque esos faltantes tienen para decir que las pérdidas siguen siendo por el asedio de la propiedad privada, por el hocico hambriento de esa bestia llamada capitalismo; la obscena obsesión patriarcal por la pertenencia del cuerpo como objeto y la manifestación furiosa de una naturaleza al límite de la explotación (parte del escenario principal de la novela transcurre durante una catástrofe natural). Tal y como sostiene Londoño: “Es un monstruo (el capitalismo) que destruye y contamina todos los recursos, porque la ciencia, en su aplicación práctica que es la tecnología, está huérfana de un principio de armonía que opera en la naturaleza y que, si desconoce, inevitablemente destruye”.
La relación entre cuerpo y memoria es una constante en El asedio animal. Tópicos que no son ajenos para esta región del mundo, muy por el contrario, ambos tienen una connotación de orden político y aquí Londoño los pone en relación con una práctica de la poética. El horror no puede ser narrado desde el horror, sino que encuentra una particular belleza en esa necro escritura (la voz de los cuerpos mutilados) y, desde la tradición de la literatura, en la representación de una oralidad puesta en texto. Sin embargo, como toda reconstrucción, la memoria es selectiva e implica una batalla constante. Por eso mismo se trata de una postura política. Es decir, si la verdad de la memoria está atada a “la imagen incierta de algo que se escurre, un recuerdo que suda mentira”, para la escritora colombiana son los mismos cuerpos desmembrados que completan la retención de aquellas imágenes porque “las partes amputadas son materia viva”. Son los retazos putrefactos, las marcas atemporales de una historia, nuestra historia, y de una realidad avasalladora que como tal tiende a perderse y borrarse de las perspectivas generales. Como la memoria.
Con su novela, Vanessa Londoño conjura horror y belleza para volver a leer y mirar (a través de las imágenes que dibujan el trazo de las palabras) aquello que no deberíamos olvidar. Que la historia de la violencia, la de Colombia, la de Sudamérica y la de quienes la padecieron en los cuerpos, aún perdura.
18 de mayo, 2022
El asedio animal
Vanesa Londoño
Eterna cadencia, 2022
101 págs.