Variadas pueden ser las razones que motiven emprender un viaje. Generalmente quien se lo propone va en busca de placer, descanso, conocimiento u oportunidades laborales. Cuando la travesía se concreta por cuestiones involuntarias el significante cambia y se habla de exilio, huida o desplazamiento. Ahora bien, ¿qué sucede cuando ese viaje anhelado conduce a un mundo de horror? Esa es la premisa que emerge en Viaje al fin de la infancia, la última novela traducida al español del escritor franco-marroquí Rachid Benzine, cuyo título dialoga con aquella gran obra, tan fascinante como amarga, que es Viaje al fin de la noche de Louis-Ferdinand Céline.
Viaje al fin de la infanciaretoma aquella perspectiva que inaugurase El diario de Ana Frank: el niño testigo del horror. Si bien este no resulta un lugar novedoso para la ficción –piénsese en novelas de cercana aparición como La casa de los conejos de Laura Alcoba y Una muchacha muy bella de Julián López–, Rachid Benzine construye un relato que va a contramano de aquellos que también tienen al mundo árabe como escenario. El protagonista de la novela es un niño francés de diez años cuya familia, recientemente convertida al islam, decide instalarse en Siria en busca del paraíso de Alá. Ese es el aspecto que resulta singular: se huye de un país europeo –Francia, concretamente– para habitar un estado islámico que, en el caso de Siria, encuentra desangrándose en una guerra civil de la que varios frentes buscan sacar provecho. El pequeño héroe será testigo del descenso a un infierno donde la única vía de escape parece ser la muerte. Sin embargo, la búsqueda de la supervivencia será constante. El testigo se erige como tal en la medida en que es un sobreviviente, de lo contario nunca podría ocupar ese lugar; diferente es la situación de quien testimonia la tragedia de otro. Cuando se trata de la propia, como diría Giorgio Agamben en Lo que queda de Auschwitz, “la única razón de vivir es impedir que muera el testigo”.
El viaje que narra el escritor nacido en Marruecos impone renuncias. Su joven protagonista debe cambiar de identidad –Fabien pasa a llamarse Farid– y dejar todo lo que ama: el fútbol y la poesía. Cuando llega a Siria nadie habla del mundial de Rusia, de Messi o Cristiano Ronaldo. Por un lado, en la escuela la única poesía permitida es aquella que exalta las bondades del califa y la grandeza del Estado Islámico. Tampoco hay espacio en la mente de los educadores para la tierna pedagogía que Rousseau propuso en su Emilio: “Aprendí que no se podían multiplicar granadas por tanques. Pero que había que hacer categorías de armas antes de hacer operaciones para resolver problemas de cálculo. También hacemos deporte. Pero siempre con armas falsas para prepararse para el combate”. Por otro lado, el miedo y la desconfianza gobiernan la vida de las personas. No existen vecinos ni pares en quien apoyarse. Las escuelas adoctrinan desde la crueldad que parece ser su base pedagógica. Los niños son los primeros en vigilar y se desconfía hasta de los propios hijos: “Mamá tiene miedo de que yo la denuncie y que termine como su amiga, la que se balanceaba en un farol. Es espantoso que los padres tengan miedo de sus hijos. Alguien me dijo que los nazis y los fascistas también hacían eso”.
La breve novela de Rachid Benzine es una historia de horror y desesperanza que acerca algunos de los conflictos que atraviesa el mundo islámico contemporáneo, con la complejidad que tal empresa conlleva. Si bien ficciones como Viaje al fin de la infancia son poco frecuentes en las letras hispanas actuales, el lector probablemente sienta que su trama no es del todo ajena; la oscuridad que se cierne sobre Fabien resulta posible para un refugiado sirio, gazatí, judío o desaparecido de la última dictadura cívico-militar argentina: “Todo el mundo tiene diarrea en el campo. Para hacer nuestras necesidades, estamos obligados a hacer la cola en la puerta del enclave para ir al baño. Nunca vi un lugar tan repugnante. Bolsas, botellas de plástico y papeles asquerosos. Los inodoros están tapados todo el tiempo. Hay caca y diarrea por todas partes. El hambre, el frío y la mierda a veces vuelven loca a la gente”. En última instancia, las perspectivas sobre el horror nunca se agotan y los testimonios trágicos, ya sean en primera persona como los de Ana Frank y Primo Levi o parte de la ficción, tristemente, aún permanecen vigentes.
23 abril, 2025
Viaje al fin de la infancia
Rachid Benzine
Traducción de Lucía Dorín
Edhasa, 2024
72 págs.