¿Cómo tener lepra y ser visto como algo más –mucho más– que un leproso? El japonés Tamio Hōjō (1914-1934) quizá baraje un puñado de respuestas al respecto. Contaba sólo con diecinueve años cuando contrajo la maldita enfermedad e ingresó en el Zensei –el leprosario de las afueras de Tokio– para morir pocos años más tarde, tuberculoso, a los veintitrés.
Como varios de los enfermos, Hōjō escribía, pero a diferencia de la mayoría, tenía talento. Fue de hecho por recomendación de Yasunari Kawabata –figura ineludible de la literatura japonesa– que los relatos del joven lograron traspasar las murallas del leprosario para ser publicados en una prestigiosa revista de la época. La literatura de la lepra –sostiene el editor y escritor Miguel Sardegna– se arroga una particularidad: ser el único género literario en Japón nombrado a partir de una enfermedad. Y una de sus condiciones –tan necesaria como infeliz– requiere que el autor padezca, efectivamente, de lepra.
La primera noche de la vida, editado por También el caracol en traducción de Matías Chiappe Ippolito, tal vez sea uno de los más delicados –y crueles– exponentes del género. En el cuento homónimo, el protagonista Oda –un evidente alter ego del autor– ingresa al leprosario para ir descubriendo en él los compartimientos de todo un mundo. Una "aldea" en la que hombres, mujeres, niños, familias, tienen, como afuera, sus obligaciones y esparcimientos. De todos modos, la enfermedad, obstinada en desfigurar caras, oscurecer cuerpos, amputar miembros, provocar cegueras –entre un sinfín de calamidades afines– marca el pulso de la vida y de los pensamientos. La violenta deformación a la que somete a los rostros trae consigo la angustia y una duda metafísica por excelencia: ¿en qué consiste, exactamente, ser humano?
La cara corroída por tubérculos, las narices aplastadas, las bocas fuera de lugar, la calvicie absoluta, los ojos rojos: tales son –solo algunas– de las particularidades de la identidad leprosa; adoptarla y dejar de lado la máscara oficial, anterior al leprosario, pareciera ser el único camino de redención posible. "Cuando adquirimos nuevos pensamientos y nuevos ojos, cuando por fin asumimos la vida como leprosos, entonces volvemos a nacer como humanos", le confiesa un compañero al protagonista. El volumen se completa con un segundo relato y una tríada de crónicas, en las que el narrador exhibe la cruenta cotidianidad del leprosario.
Mientras que los sobrevivientes de la Primera Guerra Mundial regresaban mudos del cambo de batalla y permanecían silentes ante sus –pretéritas– cicatrices, las de la lepra atraviesan la escritura de Hōjō y se inscriben, a diferencia de aquellas, en el puro –y menguante– presente. Resulta imperativo, entonces, transcribir sobre el papel las marcas con las que la enfermedad devasta el cuerpo, ya que para alguien en el estado de Hōjō –y para alguien con su talento– mientras haya escritura sobrevivirán aún los signos vitales propios de todo ser humano, demasiado humano.
18 de junio, 2025
La primera noche de la vida. Cuentos y memorias sobre la lepra
Tamio Hōjō
Selección y estudio preliminar por Miguel Sardegna
Traducción de Matías Chiappe Ippolito
También el caracol, 2024
208 págs.