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Geografía III

Elizabeth Bishop


Pablo Gianera


Por más colores, por más nombres que avancen sobre el mar, y por más accidentes y depresiones que se indiquen, los mapas siguen siendo mudos. Informan pero no dicen nada. Elizabeth Bishop lo da a entender ya en “The Map”, el primer poema de North & South, su primer libro, de 1946: “We can stroke these lovely bays,/ under a glass as if they were expected to blossom”. Una versión de estos versos más temeraria –más temeraria y menos exacta que la de la caricia de las bahías bajo un cristal esperando que florezcan– sería la de que el vidrio sea un vaso de germinación. Aquello que germina en “The Map” es Geografía III: treinta años le llevó al poema convertirse en el libro, en su libro último. Lo que era tácito en “The Map” tiene que empezar entonces su descripción.

Pero para que el mapa se haga geografía y pueda relevarse hacen falta condiciones que nadie puede propiciar, condiciones que empiezan por un arremolinamiento del tiempo. También aquí todo es cuestión de escala. “Si la geografía permite organizar el espacio, la poesía de Bishop parece buscar un modo de organizar la percepción: su ojo se desplaza, se acerca y se aleja, tanteando los límites de lo representable”. Esto escribe Eugenia Santana Goitia en el prólogo a Geografía III, cuya traducción también le pertenece. Geografía III posiblemente sea uno de esos libros que el traductor no puede meramente traducir; es de esos libros que el traductor tiene que volver a escribir en su propia lengua, y además –algo un poco diferente– en una lengua propia. La prolija edición bilingüe de Ninguna Orilla alienta la fiscalización, pero rápidamente el lector prescinde casi sin darse cuenta de la ojeada a la página par y se abandona a la traducción (no sin sobresaltos, como siempre que se escucha a otro). La traductora alterna, según convenga, el tuteo y el voseo, un voseo que no incomoda, que no es confianzudo, como si el propio poema se protegiera diciendo: keep your distance; trafica un diminutivo o una interjección muy de acá. Además, para que la pertenencia del libro sea completa, Santana Goitia traduce la traducción que Bishop hace de “Objetos y apariciones”, el poema de Octavio Paz, que es reproducido en nota al pie. Inversamente, se desentiende de la versión que Paz hizo del poema de Bishop “The End of March”. 

Esa versión de Paz aparece al final de “Elizabeth Bishop o el poder de la reticencia”, ensayo –originalmente discurso– recogido en In/mediaciones, de 1979. La reticencia es también una figura de la distancia, de la escala, y coincide en esto con el acto de traducir, que disfraza de resignación lo que decide guardarse. “El poema –añadía Paz– es un lente potente que juega con las distancias y las presencias”. Geografía III tiene una alegoría de esta lente en el poema “12 O'Clock News” (“Noticias de medianoche”), en el que se confunden –sin confundirse– el escritorio en el que se escribe el poema (es decir, cualquier escritorio) y su descripción cartográfica en el noticiero. Son en realidad una serie de variaciones sobre el tema de la evidencia neutra del mapa y de la vivencia que lo llena, y la causa además por la que vale la pena que existan los mapas; es decir, porque alguien vive en el mapa. Nos gustaría que el mapa fuera neutro, sin historia; pero cuando se entra en el mapa se entra también en la trama del tiempo, en la germinación, que es la historia, aun una historia mínima –esa historia que nadie conoce y de la que nadie se acordará– que media entre el nacimiento y la muerte. Bishop invierte estos términos: a esa historia que nadie conoce le asigna un objeto, nada más, y al noticiero, la  verborrea. Pasado en limpio: los términos son “tintero” y la descripción vacilante aunque enfática que declara “podría ser no más que un numen o un gran altar que acaban de erigir a uno de sus dioses, al que, en su actual estado de superstición e impotencia histórica, atribuyen poderes mágicos, y que incluso podrían considerar un 'salvador', su última esperanza de ser rescatado de sus graves dificultades”. Insistamos: para el poema, un “tintero”; para los demás (esos demás que son las noticias), todo eso. Todo eso que, sin embargo, está dentro del tintero, salvo que al poema no le hace falta más que decir “tintero”. Se explica así la reticencia.

El poema “Poema” insinúa –insinuación semejante a la de Borges en el final de “Magias parciales del Quijote” y en “Del rigor de la ciencia”– una correspondencia puntual de mapa y territorio: “El arte 'copiando de la vida' y la vida misma,/ la vida y el recuerdo de la vida tan condensados/ que se confunden mutuamente. ¿Cuál es cuál?/ La vida y el recuerdo de la vida apretujados/ y tenues sobre un pedacito de papel Bristol...” Estos versos, para que no sean engañosos, hay que recortarlos sobre el resto del poema: un cuadro –un cuadrito– familiar que representa un paisaje que acaso sea de Nueva Escocia. Quien habla en el poema cree reconocer el terreno (“¿Y esa no es la casa de la señora Gillespie?”), pero la certidumbre está confiada a la memoria, que la interrogación pone ya en duda. Por eso el cuadro, impreciso como pueda ser –sospechamos que aun kitsch– retiene algo que a ése que habla en el poema se le va, se le escapa: “Los olmos, todavía intactos...” 

Se llega de este modo a “Un arte” el poema por excelencia de la pérdida, el poema exequial de la tragedia sin tragedia de la pérdida. “Qué fácil es el arte de la pérdida”, traduce con acierto doloroso Santana Goitia “The art of losing isn't hard to master”. Decía Paz en el final de su ensayo sobre Bishop que en los talleres de poesía de las universidades debería haber un curso obligatorio para los poetas jóvenes: aprender a callar, es decir, el “poder inmenso” de la reticencia. Habría dicho mejor Paz: aprender a perder, el poder inmenso de escribir. El poema: la sola ganancia de la pérdida. 

11 de junio, 2025

Geografia III. Ninguna orilla.jpg

Geografía III
Elizabeth Bishop
Traducción y prólogo de Eugenia Santana Goitia
Ninguna orilla, 2025
128 págs.


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