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Relato secreto

Pierre Drieu La Rochelle


Juan F. Comperatore


En la tradición francesa del intelectual que se enfrenta a su época como a una enfermedad incurable, Pierre Drieu La Rochelle ofrece un perfil singular, quizás porque nunca quiso ser sólo escritor ni supo del todo ser otra cosa, pero acabó por encontrar en la literatura no tanto una forma sesgada de salvación como una lenta, perseverante, manera de claudicar.

Sobreviviente de la Gran Guerra con el saldo de dos heridas de bala y una visión decadentista de Europa –una Weltanschauung teñida fatalismo histórico en donde la belleza, el orden y la muerte aparecían como los últimos resabios posibles de sentido en una civilización que él consideraba moral, estética y políticamente agotada–, Drieu La Rochelle fraguó una obra signada por la tensión entre el fervor ideológico y una fragilidad íntima apenas disimulada.

Más que narrador, Drieu La Rochelle fue, en el fondo, un memorialista encubierto: Estado civil, Diario de un hombre engañado, o incluso el descarnado Fuego fatuo, son piezas que bordean la confidencia y donde el ropaje de la ficción apenas sirve de velo a los oficios de una voz que ofrenda su desnudez (y acaso su condena). “La literatura”, apuntó en Diario de un exquisito, “no es más que una forma edulcorada de la confesión, del testimonio, que son funciones eternas del hombre, funciones previas a la oración”. 

Redactado entre 1942 y 1944 y publicado póstumamente, Relato secreto comparte el afán de aquellos libros, aunque sin los atavíos de la ficción. A medio camino entre el diario interior y la meditación fragmentaria, Drieu La Rochelle escarba en los restos de su historia –la infancia melancólica, los avatares de la política, la fe resquebrajada, su creciente desencanto con el mundo y consigo mismo– con una mezcla de resignado abatimiento y vocación autodestructiva, en el recuento minucioso de una fuga hacia adelante en donde el desenlace antecede al comienzo.

El suicidio –ese “estribillo que tarareaba entre dientes”, incluso antes de que este “delicado atolondrado que pref[ería] su pequeño charco personal a la gran sopa colectiva” lo entintara de causas o motivaciones– acompañó a Drieu La Rochelle desde edad temprana, tomó cuerpo ante las vicisitudes de la soledad, su más grata compañía, y aunque su ímpetu mitigara o más bien encontrara cauce durante la guerra, reverdeció en sus últimos años, cuando asediado por las miradas de reprobación y la proximidad de su captura y juicio posterior, coqueteaba con el desapego mientras paseaba su indolencia por los Jardines de las Tullerías. Sin embargo, aunque están presentes los retazos de una vida, Relato secreto no es tanto una autobiografía como una suerte de autopsia moral en donde el cuerpo de una existencia –la de su autor– se ofrece con la distancia de quien ha dejado de creer en la redención por vía de la palabra.

Pierre Drieu La Rochelle fue, en rigor, uno de los más representativos intelectuales orgánicos del fascismo francés –a diferencia de Céline, por ejemplo, quien fuera abiertamente antisemita pero sin participación política efectiva–, cuya trayectoria ilustra de modo paradigmático la deriva de ciertas élites culturales europeas hacia formas autoritarias de pensamiento en el marco del colapso de las democracias liberales. Su adhesión al colaboracionismo durante la ocupación alemana no resultó tanto una traición circunstancial como el corolario lógico de un credo doctrinario dominado por el desencanto ante la modernidad burguesa y la nostalgia por una idea trágica y heroica del viejo continente.

Este es el trasfondo de las piezas que completan el volumen (traducido con aplomo por Raúl A. Cuello): Diario, comenzado el 11 de octubre de 1944 y cuyas últimas anotaciones fueron escritas apenas dos días antes de su muerte, el 15 de marzo de 1945; y un Exordio, en el que Drieu La Rochelle procura justificar, ante el escrutinio acusatorio de una Francia ya liberada del yugo germano, las razones que lo empujaron a favorecer la causa nazi y a combatir la Resistencia.

“Sí, soy un traidor. Sí, he estado en inteligencia con el enemigo. Aporté inteligencia francesa al enemigo. No es mi culpa si este enemigo no ha sido inteligente. Sí, no soy un patriota ordinario, un nacionalista cerrado: soy un internacionalista. No soy solo un francés, soy un europeo. Ustedes también lo son, sin saberlo o sabiéndolo. Pero hemos jugado y he perdido. Reclamo la muerte” escribe en Exordio, aunque, como es sabido, no habría de aguardar a la mano ajena para ajusticiarse y así cumplir el designio que trajinaba desde niño.  

No deja de haber un cierto dandismo en Drieu La Rochelle, para quien “es el papel del intelectual [...] probar los caminos de la Historia” y [...] “estar en otro lugar diferente al de la multitud”. También un dejo de impostura: “El diario es la cobardía del escritor, es el colmo de la superstición literaria, del cálculo sobre la posteridad”. Entre esas orillas encausa su lecho aquel que sólo pensaba con pluma en mano. Aquel cuyos últimos días no tenían otro pretexto que el de intentar apresar con palabras –esa materia inasible– el sentido de una vida que se escurre. De esa faena desesperada queda una obra que resuena en sordina, más por la hondura de sus vacilaciones que por la solidez de sus certezas.

18 de junio, 2025

Relato secreto.jpg Relato secreto, seguido de Diario (1944-45) y Exordio
Pierre Drieu La Rochelle
Prólogo de Guillermo Piro
Traducción de Raúl A. Cuello
Partícula, 2025
102 págs.


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