El camino puede ser considerado un libro oracular. Ya Borges y Héctor Murena hablaron sobre otro texto, El I Ching, como una obra que puede ser leída desde un horizonte lírico. Desde esa perspectiva por qué no considerar la posibilidad de leer El camino como una poética en sí misma que se reescribe permanentemente.
Originalmente, el libro de Lao-Tse tiene un origen milenario, seguido de traducciones sobre traducciones, versiones sobre versiones, interpretaciones sobre interpretaciones, y así. Ezequiel Zaidenwerg, en sus notas sobre el ejercicio de la traducción, complejiza la idea de la traducción entendida como un acto reducido a un trabajo de archivo y estrictamente subordinado a los significados literales: la voz del traductor así se ve afectada en su sensibilidad y en su plenitud del mismo modo en que aquello que se traslada de un idioma a otro abre recorridos consecuentes con nuestra contemporaneidad.
Para facilitar la lectura, la organización responde a una serie compuesta por 81 textos. Por ejemplo, en el número X se enuncia: “¿Sos capaz de habitarte en cuerpo y alma sin experimentar separación?/ ¿De dominar tus fuerzas por completo con la delicadeza de un bebé?/ (¿Viste que era difícil ser bebé?)./¿Te podés estudiar en el espejo y ver con nitidez cada manchita?/ ¿Querés y demandás sin violentar?/¿Sos abierto y cerrado, como un nido?/ ¿Aprendiste a saber sin que se sepa?/ Cultivar y criar sin poseer,/ hacer y no por eso ser autor,/ guiar sin controlar ni dominar:/ la virtud y el misterio del camino.” ¿Puede leerse esto como un poema? Eso lo dejaría al criterio de cada lector; eso sí, la voz despliega una emoción que se puede identificar con la poesía claramente: el juego de opuestos, el hogar de los pájaros, las tramas de la existencia, el misterio como enigma en la escritura y en la narración de una vida: la metaforización del mundo.
El tono compuesto por sentencias, proposiciones que por momentos parecieran ser estrictamente lógicas, antes de proponer una ética, nos conmueve: aceptamos que el camino que recorremos como seres individuales y como parte de una totalidad de voces, a veces en armonía y otras no tanto, es cambiante; un libro que se transforma con el paso del tiempo y que desde un principio enuncia que nada es inmutable. Hablar de Lao-Tse implicaría un arduo trabajo que considere tanto su biografía como la manera en que su obra fue reescribiéndose con el paso de los siglos, tema que el traductor sintetiza y clarifica al comienzo.
Si hay un sistema de asociaciones es aquel sostenido por contradicciones y diferencias tensionadas por la experiencia de los tiempos que nos tocan habitar. Agregaría que la diferencia, y esto ya estaba en Lévi Strauss, es el principio mediante el cual se definen las identidades en el universo. En este caso las voces traman armonías de diferentes tonalidades pero que en algún punto terminan por componer una suerte de canción que puede ser recitada o entonada como una epifanía. Quizá por eso libro de Lao Tsé se actualiza continuamente y nos convoca como si hubiese sido escrita en el preciso momento en que la estamos leyendo.
Preferiría considerar El camino como algo más que un conjunto de proverbios, porque las complejidades de los versos llevan al límite las simplicidades de una sentencia, o de una alocución verbal; tal vez por eso el desafío de Zaidenwerg haya sido doble: traducir una obra preservando su significado más o menos original y conservar el tono lírico o poético en simultáneo.
Miguel Ángel Petrecca nos recuerda una tradición de traducciones indirectas en Argentina; por ejemplo, los poemas que Juan L. Ortiz tradujo luego de su viaje a China en 1957, recientemente recopilados por la UNL y con una recepción crítica cuidada hasta el detalle por Santiago Venturini. A esa tradición podemos sumar a Daniel Durand, quien realizó procedimientos similares a los de Zaidenwerg con poemas de Tu Fu, sin olvidar las traducciones directas de Hilario Fernández Long, publicadas en Diario de Poesía en la década de `90.
Casi al final leemos: “Un país chico donde quepan todos,/ donde no falten adelantos técnicos/ pero que no generen dependencia;/ en el que, por respeto hacia la muerte,/ nadie quiera emprender largos periplos;/ con excelentes medios de transporte/ pero sin incentivos para irse;/ donde, si hay armas, no haya que exhibirlas;/ donde la gente vuelva a usar el quipu,/ cocine rico y vista igual de bien;/ le guste dónde vive y cómo vive/ y su costumbre sea la alegría./ Un país en un mundo sin fronteras”. De nuevo la idea de que un Estado se construye también con un discurso poético, un aparato lingüístico, un dispositivo de la lengua de un pueblo: un símbolo que represente lo universal, como si todas las narrativas y voces de cada uno de nosotros fuesen parte de un coro.
Mencioné más arriba que Petrecca realiza una distinción entre traducciones directas del chino y traducciones indirectas: y refuerza que con la presencia global de China hoy las lecturas, relecturas y nuevas traducciones se profundizan. La misma lectura realiza Ezequiel Zaidenwerg. Quién sabe si en otro momento del siglo XX o XXI sucedió algo similar. Ese sería un señalamiento a considerar en una época de continúas transformaciones idiomáticas, como si las lenguas al igual que las personas migraran de un lugar u otro, un mapa que se dibuja y desdibuja una y otra vez.
En fin, un libro que puede ser leído como un texto oracular, un tratado político, un himno a la virtud en épocas de complejidad, pero por sobre todo quién dice que no es un libro de poesía que disuelve los lugares comunes de la experiencia individual y colectiva hasta el punto de emocionarnos en el sentido más significativo que podamos imaginar.
12 de febrero, 2025
El camino. Versiones del Tao Te King
Lao-Tse
Traducción de Ezequiel Zaidenwer
Como un lugar ediciones, 2024
102 págs.