Vástago ilegítimo de Harlem y del Antiguo Testamento; núbil predicador pentecostés y precoz desertor de cualquier púlpito; negro, homosexual y expatriado, James Baldwin aprendió a hacer del desarraigo una patria portátil. Si acabó por emigrar a París fue para no asfixiarse en la misma lengua que lo forjaba, para respirar y escribir sin la doble mordaza del racismo y el decoro puritano. Aunque sin ahorrarle su cuota de rechazos, la Ciudad de la Luz le dio aire, el anonimato que su hogar le negaba; también una tradición cosmopolita y el escenario para su novela más intrépida.
Publicada en 1956, El cuarto de Giovanni no fue su primer libro, pero sí aquel que levantó mayor alboroto; sin duda contrariaba las expectativas depositadas en su obra y su persona. Una historia sobre homosexuales blancos no era precisamente lo que se esperaba de un escritor negro. En lugar de abordar “la cuestión negra”, como venía haciendo incluso antes de Ve y dilo en la montaña, su primera novela de 1953, Baldwin se dedicaba ahora a escudriñar en la sexualidad, la culpa y la imposibilidad de asumir el propio deseo. Cuando su editor –el puntilloso Alfred A. Knopf– le reprochó haberse alejado de sus temas habituales, Baldwin optó retrucar que “La cuestión sexual y la cuestión racial siempre han estado entrelazadas. Si los estadounidenses pueden madurar en el nivel del racismo, entonces tienen que madurar en el nivel de la sexualidad”. Baldwin no estaba escribiendo sobre “los negros” ni sobre “los homosexuales”, sino sobre el miedo y la vergüenza capaces de horadar cualquier categoría.
Lector omnívoro de Henry James y Dostoievski, James Baldwin imagina la habitación como un teatro donde se representa una vida entera y donde la conciencia se vuelve un patíbulo. David es un norteamericano que deambula por París en busca de algo que, desde el comienzo, se sabe perdido: la inocencia, la identidad, el porvenir. Mientras su novia Hella pasea su indecisión por España, el joven conoce en un bar a Giovanni, un italiano radiante, encantador y despreocupado con quien comienza una intimidad febril, cifrada en su exiguo cuarto, espacio tanto de plenitud amorosa como de degradación y encierro.
A pesar de que Giovanni ofrece a David una vía de escape, la posibilidad de liberarse del peso de un destino norteamericano, también lo confronta con sus propias e irreconciliables contradicciones. En el vínculo que se vuelve cada vez más tumultuoso, David no puede aspirar más que a verse a sí mismo; y el tenor de sus propios sentimientos termina por reducir a Giovanni a un mero instrumento de placer y autodesprecio, borrando la personalidad de su amante, a quien solo puede concebir como una suerte de espejo deformante de aquello que no puede asumir. De ahí también que cuando Hella regresa, David reniegue de su relación con Giovanni, cediendo al peso infranqueable de las convenciones y a su propio temor.
Con una asombrosa habilidad para articular su propia cobardía, y una incapacidad paralizante para mitigar el daño que provoca, David relata en detalle el sufrimiento que ha infligido, pero nunca logra desprenderse del todo de la convicción de que la desdicha es suya –no de quienes lo amaron y quedaron heridos a su paso. Por sobre todas las cosas, David es alguien que evita la mentira con la misma destreza con que esquiva la verdad. Incluso cualquier vislumbre de autoconocimiento es desbaratada desde el comienzo: “si hubiera barruntado que el yo que iba a encontrar solo acabaría siendo el mismo yo del que había estado tanto tiempo huyendo, me habría quedado en casa”. Pero quedarse en casa nunca fue una opción, dado que el hogar “no es un sitio sino simplemente una condición irrevocable”, que requiere de la distancia para decir lo indecible.
Baldwin escribe con el temple de su personaje. La pulcritud y elegancia de los párrafos llevaron a su malicioso amigo Norman Mailer a decir que parecían rociados de perfume. Por eso el hecho de que la novela culmine en tragedia no es una concesión al melodrama que reste fuerza al conjunto –sobre todo porque esa tragedia se anuncia desde el principio–; lo que importa, en definitiva, es el modo en que Baldwin conduce al lector hacia el desenlace inexorable, adentrándolo en ese rincón sombrío donde se oculta aquello que más se teme y también más anhelamos.
15 de octubre. 2025
El cuarto de Giovanni
James Baldwin
Traducción de Ismael Attrache
Sexto piso, 2024
192 págs.