Es difícil decir algo acerca de Kafka, pareciera que ya está todo dicho. ¿Pero es realmente así, o acaso se configura en torno a él un fenómeno inagotable, sobre el cual se puede seguir diciendo de manera indefinida? Su escritura ha tenido y tiene la facultad excepcional de generar de manera incesante múltiples escrituras. Lo corrobora un siglo de textos que lo abordaron desde todos los flancos, proponiendo las interpretaciones más diversas. Todo el amplio espectro del pensamiento de siglo XX parece refractarse en el prisma Kafka, como si acaso su literatura contuviera en clave todas las respuestas. Resulta difícil encontrar a otro autor capaz de interpelar a tantos y de manera tan acuciante. Y esto ocurre porque Kafka sencillamente lo tiene todo: su escritura está dotada de una densidad, una potencia expresiva y una ambigüedad tal que hacen que todo pareciera tener lugar; su vida, cifrada en sus textos específicamente autobiográficos, recreada por sus biógrafos y alucinada por sus lectores, es una fábula a la altura de sus narraciones; y a eso deberíamos agregar su intensísimo vínculo con la escritura, su modo radical de concebir la acción artística y su inédita figuración de autor, que excede todos los parámetros.
La articulación de estos componentes acabó coagulándose en un misterio perfecto, en tanto ha logrado persistir en su filosa opacidad. Kafka (su figura y su literatura) es lo que no se puede revelar aún pese a que permanentemente se lo está revelando. Esta acción continua lo ha convertido en un escritor sobrescrito, que literalmente ha sido borrado, tapado por esa acumulación incesante de textos. ¿En qué medida el nombre Kafka que articulan todos esos textos alude realmente al sujeto al que refieren? El verdadero Kafka no existe. Ha desaparecido detrás de las palabras que, fingiendo invocar su existencia, sondean el capital inagotable de su inexistencia.
Algo parecido, curiosamente, le ocurre al joven Karl Robmann, protagonista de El desaparecido, primera de las tres novelas inconclusas de Kafka. Karl es un joven alemán al que sus padres han fletado en un vapor rumbo a América, con el pretexto de hacerlo zafar de una reciente paternidad indeseada. Supuestamente fue seducido por una criada, que en el lance quedó encinta. La novela entonces inicia con la llegada del joven a la floreciente Nueva York de principio de siglo XX. Preanunciado la desmesura imperante, lo primero que visualiza es una curiosa versión de la estatua de la Libertad que, en lugar de una antorcha, porta en alto una espada. "¡Qué alta!", se dice, y casi de inmediato le ocurre el primer incidente. En el trance de desembarcar cae en la cuenta de que ha olvidado su paraguas en el vapor. Procurando recuperarlo, deja su maleta al cuidado de un conocido y reingresa en el barco, donde de inmediato se pierde. En su extravío conoce al fogonero, primero de una serie de personajes que, a lo largo de la novela, irán pautando su extenso derrotero americano. Al modo de los relatos de formación (el modelo elegido es David Copperfield de Dickens), en cada capítulo conoce a alguien y de inmediato se pliega a las circunstancias de ese a quien conoce.
Esta lógica de estructuración a través de postas acaso pueda asociarse al Juego de la Oca. Es imposible saber a ciencia cierta si Kafka lo tomó como referencia, muy probablemente no lo haya hecho, lo que no nos impide entregarnos al juego de considerar la novela como su inquietante versión kafkiana. Desde esta perspectiva, los objetos de Karl (el paraguas, la maleta, la gorra, una fotografía de sus padres) y los personajes con los que se va encontrando, funcionan como casilleros en los que el joven va cayendo sujeto al azar de impensados encadenamientos. De entrada pierde el paraguas y la maleta, y de ese modo conoce al fogonero. Defendiendo al fogonero encuentra a su tío millonario. Inmerso en el ambiente social de su tío conoce al señor Pollunder y a su hija Klara. Por visitarlos en su casa de campo, pierde a su tío. Retrocede al primer casillero, en el que recupera su gorro, su paraguas y su maleta. En el casillero siguiente conoce a dos simpáticos estafadores, Robinson y Delamarche, que requisan su maleta y hacen desaparecer su bien más preciado: la fotografía de sus padres. Procurando alejarse de estos dos sátrapas cae en el casillero del Hotel Occidental. Tutelado por la jefa de cocina del hotel, avanza diez casilleros y consigue trabajo como ascensorista. Debido a una falta en su trabajo es enjuiciado y castigado con un inmediato despido. Retrocede hasta el casillero de los estafadores, circunstancia que lo conduce a convertirse en una suerte de esclavo al servicio de la robusta Brunelda. La inconclusión de la novela hace suponer que faltan varios casilleros antes de que Karl finalmente se incorpore al teatro al aire libre de Oklahoma.
Sujeto a su carácter impasible y voluntarioso, Karl hace todo lo posible por amoldarse y cumplimentar lo que le proponen en cada casillero, aún cuando el destrato al que lo someten es evidente; pero, a diferencia de sus antecesores en la novela de formación, no logra encajar. En líneas generales es un sujeto de una gran plasticidad, que intenta configurarse adhiriéndose a los otros, a los que en parte se mimetiza, pero siempre de manera defectuosa, como si no lograra decodificar las distintas lógicas de funcionamiento. Si bien de entrada parece adaptarse con total facilidad, tarde o temprano se hace evidente una fisura insalvable que hace que el pobre quede por completo desacomodado. Kafka literaliza esta desacomodación confrontándolo con ambientes que lo exceden, laberintos de pesadilla en los que se extravía tratando en vano de encontrar una salida. Por más que lo intenta, el joven no logra descifrar la lógica arquitectónica que gobierna esos espacios, que en su magnificencia lo van consumiendo y tornando insignificante.
Siguiendo lo prescripto para la novela de formación, se supone que, en su tránsito por los distintos casilleros y modelado por sus eventuales referentes, Karl irá delineando su identidad; pero eso no es lo que ocurre en este caso. Queriendo escribir una novela de formación, Kafka en realidad escribe una "novela de deformación", desvío en el que se revela su genio y a partir del cual se abre una brecha fundamental para toda literatura venidera.
El desvió en relación al modelo que introduce Kafka supone sobre todo la configuración de una subjetividad inestable, carente de idéntidad, que naufraga en el mayor de los desconciertos y que a la postre acaba completamente desdibujada. Esta nueva subjetividad, encarnada de manera ejemplar por el joven Karl, es emergente de un desarrollo civilizatorio que confronta al sujeto a una multiplicidad inaprensible. Kafka lo percibe antes que nadie y lo pone de manifiesto en esta novela a través de la elección del escenario en el que ocurren los hechos. América supone la máxima expresión de ese desarrollo y por lo tanto funciona como su metáfora perfecta. Es sinónimo de la reproducción ilimitada de lo diverso y por lo tanto de la desmesura, presente en la novela en múltiples figuras hiperbólicas (el tránsito de autos en la calle es incontable, el Hotel Occidental tiene el tamaño de un pueblo, el Teatro de Oklahoma pareciera no tener límites, etc.)
La proliferación indiscriminada de objetos y sentidos resulta inasimilable para el sujeto, que se diluye en su intento de aprehender lo que, debido a su dimensión, lo supera. La diáspora de sentidos es tal que no hay posibilidad alguna de desciframiento, y esta desarticulación, claro, desarticula al sujeto. Es lo que le ocurre al joven Karl que, confrontado a una dispersión que lo desborda, no encuentra su lugar, no puede anclar en ningún sentido ni acabar de pertenecer y, por lo tanto, paulatinamente se va apagando hasta casi desaparecer.
En este sentido, resulta mucho más pertinente el título elegido por Kafka que el América impuesto por Max Brod. América es muy importante en tanto escenifica la condición material de lo que ocurre, pero lo que realmente cuenta esta novela es el paulatino proceso de desaparición de Karl que, sobre el final, incluso renuncia a su nombre y, muy elocuentemente, pasa a llamarse "Negro".
Kafka construye en parte este proceso de disolución subrayando la condición de apartado de Karl. Imposibilitado de encajar, tarde o temprano acaba siendo excluido, y de hecho en la novela se suceden las escenas en las que literalmente es expulsado. Sus padres lo expulsan de su casa, su tío lo expulsa de su vida y, juicio mediante, también lo expulsan del Hotel Occidental. Este carácter de excluido, que define al personaje, se escenifica en los sucesivos juicios a los que es sometido. Primero lo enjuician sus padres y lo deportan a América. Luego lo enjuicia su tío Karl y, por intermedio de un portavoz siniestro, le anuncia la sentencia. En ambos casos, Karl no puede defenderse porque ni siquiera sabe que está siendo juzgado. Pero tampoco puede hacerlo cuando está presente, porque la ley que le aplican supone una lógica que lo excede. Tanto el juzgamiento en el Hotel Occidental como el que se improvisa en la calle, frente al departamento de Delamarche y Brunelda, son actos de atropellos, que reafirman el vínculo indisoluble entre justicia y violencia. Karl es culpable más allá de toda circunstancia, y lo es porque de eso depende su relativa inclusión en el sistema. En términos de Agamben, podemos decir que Karl está "incluido a través de su exclusión". Su inestabilidad y su extravío se signan en esa articulación imposible, en la que se juegan su condición y su destino. Tal como corresponde al protagonista de una "novela de deformación", el joven Karl acaba por disgregarse completamente en ese fundido a "Negro" con el que ingresa al Teatro al aire libre de Oklahoma.
La inconclusión de la novela se corresponde con esta subjetividad abierta a su propia extinción, y se refleja en ese enigma eterno al que llamamos Kafka, a quien quizás también le cuadre llamarse "Negro".
En El desaparecido se articula el desvío radical que introduce Kafka a la literatura y aparece condensado todo lo que desarrollará en sus novelas siguiente. Así lo entiende Mariana Dimópulos, que escribió para esta edición un sustancioso prólogo en el que explora el proceso que llevó Kafka a escribir El desaparecido, clarifica algunos elementos de su escritura y argumenta en favor de su apremiante actualidad. La renovada y precisa traducción de Ariel Magnus acaba de delinear una experiencia de lectura insoslayable.
31 de marzo, 2021
El desaparecido
Franz Kafka
Traducción de Ariel Magnus; prólogo de Mariana Dimópulos
Eterna Cadencia, 2020
368 págs.