Embelesada en el fragor de la lengua, la crítica y traductora Betina Keizman (Buenos Aires, 1966) se adentra en el campo de la escritura como un soldado vigoroso al de batalla, presto al combate con todo un arsenal a cuestas. En El diablo Arguedas, su última novela, su afán recargado y lenguaraz se descarga desde la primera línea. “Apañado en esa fisonomía cambiante, cualquier día se te aparece un diablo en tu propia peluquería, con la mirada perdida y un aire de sujeto mal cosido. Irene espía sus extremidades. Es un diablo, caso seguro. ¿Por dónde entró? Creer o reventar. Las pezuñas del aparecido están encharcadas en un caldo barroso. Paladea su propia saliva, de súbito amarga. No tiene cuernos. ¿Vendrá por su alma? ¿Qué busca el mercachifle? Mejor desconfiar, los trucos del diablo son miles”.
No hay, ni habrá, tregua. Anoticiados por una prosa infatigable, en el origen se perfila ya el marco que encuentra en la voz narrativa unos pilares enclenques. La escritura germina y brotan de ella –como el genio de la lámpara– Inés en su peluquería y este diablo que se muestra, en principio por lo menos, con una fragilidad grotesca. Las preguntas asaltan, inevitables, a la peluquera: ¿Qué quiere el ser mefistofélico? ¿Qué persigue, a qué se debe su aparición? El transcurso de la novela sufrirá una serie de tires y aflojes entre Inés y el cambiante diablo, que cobrará el semblante de José María Arguedas, el mítico escritor peruano que plasmó en El zorro de arriba y el zorro de abajo el caótico trajinar de Chimbote junto a una serie de entradas de su atormentado diario personal, en el que preanunciaba un suicidio inminente y posteriormente sobreinterpretado.
Si resulta verdadero aquello de que toda persona forja un diablo a su medida, en un sentido la novela explora –aunque no únicamente– el alma mezquina y pacata de Inés; cuál es la verdadera ambición –intrincada, avara, insensible– que hormiguea en sus entrañas. Para divisarla y exponerla ha llegado el diablo; para que la protagonista, dicho de otro modo, se haga cargo de su deseo. La escritura borbotea esta inquisición personal de la misma forma en que pergeña, sin solución de continuidad, una ciudad que cruje de caos multicultural y de fragmentación, de violencia y deterioro ambiental. Un Chimbote distópico, posmoderno y postpandémico, enmarañado de virtualidad, desigualdad y violencia, sujeto –como si lo anterior no fuera suficiente– a un clima apocalíptico, de terremotos intermitentes y tormentas de cenizas.
“Nuestra tarea consiste en negociar, descubrir lo que quieren, entregarlo a un precio justo. Sin dádivas ni ofrendas”, escribe el diablo en una de sus “notas diablas” (suerte de réplica, podría pensarse, de las entradas del diario de Arguedas en El zorro de arriba...). Keizman actualiza el célebre pacto fáustico pero para indicar (aunque esta escritura no indica ni cuenta, sólo prolifera de una forma más o menos estructurada) que el precio a pagar por el deseo no queda a costo sólo del firmante. Abandónese, así, toda esperanza: lo sepamos o no, es un mundo el que ha negociado con el diablo y es un mundo –por lo menos el occidental– el que sufre las consecuencias (morales, económicas y ecológicas) de un contrato del que no recuerda ni la más elemental de las cláusulas.
6 de marzo, 2024
Betina Keizman
El diablo Arguedas
Entropía, 2023
174 págs.