El 24 de febrero de 2022, cuando la Federación Rusa inició su “operación militar especial” para la “desmilitarización y desnazificación” de Ucrania, como el presidente Vladímir Putin llamó a la invasión de la cuenca del Donets, lo que para el gran público occidental se presentó como una nebulosa sucesión de resplandores destructivos alrededor de topónimos confusos y lejanos, para una minoría discreta de entendidos, en cambio, significó un episodio clave en la historia geopolítica del siglo XXI.
Formado en La Sorbona y en la Universidad Estatal de Moscú, el argentino Claudio S. Ingerflom es uno de esos entendidos, y como historiador de la política y la sociedad rusa con una probada trayectoria, El dominio del amo intenta explicar “qué mundo quiere ofrecernos” la Rusia de Putin, una Rusia a la que, en un giro retórico rápido y definitorio, Ingerflom llama “el invasor”.
Ahora bien: será precisamente por este sesgo explícito contra la política exterior rusa, opuesta a lo que, al menos en teoría, la democracia liberal occidental acepta como único modelo deseable para la gestión de los conflictos humanos, que El dominio del amo habrá de enfrentarse, también, con sus propios límites a la hora de entender a su objeto de estudio. Y aunque Ingerflom lo sabe, estas turbulencias ideológicas se convertirán, a veces, en la sustancia más interesante del libro.
En primer lugar, entonces, lo que El dominio del amo intenta es sacudirse las sospechas inmediatas de parcialidad: “También la historia de la política exterior de Estados Unidos invita fuertemente a escuchar con el mayor de los escepticismos sus buenas intenciones. Porque existieron Hiroshima y Nagasaki, cuando de acuerdo a la situación militar no eran indispensables los bombardeos, porque para el derrocamiento de Salvador Allende el semáforo giró al verde en las oficinas del Departamento de Estado y también porque las armas buscadas en Irak nunca existieron, fueron inventadas entre Washington y Londres para poder atacar”, escribe Ingerflom.
Lo curioso es que, apenas exorcizados los espectros tendenciosos de la Guerra Fría, El dominio del amo vuelve a caer en sus propias trampas. Escribe Ingerflom: “¿Hacia dónde quieren ir los que desataron esta invasión, transformada en guerra por el fracaso de su Blitzkrieg?”
Por supuesto, en la mueca que mezcla a la Rusia de Putin en el siglo XXI con las “guerras relámpago” de la Alemania de Hitler en el siglo XX no deberíamos leer una tosca aberración historiográfica –a pesar de que, por momentos, Ingerflom se escuda en una “opinión mundial” que “asimila a las tropas rusas con las nazis”–, sino, más bien, los mecanismos ideológicos profundos que operan en toda mirada liberal-occidental dispuesta a observar lo que está más allá de las fronteras de su comprensión.
La filósofa rusa Keti Chukhrov ilumina las dificultades hermenéuticas del caso cuando, a la par del alemán Boris Groys (que estudió en Leningrado), subraya que, aún sin olvidar sus muchos crímenes y fracasos, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas “efectivamente abolió la propiedad privada y estableció la primera sociedad moderna en la cual el lenguaje se impuso sobre la ley capitalista del valor”, frase que podría traducirse de esta manera: desde mucho antes, pero sobre todo desde aquel entonces y sin dudas hasta el día de hoy, lo que pasa en Rusia no pertenece a nuestro mundo. ¿Y por qué no pertenece? Porque la experiencia histórica rusa ha provocado que el modo en que se piensa, se experimenta y se da sentido a la realidad, incluyendo también la realidad de sus inquietantes proyectos de expansión geopolítica, se ubique en un plano psicopolítico más allá de lo que Chukhrov describe como “la alienación ideológica del capitalismo liberal occidental”.
De ahí que si la palabra “Estado”, en ruso, se traduce literalmente como “el dominio del amo”, tal como Ingerflom insiste en repetir como si eso probara la inviabilidad política y moral del modelo civilizatorio de Putin, en realidad la disquisición etimológica nunca resulta suficiente para explicar demasiado acerca de “los cuatro componentes más importantes de la nueva idea panrusa: patriotismo, solidaridad social, potencia y estatismo”, como Putin los enumeró en su “Manifiesto del Milenio”, excepto que, para una Europa que cedió buena parte de su soberanía política y económica a los tecnócratas de la Unión Europea y el Banco Central Europeo, el espanto y la amenaza son evidentes.
Alrededor de este punto, probablemente el más sensible mientras la guerra contra Ucrania continúa, la Organización del Tratado del Atlántico Norte se repliega y Rusia redefine el acceso de Europa a sus grandes gasoductos, El dominio del amo lleva adelante una erudita revisión de la historia rusa desde los tiempos de Pedro el Grande hasta la caída de la URSS que, de nuevo, choca con lo evidente. ¿Y qué es lo evidente?
En principio, que a diferencia de lo que ocurre en los países liberales occidentales, donde predominan las libertades individuales frente a todo espíritu colectivo y el retroceso del Estado frente al mercado, en Rusia funciona lo que sus propios dirigentes e ideólogos describen como una “rígida verticalidad ejecutiva” articulada con un Estado “que siempre ha desempeñado un papel extremadamente importante en la vida del país y de su pueblo”. Y aunque Ingerflom insiste, siempre con buenos argumentos, en que lo que en Rusia se llama “Estado” es sólo “el zar y su burocracia” y en que esto desplaza a la noción liberal de democracia hacia algo muy distinto que lo que conocemos, ¿qué termina por decirnos acerca de la “dignidad nacional” y la autodeterminación que defiende la Rusia de Vladímir Putin mientras Occidente avanza “hacia una lenta pero inevitable decadencia”?
Para quienes busquen una respuesta por encima de las previsibles, habrá que esperar hasta la próxima ocasión. Quizás si El dominio del amo se hubiera concentrado en analizar y discutir al menos un poco las ideas de pensadores como Aleksandr Dugin antes que en derrumbar la propaganda de ideólogos elementales como Serguéi Karaganov, las conclusiones sobre lo que significa el avance de Rusia sobre Ucrania en el contexto de un “nuevo orden mundial” habrían sido más iluminadoras, complejas e inquietantes que las que, en cambio, reducen al putinismo y su geopolítica a un oscuro proceso de “desdemocratización, autoritarismo, nacionalismo y regresión a la moral de siglos anteriores”.
7 de septiembre, 2022
El dominio del amo. El Estado ruso, la guerra con Ucrania y el nuevo orden mundial
Claudio S. Ingerflom
Fondo de Cultura Económica, 2022
216 págs.