El galpón, el nuevo libro de Ricardo Strafacce, autor de la monumental biografía de Osvaldo Lamborghini, reafirma y afina su particular apuesta narrativa. Para Strafacce la literatura es diversión, y divertimento, por lo tanto, es lo que los lectores van a encontrar en principio en esta novelita. Heredero de Kafka (vía Copi, vía Aira), Strafacce entiende que el divertimento se encuentra indefectiblemente en la narración, y sobre todo en la narración desatada, liberta de condicionamiento genéricos, temáticos o de carácter representativo. En su literatura no vamos a encontrar ni experimentos formales ni profundidades de ningún tipo, sino un desnudo relato que pareciera ir surgiendo de la propia materia narrativa. El otro elemento que sostiene la diversión, claro, es la escritura, dotada en su caso de una gracia que remite a la del buen contador de cuentos orales. Sus narradores tienen una entonación desenfadada, que mixtura ironía, ingenio, escatología y un afinado sentido del humor.
Por lo general Strafacce adopta corpúsculos de realidad como materia prima, para luego manipularlos sin pudor, con total desparpajo, en favor de la construcción narrativa que lo entretiene. En este caso, el cuento refiere a un secuestrado y un curioso centro clandestino de detención. Como casi siempre en las novelitas de Strafacce, una situación disonante enciende la narración. Leonardo, un “empleado subalterno prematuramente envejecido”, llega a su departamento luego de una agotadora jornada laboral y encuentra a su esposa, Mercedes, a medio vestir (o, mejor dicho, desvestir), besuqueándose con un policía. “Pero... ¿qué significa esto?”, pregunta, dando lugar a una sucesión de acontecimientos para él inesperados, a través de los cuales se pone de manifiesto el carácter impertinente de su pregunta. “¿O acaso la cosa tenía que significar algo?”, interviene el narrador, exhibiendo de entrada las reglas del juego. En las ficciones de Strafacce, y esta no es la excepción, la explicación y el significado se traduce siempre en una sucesión de hechos que no explican nada y nada significan más allá de lo manifiesto.
En El galónproliferan las señales ambiguas, clausurando la posibilidad de arribar a conclusiones siquiera provisorias. Al primer policía se suman otros dos, que ingresan a escena munidos de vasos y bebidas, frente a lo cual Leonardo se pregunta: “¿Se trata de un allanamiento o de una fiesta?”. Toda la novela podría sintetizarse en el desconcierto extremo que expone esta pregunta. Y el desconcierto se acrecienta cuando Leonardo detecta que los uniformes de los policías, si bien se parecen a los de la Federal, tienen una serie de detalles que los hacen parecer disfraces. ¿Son realmente policías?, se pregunta. En su candidez, especula con que quizás sean forajidos camuflados, cómplices de una broma pergeñada por sus compañeros de trabajos o miembros de una producción de Hollywood.
Todas las especulaciones y las preguntas de Leonardo a lo largo de esta novela son impertinentes. Delatan una mirada estrábica, jugada en la negación, la ingenuidad, la autocomplacencia y el autoengaño. Leonardo se encuentra siempre frente a una realidad que lo excede, a la cual opone una postura indefectiblemente inadecuada. El relato avanza y proyecta su realidad desquiciada a partir de esa inadecuación, que la define a la vez que la torna indescifrable.
En su desconcierto, Leonardo alude a Josef K., del mismo en que los tres policías (que quizás no lo sean) aluden a los dos guardianes (que podrían ser falsos) de la novela de Kafka. ¿Acaso Strafacce se ha propuesto construir una versión desviada, risible y desaforada de El proceso? Probablemente no, pero el parentesco sirve para hacer visible, por contraste, el programa implícito en Strafacce. Lo que en Kafka es insinuación e indeterminación, en Strafacce se hace explícito y brutal, a tal punto que desborda y linda con la diversión. El procesamiento de Joseph K. se resuelve para Leonardo en secuestro, la tensión sexual en orgias, y el palacio de justicia, que en El proceso es un laberinto diluido en un complejo de viviendas humildes que pareciera no tener límites, se comprime en esta novela en un galpón, encima del cual, separado por un techo de acrílico flexible, funciona una discoteca. Bailan los de arriba, pero también bailan los de abajo, los secuestrados, llevados por el ritmo de la música y por el juego de las luces estraboscópicas que se filtra a través del techo.
Como es evidente, la narración desatada de Strafacce le hace lugar a lo que sea, y sobre todo a lo que a priori no corresponde. En su descaro es irreverente, se complace en profanar, en abordar lo inabordable y en invertir y extremar los términos. ¿Qué otro escritor en Argentina se atreve a convertir un centro clandestino de detención en una pista de baile? Todo es posible por vía del divertimento y, en este sentido, el divertimento funciona como un tamiz capaz de procesar incluso el horror, poniendo en superficie lo que habitualmente es negado o reprimido. No es que este sea su propósito, puesto que no hay un norte moral en las novelas de Strafacce, pero resulta una inevitable derivación, que jaquea al lector, dejándolo a expensas de sus propios prejuicios.
Falsa fábula de moraleja incierta, en fin, El galpón ofrece nada más y nada menos que esa incómoda diversión característica del buen relato literario.
13 de octubre, 2021
El galpón
Ricardo Strafacce
Blatt & Ríos, 2021
120 págs.